Galdós y Machaquito

Esta pandemia mundial que nos azota ha dejado sin brillo la conmemoración del centenario de la muerte de uno de los más grandes escritores europeos de todos los tiempos, el ilustre canario don Benito Pérez Galdós.

Tan solo la magnífica exposición de la Biblioteca Nacional dedicada a su figura y obra, que por suerte finalizó días antes de la declaración del estado de alarma, ha estado a la altura del grado de celebración que se merece la descomunal dimensión de Galdós como autor de páginas brillantísimas de nuestra literatura, recogidas en novelas como «Misericordia» o «Fortunata y Jacinta», en sus célebres «Episodios Nacionales» o en obras teatrales que conmovieron al público como «Electra» o «Casandra».

Dos excelentes biografías publicadas en este fatídico año, «Galdós, una vida» de Yolanda Arencibia y «Vida, obra y compromiso de Galdós» de Francisco Narbona, han salvado un galdosiano año conmemorativo que, por fuerza mayor, ha pasado casi desapercibido.

La sombra de Galdós es alargada en mi familia. Mi bisabuelo, el actor Pepe López Alonso, destacado intérprete teatral en los veinte primeros años del pasado siglo y pionero del cine mudo en España, fue su lector cuando este genio universal de las letras en español quedó ciego alrededor de 1913. Mi bisabuelo, recomendado a Galdós por la actriz doña María Guerrero, se acercaba a leerle cada tarde al hotelito neomudéjar de la madrileña calle de Hilarión Eslava 7 de Madrid, último domicilio del gran Galdós. Guardo una entrañable foto de mi bisabuelo leyéndole a un don Benito, sonriente, complacido, pero con una mirada ya en la nada.

Estoy seguro de que mi bisabuelo se cruzaría con las muchas visitas que hasta sus últimos días (Galdós muere en la madrugada del 4 de enero de 1920) recibió el escritor en ese domicilio de Moncloa. Entre otras muchas, las del literato Pérez de Ayala, el doctor Marañón o el célebre torero cordobés Rafael González «Machaquito», con quien don Benito guardaría en sus últimos años algo más que una entrañable amistad.

El torero, fabuloso estoqueador, era íntimo amigo del sobrino agrónomo de Galdós, José Hurtado de Mendoza, hijo de su hermana Carmen, quien se lo presentaría a su tío Benito en su residencia veraniega y santanderina de San Quintín: «Tío, aquí Machaquito, ese valiente matador, cuyas hazañas relatan todos los días los periódicos». El torero se quedó cortado y balbuciente ante Galdós, y dándole vueltas en sus manos a su sombrero de ala ancha, sólo pudo decir: «Pa’zervirle».

Don Benito era poco aficionado al espectáculo taurino. Incluso en sus primeros escritos en el diario «La Nación» (1868) se muestra poco complaciente con su ambiente. No obstante, nunca fue un antitaurino «atroz» como algunos biógrafos alegremente se han atrevido a asegurar (recientemente, Narbona), pues, entre otras lindezas, admiraba la destreza corporal y el arrojo necesario de los toreros para lidiar aquellos toros bravos de entonces.

La amistad entre Machaquito y Galdós fue cada vez a más. Galdós se desplazó en noviembre de 1906 a Cartagena, junto a su sobrino que apadrinaría al torero cordobés, para ser testigo de su boda con Ángeles Clementson, hija de un acaudalado empresario inglés de Cartagena.

Machaquito se ganó la confianza de la familia de Galdós y de su círculo estrecho. El sobrino de don Benito recibía propuestas de empresas taurinas, partes y resúmenes de las corridas toreadas e intervenía en la intimidad del torero. Victoriano Moreno, fiel escudero de Galdós y gran aficionado fotográfico, revelaba instantáneas de las faenas de Machaquito. Pablo Nougués, el secretario fiel de Galdós, comentaba con el escritor estocadas en tablas y pares al cuarteo del torero cordobés. Y don Benito, admirado, le respondía: «¿Ha visto usted, Pablito, qué intrepidez de hombre?».

En la casa cordobesa de Machaquito, junto al molde de la escultura «La estocada de la tarde» de Benlliure (que representa un soberbio volapié del gran torero), sobresalían alineadas las obras más conocidas de Galdós. Mientras que en el despacho de don Benito en su domicilio en Madrid destacaba un retrato de «Machaquito, el Bravo». El mismo Azorín cuando visita a Galdós en 1904 en su residencia de San Quintín, y ante Macías el pintor, centra la tertulia sobre el valor y el arte del torero cordobés.

Solo faltaba que alguien llevará a la plaza a Galdós para verle torear. Su amigo, el albacetense Pepe Estrañi y Grau, director de «El cantábrico», lo logró y sentó a don Benito en unas barreras del tendido 1 del llamado Coso de Cuatro Caminos de Santander. En el segundo toro de Machaquito, este cogió los trastos y se fue hacia el sitio que ocupaba Galdós, brindándole: «¡Vaya por uzté y por los güenos afisionaos!».

Acabada la faena, el torero se acercó a Galdós. Estrañi, entregándole una cajita a don Benito, le conminó: «Tírele usted esto a Rafael». Galdós se sorprendió: «¿Y qué es esto?». Estrañi le tranquilizó: «Ya lo verá usted luego». Cuando el público pidió ver el regalo, don Benito se enteró de que había entregado al matador una preciosa pitillera con su firma y su rúbrica en relieves de oro. Machaquito al ver tan preciado cuero se dirigió a Galdós: «Don Benito la muerte de j’este toro no merece tan buen regalo». Galdós volvería a verle en la plaza de Madrid junto a Benlliure y el doctor Barajas.

El escritor y crítico taurino Fernando Gillis (quien firmaba como Claridades) pidió prologar a Galdós la biografía que había escrito de Machaquito («El torero de la emoción»). Don Benito no puedo negarse y redactó un prólogo-carta muy breve. Reconoce en él que no siente afición por la Fiesta (no dice que la deteste). También que desconoce el sentido y el léxico de este arte, si bien destaca la destreza y la valentía de sus intérpretes. Resalta en el prólogo que el toreo es una profesión brava y azarosa y que su amigo Machaquito es un alma tan ingenua y de corazón tan grande que le recomienda «que abandone pronto los terribles riesgos de su peligrosísima profesión, dando con ello tranquilidad a su familia y a los que, cual yo, sienten por él amistad sincera y profunda».

Fue tal la unión de Machaquito con los Galdós y su círculo, que este torero le dio en acogimiento a su hija extramatrimonial Rafaelita (fruto de una relación con una cordobesa). Faelita, niña de ojazos gitanos, chiquilla morenucha que posó ante el pintor Julio Romero de Torres y a la que don Benito tributaría un enorme afecto («eres la alegría de esta casa»). Un cariño sincero que la hija del torero devolvería a Galdós cuidándole hasta su mismísimo lecho de muerte. Machaquito y Rafaelita, juntos, acompañarían el féretro de Galdós hasta el cementerio de La Almudena.

Quien después de este relato asegure que don Benito era un furibundo y atroz antitaurino, falsea la realidad. ¡Gloria a Galdós!

Javier López-Galiacho Perona es jurista, profesor y escritor.

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