Galicia: SOS para el bosque atlántico

«Y como si un viento silencioso y frio pasase sobre ellas, tienen el largo murmullo de las hojas secas. ¡El murmullo de un viejo jardín abandonado, jardín umbrío!».

En mi lejano país, al contrario que en el resto de España, se habitan aún hoy mil núcleos de aldeas, villas y ciudades. Esta dispersión, tan meteorizada como peculiar, al borde de una extinción casi dramática y definitiva, deja sin embargo un poso genético que a muchos de nosotros nos llena de optimismo identitario. No he conocido a uno solo de mis paisanos que no se sienta orgulloso de su tierra, con un sentimiento tan afectivo que va más allá de la vida. A pesar de tanta disgregación del hábitat, y de la red circulatoria neolítica que nos ha unido y separado a lo largo de los siglos, la geografía de Galicia dibuja nuestra singularidad, sin soberbia ni prejuicios. A las puertas de un mundo postrero, descubrimos con asombro cómo los vecinos de mil mundos paralelos, apretados en un territorio común, hemos palpitado al unísono ante las tragedias y las afrentas al territorio por causas no siembre comprensibles y cada vez más incontrolables.

Hace poco más de treinta años, como un tantán, circuló de aldea en aldea el murmullo de las grandes decisiones irrevocables, tomadas en las alturas administrativas de un mundo ajeno y arrogante, cuyas nuevas normas de juego para formar parte del club transformarían rotundamente una manera de vivir en armonía con la naturaleza. De pronto, la tierra se hacía baldía, la maldición del equívoco progreso comenzaba a arrasar aldeas enteras y las gentes, individualistas y estoicas, como aves migratorias huían hacia las costas y sus ciudades ante las circunstancias adversas, dejando atrás páramos abandonados, inmensos bosques convertidos en montes salvajes y miles de aldeas condenadas al ostracismo.

Hace solo 40 años, nuestro paisaje poco maltratado por la industrialización parecía anclado en el tiempo; un inmenso entramado de pequeñas villas rodeadas de bosques autóctonos saturaban todo el territorio, sostenibles y auto suficientes. Cuando Castelao, cavilando bajo la sombra fresca del árbol gallego, indagaba en la entraña del alma aldeana, descubría para su asombro como el ruralismo ancestral había vencido el terror clásico que acechaba desde el bosque y desde el mar. Esa era la fascinación de Rosalía, de Emilia Pardo Bazán, de Otero Pedrayo o de Valle Inclán. Solo un poeta, nacido a la sombra de venerables magnolios centenarios de esta tierra bendecida por la naturaleza, podía conmoverse con «el perfume de los camelios, la sombra de las acacias» y soñar, con su poesía solitaria y misteriosa, el mundo mágico y campesino que era penetrar en un jardín secreto, un «jardín umbrío».

Nuestra comunidad debe ser consciente, como pulmón occidental de la Península, de que se encuentra en una encrucijada singular por sus peculiaridades paisajísticas, ahora vulnerables por la masiva diáspora del asentamiento rural. Galicia debe elegir un modelo de tratamiento medioambiental que recupere en lo posible nuestras señas de identidad, cada vez más subliminales, sobre el territorio.

El modelo futuro de organización territorial y de ordenación ambiental que se presume para Galicia tras los últimos pasos efectuados en la integración europea, y el consiguiente e inevitable abandono de la clase campesina, debe atender sin duda a una reordenación agrupadora y parcelaria, potenciando el tratamiento integrador y protegiendo la calidad medioambiental de aquellos modelos salvables y sujetos posibles de un destino más acorde con los vaivenes socioeconómicos.

La recuperación de nuestras fragas, sotos, carballeiras y castiñeiros, laurifolios, caducifolios y otras frondosas propias del bosque atlántico, más resistentes al fuego, y su consideración como delicados bienes de interés cultural. La catalogación de nuestros bosques por especies y la regeneración de los géneros autóctonos y tradicionales dentro de planes forestales provinciales, siempre simultáneas a la imposición desde los programas escolares de una cultura forestal que enseñe a respetar y vivir en armonía con una naturaleza que ha arropado nuestras vidas desde un pasado milenario. El saneamiento de los ríos y la regeneración de los bosques ayudarán sin duda a devolver el carácter que ha singularizado históricamente nuestra comunidad, que nunca tuvo tantos medios técnicos pero tan pocos medios humanos inmediatos.

No está tan lejos el tiempo en que nuestros abuelos convivían rodeados de árboles frutales con sus bosques circundantes, utilizando su madera, sus frutos y, en un alto grado, los desperdicios vegetales. Hoy esa materia, que utilizaban para cerrar el círculo sostenible como forraje de los animales y que a la vez limpiaba el bosque, ahuyentando el fuego, podría ser reutilizada como combustible de las centrales térmicas, evitando ser la yesca de los incendiarios. El mapa genético de esta tierra, de sus corrientes hidrológicas subterráneas y superficiales, de sus costas, de su fauna y de su flora, podrán ayudarnos sin duda a prevenir y curar sus enfermedades.

Arturo Franco, arquitecto y escritor.

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