Ganar el patio o ganar el mundo

A partir de la emisión en TV3 el domingo 30 de junio, en su espacio 30 minuts, de un documental titulado Lletraferits donde se hablaba con tintes dramáticos de la situación del catalán, se originó una polémica que aún colea. Llovía sobre mojado porque unas semanas antes la portavoz del Gobierno de la Generalitat, Meritxell Budó, se había negado a responder preguntas en castellano por motivos peregrinos.

En respuesta, se publicaron artículos que desmentían tales aseveraciones, como uno muy detallado en Crónica Global del 7 de julio (Las mentiras del documental de TV3 sobre la muerte del catalán) que demostraba con cifras la falsedad de Lletraferits.

¿Por qué el debate de la lengua desencadena estas pasiones? ¿A quién le preocupa el catalán y por qué? Podríamos sugerir tres tipologías. La primera contiene a los románticos: gente de cultura, familia y lengua catalana a quienes les apena la posibilidad de que vaya retrocediendo y desaparezca, como tantas otras lenguas que se han ido minorizando en el planeta. Yo podría ser un caso representativo de este grupo. La segunda la poblarían los nacionalistas (independentistas es su sinónimo, e hispanofobia el signo principal de su carácter). Ellos conocen perfectamente el rasgo de la lengua como marcador grupal y elemento diferenciador comunitario. Son los que usan el catalán para hacer avanzar su agenda separatista. Una tercera contendría a los oportunistas políticos que apostaron por el soberanismo y a quienes vehiculan sus inquietudes (frustraciones, necesidad de ideal, búsqueda de estatus en su entorno...) a través de un proyecto épico. Naturalmente, estos grupos descritos pueden estar mezclados. El establishment catalán, por ejemplo, empezó entre el primero y el segundo y ha ido desplazándose hacia los dos últimos.

El caso es que la mitad de Cataluña puede simpatizar y comprender al primer grupo en forma amplia, pero no comparte en absoluto los proyectos y filosofía de los otros dos. Esta parte de la población ha sido maltratada durante años por un sistema escolar que la discrimina y que utiliza todos los medios a su alcance para hacer oír una única voz, y por un Estado cuyos sucesivos gobiernos no han reaccionado ante la conculcación de derechos por parte de las instituciones catalanas.

La cuerda se fue tensando hasta que, en un alarde de desfachatez supremacista y de desprecio a las reglas básicas de la convivencia y la Ley, se produjo el intento de golpe de Estado. Esto ha ido en perjuicio del primer grupo (creciente y comprensible antipatía por todo lo catalán) y ha frustrado y hecho retroceder definitivamente los sueños del segundo.

En el tercero, unos exploran escenarios de subsistencia y otros algún tipo de desahogo que, al albur de ciertos comentarios, pasa por la llamada a la coacción indisimulada y el coqueteo con la violencia.

La defensa del catalán es algo que suena noble y positivo. Pero el infierno está empedrado de proyectos que se acabaron revelando perjudiciales. La borrachera del poder, unida a la neutralización política de la ciudadanía no nacionalista, ha creado personajes que tienen grandes dificultades para asumir el principio de realidad. Algo que nos muestra esa realidad es que en un mundo globalizado la tendencia es a utilizar lo que permita una comunicación más fluida. Y eso pasa por el uso preferente de las lenguas internacionales. Esos infelices aún pretenden ganar el patio y que toda la ciudadanía adopte el catalán como lengua preferente cuando es del todo imposible, dado que la lengua materna del 55% de los catalanes es el español y éste es el segundo idioma más hablado del planeta en número de hablantes nativos. No se corrige con ingeniería social, que es lo que han pretendido.

En un excelente artículo que tradujimos para la web Tercera Cultura, y que llevaba por título Déjenlas morir, Kenan Malik hablaba con toda crudeza de las lenguas minoritarias. "Para sobrevivir, una lengua debe tener una función. Una lengua hablada por una persona, o incluso por cientos, no es en realidad una lengua. Es una fantasía particular, como un código secreto infantil". Al director de TV3, Vicent Sanchis, que también ha terciado en el debate apoyando al sector Lletraferit, le recuerdo en un programa de televisión al que asistimos ambos, hace quizá 10 años. Aseguró entonces que se había unido a una iniciativa de defensa de las lenguas en extinción. Se trataba de elegir una lengua hablada por menos de 1.000 personas. Al parecer él estaba estudiando una. Me gustaría saber si ha continuado este empeño y si su lengua mascota ha experimentado alguna mejoría.

Soy antropóloga de formación, y mi gremio adora la diversidad lingüística y cultural. Siendo diputada en el Parlamento Europeo, he vivido la presión de lo políticamente correcto en la defensa de esa diversidad. No voy a entrar en debatir algo tan obvio como que conocer lenguas nos enriquece. Pero creo que ya es hora de reconocer el poder integrador en comunidades más amplias de las lenguas comunes. Y que este reconocimiento forme parte de la agenda de partidos progresistas, abiertos y europeístas, que valoran los aspectos positivos de la globalización y que encaran de forma realista sus consecuencias negativas. En Cataluña ya se ha hecho todo lo que se podía hacer por el catalán. Muchos de los que lo tenemos como lengua materna y familiar damos las gracias por disfrutarla en la escuela y en la mayor parte de nuestra vida ordinaria. Pero llega un punto en el que la bondad empieza a tener tintes siniestros. Hay amores que matan. El pasado no volverá por dos motivos: sus circunstancias fueron otras y muchas veces es puro mito.

Ninguna cultura, ningún modo de vida, ni siquiera una lengua, tienen un derecho a existir otorgado por una instancia superior. Tenemos una reverencia supersticiosa por la identidad, por la diferencia, sobre todo cuando ha sido victimizada (aunque sea torticeramente). El nacional-progreísmo (no me reescriban progresismo, que no es lo mismo) perpetúa esa reverencia insensata cuando actúa como si le debiera algo a este zeigeist que les mantiene buscando fórmulas absurdas cuyo carácter reaccionario y letal no saben ver. Me refiero con ello a esa propuesta de Ley de lenguas que ofrece Mercè Vilarrubias en el libro del mismo título, y que apoyan principalmente quienes tienen por obligatorios los sacrificios en el altar del catalanismo, que siempre acaba en lo mismo, pues es su naturaleza. No insistamos.

Teresa Giménez Barbat, ex eurodiputada, es escritora.

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