¡Ganará Biden!

En las elecciones presidenciales estadounidenses del 2016 la victoria de la candidata demócrata Hillary Clinton resultaba incuestionable. Encuestas y predicciones así lo ponían de manifiesto. Se equivocaron. No era la primera vez que los demócratas recibían tal correctivo. En las de 1988, la ventaja de su candidato Mikel Dukakis sobre el republicano George H. Bush superaba a finales de aquel verano los 20 puntos y terminó sufriendo una de las mayores derrotas que se recuerdan: 426 votos electorales para Bush, 111 para Dukakis. Tan solo Ronald Reagan en su disputa electoral de 1980 con el entonces presidente Jimmy Carter había conseguido una diferencia mayor: 489-49.

Los últimos sondeos electorales para este 2020 favorecen a Joe Biden, quien aventaja en ocho puntos al candidato republicano (50,8% – 42,7%, fuente Real Clear Politics; 25/10/20). Para FiveThirtyEight, Biden tiene un 87% de opciones de ganar frente al 13% de Trump (idéntico margen al asignado a Hillary Clinton en el 2016 : 86-14). Incluso las casas de apuestas se decantan por Biden, con un 69% de posibilidades de victoria frente al 31% de Trump. Este nunca ha superado el 45% de aceptación; Biden nunca ha bajado del 50%.

Ganará BidenMás allá de analizar los motivos sociopolíticos causantes del éxito de Trump hace cuatro años, las empresas encuestadoras afirman haber corregido errores cometidos en anteriores comicios. Aseguran, por ejemplo, haber ponderado el voto de los blancos sin título universitario y calibrado adecuadamente el peso específico de los llamados swing states, verdadero campo de batalla donde se dirimirá el resultado final. Normalmente se cifran en 14; de los ocho con más de 10 votos electorales, las elecciones se sustanciarán en seis de ellos: Florida (29), Pennsylvania (20), Michigan (16), Carolina del Norte (15), Arizona (11), Wisconsin (10). Trump ganó por un estrecho margen los 135 delegados de estos estados (incluyendo los 18 de Ohio y los 16 de Georgia) dejando para su adversaria la pedrea de los estados menores. En los que Hillary Clinton llevaba ventaja no alcanzaba cuatro puntos; ahora quien domina es Biden con unos guarismos entre los ocho puntos en Michigan y los 1,5 en Florida con unos estables cinco puntos en la codiciada Pennsylvania y Wisconsin. Según las predicciones de FiveThirtyEight, en caso de cumplirse las encuestas en estos mismos estados, Trump obtendría únicamente los 18 votos de Ohio, adjudicando el resto, 117, a Biden. Tras el debate de la semana pasada, Trump ha acortado distancias en las circunscripciones clave, pero las cifras no han sufrido grandes variaciones (un punto en Carolina y unas pocas décimas en cuatro estados) y la distancia continúa en los sondeos favoreciendo a Biden por encima del 6% con unos márgenes de reacción para Trump prácticamente inexistentes.

Más allá del farragoso mundo de cifras y porcentajes, existen una serie de singularidades en este 2020 que no se dieron hace cuatro años. En las elecciones de mid-term en 2018, los demócratas se hicieron con la Cámara de Representantes y redujeron su diferencia en tradicionales feudos republicanos como Texas. Desde hace meses, la diferencia de intención de voto entre ambos candidatos ha permanecido estable y continúa favoreciendo a Biden, nunca por debajo de los cinco puntos; con Hillary Clinton las encuestas sufrían continuas variaciones de picos y valle –en esta misma semana de hace cuatro años perdió casi dos puntos–. Se ha incrementado el voto temprano y duplicado el voto por correo, opciones escogidas por minorías étnicas –trabajan el día de las elecciones– y jubilados –apoyaron mayoritariamente a Trump–. La opción de los primeros es tradicionalmente demócrata y continúa estable; no así la de los segundos debido en parte al tratamiento del presidente respecto a la pandemia, mayoritariamente rechazado entre los seniors. Estos representan un voto altamente significativo en Florida que siempre resulta determinante. También merece consideración analítica la intención de voto, claramente superior al 55% en que salió elegido Trump y próxima al 64% que votaron en la primera elección de Obama. El número de delegados seguros para Biden se cifra en 232; los de Trump en 125. Mencionar, por último, el número de indecisos, próximos al 15% hace cuatro años –finalmente se decantaron por Trump–, reducida actualmente a un escaso margen en torno al 7%.

Algunos focalizarán en los deméritos del presidente las pésimas predicciones. Siendo así, y tal vez lo sea, no es menos cierto que los demócratas llevan marcada a fuego la lección aprendida en 2016. 1) Ya en las primarias del partido, el candidato Sanders se retiró de su pugna con Biden mucho antes que con Hillary Clinton, pese a ser menor la distancia que le separaba del ahora presidenciable. Aquella decisión de Sanders provocó la apatía de numerosos votantes demócratas que prefirieron quedarse en casa. En esta ocasión, el apoyo sin fisuras de Sanders a Biden en la convención demócrata de Milwaukee, solicitando de sus seguidores total apoyo el otrora vicepresidente, ha tenido efecto, pues el nivel de motivación en votantes demócratas supera en 12 puntos a los republicanos (54 Biden / 42 Trump).

2) Una convención, la de Milwaukee, en la que fundamentalmente se apeló a la unidad de una sociedad polarizada y divida como nunca antes en Estados Unidos; se trata, desde luego, de un mensaje positivo que contrasta con el de la confrontación preferido por el actual inquilino de la Casa Blanca.

3) El candidato Biden ha desterrado el triunfalismo que caracterizó la campaña de Hillary Clinton y mantiene la tensión asegurando que las estimaciones próximas a los dos dígitos a su favor están lejos de la realidad.

4) También ha sabido atraer para su candidatura el voto perdido que terminaba en partidos minoritarios, más próximos a ellos que a los republicanos, como Verdes, Libertarios, o Reformistas. La intención de voto para estos partidos es inferior al 3% cuando anteriormente superaron el 7%.

5) Ya sea por iniciativa propia o por mediación de insignes demócratas, estos grupos han minimizado sus reivindicaciones callejeras, traducidas en violentos enfrentamientos con la policía, lo que estrechaba las diferencias entre Biden y Trump.

«Dadme generales con suerte», decía Napoleón, y suerte ha tenido Joe Biden. En el Discurso a la Nación en febrero, Donald Trump confió su gran baza electoral en el incontestable éxito económico. Tenía razón: los índices bursátiles estaban en máximos históricos, había bajado los impuestos, relocalizó empresas y, sobre todo, la tasa de desempleo era insignificante. La reelección parecía tan incuestionable como la victoria de Hillary Clinton cuatro años antes, pero el Covid-19 ha dado al traste con sus planes. El 3,5% de paro anterior a la pandemia llegó al 14,7% en mayo y actualmente alcanza el 8% sin expectativas de mejora a corto plazo; la caída del PIB será memorable con un descenso del 4%. Además, el presidente no ha sabido manejar la actual crisis, y en ocasiones sus consejos resultaban tan estrafalarios como ridículo su negacionismo. Lo uno y lo otro alimentaban a sus incondicionales, pero dudo que convencieran al 33% de moderados que decidirán el resultado final. Sus propuestas nada nuevo ofrecen… y tampoco ilusionan.

El imaginario colectivo todavía recuerda la inesperada derrota de Hillary Clinton en el 2016; para otros la verdadera sorpresa fue la victoria de Trump. Pese a méritos o deméritos, con pandemia o sin ella, sean cuales fueren las predicciones de voto e indicadores sociales y/o económicos… Trump, convencido que las encuestas volverán a equivocarse, no ha dicho su última palabra. Pocos como él saben crecerse frente a la adversidad –la última prueba su reacción tras contagiarse de coronavirus– y como ocurriera hace cuatro años ha reducido su desventaja en la recta final. En esta ocasión a nadie sorprenderá una eventual victoria republicana. A mí, sí.

José Antonio Gurpegui es catedrático de Estudios Norteamericanos del Instituto Franklin-UAH.

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