Garantizar el bienestar social

España está superando la más grave crisis económica de su historia reciente. Y estamos saliendo de ella con un enorme esfuerzo que ha dejado profundas cicatrices en buena parte de la sociedad. Los más de cinco millones de parados que no han podido recuperar el empleo perdido durante estos años o, en muchos casos, ni siquiera acceder por primera vez al mercado de trabajo, son un recordatorio constante de que todavía no podemos dar la crisis por superada.

Empezamos a ver la luz al final del túnel y toda la energía del país debería concentrarse en consolidar la recuperación económica para crear más y mejor empleo. Los duros ajustes de estos últimos años nos han situado en una inmejorable posición de salida para dar un salto hacia delante en materia de apertura, modernidad y progreso y situarnos en un horizonte de diez años en el pelotón de cabeza de Europa.

La condición necesaria para conseguirlo es que toda la sociedad trabaje unida en esa dirección. Sector público y sector privado, responsables políticos y económicos, empresarios y trabajadores. Solo así seremos capaces de avanzar.

Nos hallamos en un momento crucial en el que no cabe plantearse rupturas institucionales que echen por tierra un sistema económico y político que, con sus defectos, nos ha permitido alcanzar cotas de bienestar social desconocidas. Aun asumiendo la necesidad de introducir cambios para mejorar todas las ineficiencias y disfunciones que la crisis ha puesto de manifiesto, la economía social de mercado y las instituciones políticas del 78 deben ser el marco que defina nuestra manera de actuar. La ruptura y la disgregación solo conseguirían dividir nuestras fuerzas y alejarnos de nuestro objetivo.

Y este no puede ser otro que seguir jugando en la Champions. Para ello, por continuar con el símil futbolístico, necesitamos un equipo unido, cohesionado y con todos los jugadores.

España no puede prescindir de Cataluña, porque es una pieza fundamental en el engranaje político, económico y social del Estado. Pero Cataluña tampoco puede prescindir de España. ¿Alguien cree de verdad que Cataluña podrá sobrevivir sin mayor problema fuera de la Unión Europea, tal como las autoridades de Bruselas han advertido que ocurrirá si llegara a producirse la secesión?

Las empresas necesitan un entorno estable y predecible para tomar decisiones de inversión que se traduzcan en creación de empleo y generación de bienestar. Y en los próximos meses se abren muchas incógnitas. ¿Cuántas empresas catalanas van a acometer un nuevo proyecto sin saber si tendrá que pagar sus operaciones en una moneda diferente al euro? ¿Cuántas compañías extranjeras van a invertir en Cataluña si tienen dudas sobre el mantenimiento de su estabilidad financiera?

Los diferentes partidos tienen que explicar a los ciudadanos las consecuencias económicas de sus propuestas políticas. Porque las tienen y son trascendentes. Una declaración de independencia no sería inocua y los ciudadanos deben calibrar si quieren aceptar los costes, antes de acudir a las urnas. Para ello, han de disponer de toda la información con la máxima transparencia y de fuentes lo más técnicas y objetivas que sea posible.

La repercusión de una eventual salida de la Unión Europea en cuestiones como las exportaciones catalanas, la emisión de deuda o la continuidad del euro como moneda son fundamentales para dilucidar los efectos económicos de la independencia.

Los empresarios tenemos que dedicarnos a crear empleo y a generar bienestar, no a hacer política. Pero podemos, y debemos, demandar a los representantes políticos que trabajen para que la economía crezca y la sociedad progrese, no para generar enfrentamiento y disenso. El papel de los empresarios es fundamental y no podemos agachar la cabeza. Nuestra voz tiene que escucharse.

En todo caso, los empresarios —en tanto que líderes de la empresa— deben dialogar, desde la racionalidad, con sus trabajadores y con sus colaboradores sobre los temas que son de indudable trascendencia para su futuro y para su bienestar y el de sus familias.

El reto al que nos enfrentamos como país es adaptarnos a la globalización. Hemos llegado tarde y, aunque muchas empresas han recorrido ya el camino de la internacionalización y la competitividad, debemos acelerar el paso. Apostar por el localismo, por crear nuevas fronteras, es cerrar los ojos a la evidencia de hacia dónde avanza el mundo y conducirnos, directamente, al abismo.

José Luis Bonet es presidente de la Cámara de Comercio de España.

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