¿Gatopardismo?

“Hay mucha rabia (anger), creedme, hay mucha rabia”. Este ha sido uno de los gritos de guerra de la campaña de Donald Trump. Rabia, indignación, distancia hacia el establishment de Washington, y miedo, mucho miedo al descenso social de las clases medias. El campo estaba sembrado para que un líder populista pudiera recoger la cosecha. ¿Por qué nos hemos sorprendido tanto? A posteriori siempre se acierta, en particular en las ciencias sociales. Aquí no está, pues, la sorpresa. Para mí reside en la forma en la que los mercados han acogido la victoria de Trump.

Casi parece como si ese denostado sistema al que tanto ha venido fustigando el candidato vencedor lo recibiera ahora con suma indiferencia, incluso con cierta satisfacción contenida. En definitiva, ha conseguido apaciguar la ira popular que provocaban las desigualdades crecientes y el desprecio de las élites. Con él como presidente, los potenciales conflictos sociales se habrían conseguido encauzar sin peligro hacia las guerras culturales, no hacia las económicas. Poner a un antisistema en la cima del sistema para que enseguida sea engullido por este es quizá el método más eficaz para velar por su supervivencia. Washington ha muerto. ¡Viva Washington!

No tiendo a darle mucho crédito a las teorías conspirativas, pero todo lo ocurrido tiene una increíble semejanza con la película de Hal Ashby, Bienvenido Mr. Chance, en inolvidable interpretación de Peter Sellers. ¿Quién mejor para hacer hoy de tonto útil que una celebrity, un protagonista de telerrealidad a quien se eleva al papel de héroe del pueblo? Ya antes se había conseguido con un antiguo actor hollywoodiense, R. Reagan. Ambos compartían además eslogan: Make America great again! Seguro que nadie lo ha diseñado, el cálculo de utilidad ha debido de ser sobrevenido, pero encaja.

Al menos en la teoría. Amarrado por la sólida mayoría republicana en el Congreso y debilitado por su inexperiencia en esas lides, Trump podría ser ahora “domado” por el bien engrasado entramado de la burocracia y los intereses de Washington. En definitiva, el resultado de las elecciones ha sido el ya incuestionable poder omnímodo de los republicanos, liberados a la hora de imponer su programa de máximos de la larga e incómoda presencia demócrata en la Presidencia.

Creo, sin embargo, que no va a ser tan fácil en la práctica. No solo porque signifique subvertir sus principales y extravagantes promesas electorales; también porque las heridas abiertas por esta increíble y despiadada campaña no podrán suturarse sin más. El sistema no podrá dormir tranquilo mientras no haga frente a las causas de la indignación y restañe las tradicionales fracturas culturales ahora abiertas en canal. Y el daño es sobre todo político. No se puede sostener una democracia sobre los discursos del odio y el engaño sistemático. Aunque, quién sabe, quizá el propio Trump sea también un personaje de mentira.

Fernando Vallespín

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