Gaza existe

Gobernar es cuestión de estadísticas, pero en la vida lo importante son las personas. Esta disyunción explica en gran medida el cinismo y la antipatía hacia la política característicos en gran parte del mundo hoy día. Y, si bien los problemas locales parecen insolubles, la distancia aumenta la confusión y la fatiga inducidos por problemas aparentemente inextricables. Como de costumbre, quienes sufren son quienes más necesitan la atención mundial.

Esto es particularmente cierto para el millón y medio de personas apiñadas en la Franja de Gaza, bloqueadas entre Israel, Egipto y el mar Mediterráneo. Occidente ya aisló al gobierno de Gaza controlado por Hamas. Esta semana, el Congreso de los Estados Unidos debatirá si recorta la ayuda a la Autoridad Palestina, ubicada en Cisjordania. Pero este es momento de aumentar, no reducir, el compromiso internacional con los palestinos.

Las estadísticas indican que el 80% de la población de Gaza depende de la ayuda alimentaria de la ONU. La tasa de desempleo entre los jóvenes es del 65%. El sitio web de la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios mantiene una amplia base de datos que indica la cantidad de camiones, con diversos tipos de provisiones, cuyo ingreso han permitido las autoridades israelíes.

La situación de la gente –o, mejor dicho, la lucha por su situación– es noticia periódicamente. La última vez para dar cuenta de la violencia que rompió en agosto el cese del fuego, hasta entonces razonablemente efectivo. Pero Gaza se ha convertido en la tierra que el tiempo –y la comunidad internacional ampliada– olvidaron.

Por este motivo acepté la oferta de Save the Children para visitar la Franja de Gaza la semana pasada. No se me había permitido el ingreso mientras ocupaba un puesto en el gobierno, por motivos de seguridad. Ahora quería hacerme una idea de la vida, no de las estadísticas. El motivo de la visita no era encontrarme con políticos ni decisores, sino ver, siquiera fugazmente, cómo vive allí la gente.

Y la vida real existe. Chicos con camisetas de fútbol occidentales, en especial la de Lionel Messi, del Barcelona Restaurantes que dan al Mediterráneo. Niñas en edad escolar con pañuelos blancos en la cabeza por donde se mire. Peluquerías, tiendas de ropa, puestos de fruta. Y una buena dosis de tráfico –los automóviles nuevos son contrabandeados a través de túneles bajo la «Ruta Philadelphi», a lo largo de la frontera egipcia.

Pero la vida real es también traumática y limitada. Vimos edificios –no solo la antigua sede de Hamas– aún reducidos a escombros. Las casas han sido acribilladas a balazos. La electricidad falta hasta ocho horas al día. La escasez de escuelas y maestros ha llevado a que haya hasta 50 o 60 alumnos por curso, y la jornada escolar se ha reducido a unas pocas horas para permitir dos, o hasta tres, turnos.

Las consecuencias de la guerra se ven en todas partes. Aún más intensamente en quienes se han visto atrapados dentro del fuego cruzado. Conocimos a la sobrina y el hijo de un granjero que se encontraban en la «zona de seguridad» entre la frontera israelí y Gaza. Ella había perdido un ojo y él una mano por la artillería israelí durante la guerra de 2008-2009.

Save the Children, obviamente, se preocupa más por aproximadamente el 53% de la población de Gaza menor de 18 años de edad. Las estadísticas indican que el 10% de los niños presenta «atrofia» en el crecimiento –tienen una desnutrición tal antes de los dos años de edad que nunca lograrán desarrollarse hasta su máximo potencial.

Fuimos testigos de lo que Save the Children está intentando hacer al respecto en un centro de nutrición que atiende a madres y niños en la ciudad de Gaza. Las necesidades son básicas: promover el amamantamiento, proveer alimentos para los niños pequeños y brindar atención médica a las madres. Pero no todos quienes necesitan ayuda vienen a buscarla, por lo que Save the Children financia el trabajo de personas que se ocupan de alentar a las familias a usar los servicios.

Es destacable el trabajo que se está llevando a cabo para crear oportunidades, así como para evitar catástrofes. El Centro Qattan para Niños es una biblioteca con financiamiento privado –y un centro de teatro, informática y para la juventud– que sería una bendición en cualquier comunidad británica. El director me informó que se dedica a «construir personas y no edificios». El centro es un verdadero oasis.

La situación alrededor de esos oasis representa el máximo fracaso de la política. Luego del fin de la guerra en 2009, la comunidad internacional estaba preocupada por la apertura de Gaza. Casi tres años más tarde, se ha llegado a un punto muerto –a tono con la parálisis mayor que ha afectado la búsqueda de un estado palestino capaz de existir junto a Israel.

La responsabilidad es, ante todo, israelí. La resolución de paz para Gaza de la ONU (redactada por el Reino Unido) requiere que el gobierno israelí abra las líneas de aprovisionamiento, pero esto solo se ha acatado en modo limitado. Es ese el motivo por el cual el comercio a través de los túneles es tan estrepitoso, un intercambio sobre el cual Hamas cobra impuestos para financiar sus actividades. El gobierno israelí replica que tampoco se actuó para limitar el flujo de armas hacia Gaza. Eso también es cierto.

Sin embargo, la presión internacional ha enmudecido. El centro de atención se ha desplazado. Pero la gente de Gaza y sus necesidades continúan en lo que el Primer Ministro Británico, David Cameron, llamó el año pasado una «prisión abierta». Seguramente hay espacio entre las diferencias partidarias y nacionales para ocuparse de estas urgentes necesidades humanitarias, que de otra forma solo alimentarán futuros problemas políticos.

Lo que torna aún más exasperante la situación en Gaza es que el status quo es verdaderamente irracional. No favorece ningún interés político. Israel no se torna más segura, y ni Hamas ni Fatah ganan popularidad.

Una joven madre en el centro de nutrición me comentó que está terminando su carrera en contabilidad, pero no hay trabajo. Yusuf, de nueve años de edad, mientras usaba una computadora en el Centro Qattan, me dijo que quiere ser piloto. Estas personas no son una amenaza para la paz en el Medio Oriente. Son, en cambio, su esperanza. Lo que necesitan es una oportunidad para dar forma a su propio futuro.

David Miliband, Secretario de Relaciones Exteriores del Reino Unido entre 2007 y 2010, y actualmente es miembro del parlamento por el partido laborista. Traducido al español por Leopoldo Gurman.

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