Gaza: territorio enemigo

El pasado 19 de septiembre el Gobierno israelí pasó a considerar Gaza como territorio enemigo con la intención de eludir las responsabilidades que, como potencia ocupante desde hace cuarenta años, tiene con la población palestina. Desde entonces ha venido aplicando diversas medidas punitivas contra su millón y medio de habitantes, la mayor parte de ellos refugiados que en 1948, debido a la creación del Estado de Israel, fueron expulsados de sus hogares. Aunque desde entonces los cortes de electricidad, agua y combustible han sido frecuentes, con la entrada en el nuevo año se han recrudecido hasta provocar una crisis humanitaria de incalculables consecuencias.

Debe recordarse que, tras la 'desconexión' unilateral de Gaza en el verano de 2005, Israel retuvo el control marítimo, aéreo y terrestre de sus fronteras, lo que, en la práctica, convirtió la franja en una inmensa prisión de la que es imposible escapar. En plena crisis humanitaria, el primer ministro israelí Ehud Olmert declaró en la Knesset: «De ninguna forma dejaremos que la vida en Gaza sea cómoda y agradable». Estas palabras debieron de sonar a sarcasmo a la población palestina, que, como resultado del estrangulamiento de la franja, se encuentra al borde del abismo. Con unos elevadísimos índices de desempleo, el 80% de la población depende de la ayuda que presta la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos. Su vulnerabilidad se ha intensificado aún más al impedirse el paso de convoyes humanitarios, que transportan tanto alimentos de primera necesidad como medicinas, e interrumpirse el suministro de electricidad y combustible, todos ellos indispensables para hacer frente al duro invierno que se avecina.

El cierre a cal y canto de Gaza fue decidido por el laborista Ehud Barak, ministro de Defensa, con la intención de forzar a las milicias palestinas a interrumpir sus lanzamientos de cohetes artesanales al vecino territorio israelí, especialmente a la localidad de Sderot. Aunque es cierto que el lanzamiento de misiles Qassam se ha incrementado en el último mes, provocando el pánico de la población afectada, también lo es que esta amenaza ha sido convenientemente magnificada con la voluntad de justificar las consiguientes 'respuestas' israelíes. En una táctica ya conocida, se alarma a la opinión pública internacional con la extrema peligrosidad de los ataques palestinos para crear un clima favorable que justifique las desproporcionadas represalias. En la maquinaria propagandística israelí, los misiles Qassam han ocupado el lugar que los atentados suicidas, interrumpidos unilateralmente por Hamás desde hace tres años, dejaron vacante. Sin embargo, un somero repaso de las víctimas que han provocado en las dos últimas semanas nos indica que su capacidad destructiva es, afortunadamente, mucho más limitada: un voluntario ecuatoriano muerto y 11 heridos del lado israelí (frente a los 42 muertos y 117 heridos en el bando palestino).

El bloqueo decretado por Barak, unánimemente condenado por la comunidad internacional, también guarda relación con sus propias aspiraciones políticas. Con un Ehud Olmert tocado por el Informe Winograd (que lo considera responsable de la mala gestión de la guerra contra Hezbolá el pasado verano) y con un Gobierno que hace aguas tras la Conferencia de Anápolis (Yisrael Beitenu ya ha abandonado la coalición y Shas ha anunciado su disposición a dejar en minoría al Gobierno de proseguir las negociaciones), Barak pretende presentarse como un 'halcón' que velará, ante todo, por la seguridad de la población israelí y que no temblará a la hora de aplicar todo tipo de medidas -incluidos los castigos colectivos, práctica condenada por el derecho humanitario internacional- para alcanzar dicho propósito.

El primer ministro Ehud Olmert, por su parte, también necesita una cortina de humo que le permita sobrellevar la inminente publicación del Informe Winograd y hacer frente a las tímidas presiones de la Casa Blanca para que desmantele los asentamientos ilegales, establecidos en los dos últimos años por grupúsculos de colonos ultranacionalistas. El asedio de Gaza es, para Olmert, una maniobra para tratar de recuperar la iniciativa en la escena doméstica y al mismo tiempo sortear los compromisos adquiridos en la reciente visita del presidente estadounidense George W. Bush. También parece meridianamente claro que el Gobierno israelí está dispuesto a instrumentalizar la situación de Gaza a su favor, extremando o aliviando el estrangulamiento de la franja según aconsejen sus intereses. En un año en el que Olmert y Abbas se han comprometido a alcanzar un acuerdo de paz con la mediación de Washington, la parte israelí podrá, cuando estime oportuno, desplazar la atención de la comunidad internacional hacia Gaza con el objeto de evitar cualquier presión para crear un Estado palestino viable.

Como en las peores fases del enfrentamiento palestino-israelí, el cierre a cal y canto de la franja de Gaza se justifica aludiendo a la necesidad de combatir el terrorismo, personificado en la organización islamista Hamás. Gilad Cohen, representante israelí en las Naciones Unidas, resumió la situación de la siguiente manera: «¿Qué harían los miembros del Consejo de Seguridad si Londres, Moscú, París o Trípoli son bombardeadas? ¿Continuarían sentados con las manos cruzadas?». Razonamiento que recuerda a las letanías empleadas en su día por Menahem Begin para justificar el asedio y la destrucción de los barrios palestinos de Beirut en 1982: «Si Hitler hubiese residido en una casa donde hubiese además veinte personas, ¿nos habríamos abstenido de bombardearla?». Con tal de doblegar hasta el último vestigio de resistencia palestino, al enemigo ni agua, ni alimentos, ni electricidad, ni combustible.

Ignacio Álvarez-Ossorio