Gaza y la degradación moral de Occidente

Más allá de cualquier sofisma, de las provocaciones de Hamás y el lanzamiento de sus cohetes caseros, de cualquier absurda manifestación negando el Holocausto, la invasión de Gaza es una masacre inadmisible. Mucho ha debido degradarse la sociedad israelí, o demasiado odio se le ha inculcado, para que esta locura cuente con el apoyo mayoritario de la población.

Israel considera desde hace años que tiene el derecho de intervenir en los Estados vecinos -ya sea el Líbano, Siria o Palestina-, ampliar sus fronteras y aniquilar a quien se oponga a sus pretensiones o intereses, mientras lo haga bajo el sacrosanto paraguas protector de la lucha contra el terrorismo. Aceptando sus planteamientos, podríamos llegar a la inadmisible conclusión de que la India debería bombardear Karachi tras los atentados de Bombay o el Gobierno de España los lugares donde se esconden, o son protegidos, los terroristas de ETA.

Es indudable que Israel tiene el derecho de defender a sus ciudadanos y su territorio. Pero también lo tienen los palestinos. Olvidamos que los israelíes rara vez han estado dispuestos a reconocerlos, han violado repetidamente las recomendaciones de Naciones Unidas, han establecido asentamientos en los territorios ocupados y se han negado a compartir Jerusalén y aceptar el regreso de los refugiados. Finalmente, han cercado el territorio palestino y lo han convertido en una cárcel abierta en la que sus comandos militares pueden cometer todo tipo de depredaciones y asesinatos selectivos.

Ahora, han hecho de la franja de Gaza un verdadero infierno, con centenares de muertos y miles de heridos, una trampa mortal de donde no se puede salir y donde ni siquiera se puede socorrer a los heridos. La dirigente "moderada" israelí y ministra Tzipi Livni se ha atrevido a decir en Francia, ante un impasible Sarkozy, que "no hay ningún problema humanitario en Gaza". Se puede falsear el discurso pero no las fotografías, que claman al cielo.

Esta destrucción no sería posible si no contara con la pasividad de las grandes potencias y el apoyo expreso de Estados Unidos. Bush ha afirmado que "el estallido de violencia ha sido instigado por Hamás y la actuación de Israel es la justa respuesta al lanzamiento de cohetes". Los países europeos se han limitado a expresar diplomáticamente su tibio rechazo, y poco se puede decir del silencio cómplice de Rusia y China o de los países arabo-musulmanes, incapaces de presentar un frente unido y una drástica oposición. Penoso es el panorama mediático en Occidente que, salvo excepciones, presenta a Israel como víctima, y no como verdugo. Algunos delos artículos publicados por los llamados "filósofos franceses" André Glucksmann y Bernard-Henri Lévy rozan el fascismo. En cuanto a los intelectuales israelíes antaño comprometidos con la paz, como David Grossman, se han limitado a pedir que el Ejército israelí no se exceda en la represión. En parecidos términos se han pronunciado la mayoría de los analistas europeos o norteamericanos. El "mundo civilizado" ha dado la espalda a Gaza, lo que es una vergüenza, y juega a favor de la represión.

Pero esta situación no es nueva. La escalada militar, tratando de destruir a toda costa la creación de un Estado palestino o reducirlo a la más mínima expresión, comenzó ya en la época de Sharon, como exhaustivamente explica Avi Shlaim en El muro de hierro. Ehud Olmert, el sucesor de Sharon en el Gobierno, que carecía de autoridad y prestigio, no ha sido sino un títere en manos del Ejército israelí, que es el que realmente gobierna, apoyado por la extrema derecha y la radicalización de gran parte de la sociedad israelí, sobre todos los colonos.

El ataque a Gaza, que supone un salto cualitativo y sirve además para infligir un terrible castigo al pueblo palestino, no se debe al radicalismo de Hamás y al lanzamiento de sus cohetes caseros, que poco pueden afectar al todopoderoso Estado de Israel. Basta con ver la diferencia abismal entre los daños que han sufrido los palestinos en comparación con los israelíes.

La invasión, al igual que la de Irak por Estados Unidos, estaba decidida de antemano. Los soldados israelíes se han ido ejercitando durante meses en el desierto de Néguev sobre maquetas reducidas de la franja de Gaza, como han reconocido sus portavoces militares. "Hemos asestado hasta la fecha -dirán- duros golpes a los milicianos de Hamás, pero falta rematarlos". La excusa estaba servida con las provocaciones de Hamás, pero faltaba el momento. Ninguno más propicio que el de la transición en la presidencia norteamericana, además de la duda de si un Barack Obama en el poder sería tan condescendiente con Israel como Bush.

Los israelíes han querido demostrar al mundo occidental, a los países de la zona, y especialmente a su gran enemigo, Irán, que nada ni nadie les va a impedir atacar cualquier objetivo o país que ellos consideren que pueda poner en peligro su supervivencia. Lo que preocupa al Ejército israelí no es Hamás, sino Irán, el país islámico más poderoso de la región, cuyo liderazgo se ha reforzado tras el ascenso del chiismo en Irak y de Hezbolá en el Líbano, y, sobre todo, porque está a punto de convertirse en un Estado nuclear. El ex ministro de Defensa israelí Benjamin Ben-Eliezer ya avisó a los norteamericanos de que Irak era un problema, pero que ellos consideraban a Irán un país "mucho más peligroso" para su seguridad. Recientemente, Daniel Finkelstein, nieto de uno de los fundadores del Estado de Israel, ha escrito en The Times de Londres: "Como quiera que Irán está a punto de conseguir armamento nuclear y, por tanto, el potencial para provocar un nuevo Holocausto, son preferibles las transgresiones de Israel que la pasividad mundial ante esta situación".

Dado que no parece que Irán, cuyo Gobierno no es precisamente democrático ni respetuoso con los derechos humanos, vaya a detener su programa nuclear -ahora es todavía más difícil-, quizás nos encaminemos hacia una situación mucho más conflictiva en el futuro.

Occidente, y también Barack Obama, ha cometido un doble error. El primero, moral, por no haber tenido la valentía de denunciar claramente esta tragedia, y el segundo, el tremendo error estratégico de permitir que los halcones israelíes crean que tienen las manos libres y carta blanca para actuar militarmente, y sin restricción alguna, en la defensa de lo que consideren sus intereses, aunque ello implique una confrontación global en la zona.

No hay demasiados motivos para la esperanza. Si, de una vez por todas, la comunidad internacional no reacciona e impide este tipo de actuaciones unilaterales, es de temer que la única paz que se consiga sea la de los cementerios.

Jerónimo Páez, abogado y director de la Fundación El Legado Andalusí.

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