Generosidad sin fronteras

Las personas que donan su médula ósea saben que en algún rincón del mundo alguien les espera. Hay mucho de magia, de justicia poética en ese gesto generoso del donante. Si uno goza de buena salud y está lleno de amor por el prójimo puede inscribirse como donante de médula y salvar vidas. Ser ángel de la guarda, ser un superhéroe, ser la esencia de la vida y conectarse por un hilo de amor invisible con otra persona que podrá sobrevivir gracias a ese gesto consciente y solidario.

Eso es amor absoluto, es amor transnacional, es global, es luminoso y no tiene fronteras. El amor y la ciencia médica llevan años uniéndose para salvar vidas. La ley universal del amor compartido es lo que nos da esperanza. El aliento positivo de los que aman de forma incondicional al otro, a todos los humanos, sirve para neutralizar los días tristes. Con este pensamiento debemos comenzar cada día, sabiendo que hay amor en todos los rincones de la tierra.

Las médulas o cualquier otro tipo donación médica no se pueden quedar en las fronteras esperando a que el burócrata de turno le de luz verde ¿Te imaginas que la vida de alguien muy querido depende de nuevas leyes fronterizas en materia de donaciones médicas? ¿Te imaginas que las médulas ya no pueden entrar con la misma celeridad en los Estados Unidos y el colmillo afilado de la retórica fronteriza retrasa el envío de un donante ? Al parecer, ya está pasando. En los planes de muchos enfermos estadounidenses que esperan a sus donantes, se tienen que sumar los días perdidos en los puestos fronterizos. Ya no se retrasan sólo los libros, ni las cartas de amor con pequeños regalos, ahora se retrasan las médulas rumbo a esos enfermos que tanto las necesitan. Esas personas que esperan recuperar la salud y volver a disfrutar de la vida, están sufriendo retrasos absurdos que sólo sirven para agudizar su padecimiento. Ya no llegan las médulas al mismo ritmo que antes, ahora tienen que congelarlas y ser doblemente pacientes porque nadie sabe cuándo llegarán exactamente. Si no fuera porque conozco un caso concreto de una persona que espera su médula y sé de primera mano que las nuevas fronteras de Trump lo complican todo, esta historia sonaría absurda.

La América estadounidense del poeta Walt Whitman parece que está de capa caída porque ha perdido el pulso vital que le da energía y se ha llenado de ansiedad. El poeta de todos, ese Whitman universal que ayudó a construir esa parte de América del norte vive tiempos difíciles asolado por una nueva retórica intransigente y kafkiana. El poeta, que todavía nos hace respirar en sus versos esa metáfora radiante de un gigante apasionado y lleno de esperanza, era partidario de la fuerza del amor que nos convierte en uno. Tal vez esa fuerza tenga reminiscencias con las de un donante que regala su amor y no distingue fronteras. Whitman, que vivió en el siglo diecinueve, detectó claramente la importancia del carácter latino, español, indígena como partes de una realidad que construía su patria. La América estadounidense de Whitman es porosa, es fluida, es rica por esa pulsión dinámica de tantos corazones que la habitan y la celebran con sus tradiciones tan diversas. Ahora se está congelando, la paralizan y la desmiembran.

Los políticos que construyen gruesas murallas, que lanzan discursos excluyentes, se olvidan de la sustancia de su ser. Se olvidan de la fragilidad de nuestro cuerpo, de su propia vulnerabilidad, de esa realidad que todos compartimos. Hay una energía que nos construye a todos como seres humanos transnacionales. Los avances médicos y científicos, la pasión de los que se dan a los demás sin pedir nada a cambio, el amor puro del que quiere el bien común y no distingue fronteras. Creíamos que el siglo veintiuno iría en esa dirección humanista global donde el hilo invisible del amor nos oxigenaría a todos. Lo aprendimos con la poesía y el arte. Lo aprendimos con el gesto generoso de alguien que comparte un trozo de su ser para que otra persona sobreviva. No hay fronteras para el amor, no debe haber fronteras para el amor, pero al amor se lo están poniendo muy difícil.

Sin embargo, hay esperanza. Porque somos gente generosa dispuesta a donar un trozo de nosotros mismos. Hay esperanza y lo sigo pensando con firmeza, pese a muchas decisiones políticas catastróficas promovidas por la toxicidad de algunas personas que tienen poder y lo usan mal. Pero sé que en muchos de nosotros habita el sentido de la responsabilidad y la necesidad de seguir amando a los demás, mientras tratamos de defender y proteger al más débil. Hay esperanza en la forma en la que nos coordinamos y aprendemos a resistir, a ser elásticos, a buscar alternativas y a seguir enamorados de la idea de un mundo mejor. Sí, y para lograrlo, tendrá que salir lo mejor de nosotros. Juntos podemos dar aliento a los que sufren. Es ahora cuando tenemos que ser conscientes de lo que vale nuestro voto, y lo que podemos aportar y compartir en nuestros barrios, vecindarios y comunidades.

Ahora, más que nunca, es fundamental que alcemos nuestra voz cuando veamos injusticias a nuestro alrededor. Pero también es necesario posicionarnos en el presente con una actitud positiva y vitalista, con gesto sereno y esperanzado, con inteligencia emocional. Necesitamos ser empáticos y seguir transmitiendo los valores de amor universal que ayudaron a construir nuestro presente. Es la gente buena la que hace que lo mejor de este mundo prospere. Los avances científicos, el arte, la educación, la medicina… Es la gente generosa y que ama a los demás, la que hace que el planeta siga vivo y se preocupa por protegerlo. Gente buena anónima que forma una amalgama de amor infinito y que piensa en los demás. Gente que no conoces, gente que tal vez trates con condescendencia.

A veces no nos damos cuenta de lo maravillosas que pueden ser las personas. Hay gente que te salvará la vida si alguna vez se cruza en tu camino una enfermedad difícil. Te alegrarás entonces de que el amor no distinga naciones ni reivindique territorios ni ponga fronteras. La generosidad no tiene fronteras, compartimos un mundo, un tiempo y una realidad. Y todos somos parte de ese presente, y todos nos merecemos el paraíso en la tierra. Cada gesto de bondad, cada oportunidad solidaria para compartir lo mejor de nosotros mismos, es un triunfo contra la maldad. Resistir a la maldad y enfrentarla con talante Quijotesco. Resistirla, con amor solidario.

Ana Merino es escritora.

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