Geopolítica de la pandemia

Se termina el mes de junio. España e Italia registran unas 600 muertes derivadas del coronavirus por cada millón de habitantes; Brasil y México, entre 200 y 300; Costa Rica y Paraguay, 2. Sí, dos. Europa no puede darle lecciones sanitarias a América Latina, pero quizás pueda aprender de su experiencia geopolítica y prepararse para lo que viene: la irrelevancia estratégica.

¿Cómo afecta la pandemia a la inserción latinoamericana en el mundo? Antes del coronavirus, en un sistema internacional que caminaba hacia la multipolaridad, la región se mostraba económicamente heterogénea, políticamente fragmentada y sin oportunidades de constituir un polo global. La cuestión clave, si la creciente influencia china generase un conflicto con Estados Unidos, permanecía irresuelta.

La pandemia no ha cambiado ninguna de estas tendencias; más bien, las ha agudizado. En el ámbito global confirmamos la multipolaridad creciente, el fracaso de la cooperación multilateral y la transición de poder; en América Latina, heterogeneidad estructural, fragmentación política e irrelevancia estratégica. Elaboremos punto por punto.

El aumento de la multipolaridad caracteriza a un mundo en el que Estados Unidos declina (pero gradualmente, y no sin dar pelea), China emerge (pero gradualmente, y no sin enfrentar resistencia), la Unión Europea lucha por sobrevivir (en lugar de influenciar) y Rusia lucha por importunar (en lugar de prevalecer). Estos cuatro actores concentran la mayor parte del poder militar, económico y tecnológico del mundo, aunque es probable que India se les una pronto. La covid-19 no erosiona esta distribución del poder, sino que la consolida. En la capa siguiente del orden jerárquico se alinea un grupo de potencias intermedias como Japón y Australia, y más abajo no aparecen potencias, sino espacios geográficos. Algunos, como Oriente Medio y Asia Central, son campos de juego de las grandes potencias. Otros, como África subsahariana y América Latina, constituyen regiones menos estructuradas.

El fracaso de la cooperación multilateral no es consecuencia de la multipolaridad, pero la agrava. Aunque el combate a la pandemia exige cooperación, las respuestas han sido unilaterales. El impacto sobre las organizaciones internacionales fue negativo, si bien asimétrico: las organizaciones políticas respondieron peor que las organizaciones técnicas. Así, mientras Naciones Unidas hacía mutis, la vituperada Organización Mundial de la Salud se convirtió en punto focal. Primera lección: la cooperación técnica tiende a ser más efectiva que la cooperación política. Esto es consistente con el historial de América Latina y sugiere que el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) serán más relevantes para la reconstrucción pospandémica que la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Segunda lección: la separación entre lo político y lo técnico anticipa una globalización desacoplada, en que las esferas de influencia de Estados Unidos y China quedarán delimitadas por la tecnología antes que por la ideología. Si la globalización clásica no liberó a América Latina de la dependencia ni la colocó en el sendero del desarrollo, la globalización desacoplada augura más tensiones.

La transición de poder puede ser un parteaguas para América Latina. Históricamente colocada bajo el paraguas de la Doctrina Monroe, que reclamaba América para los (norte)americanos, la región aparece hoy desgarrada por fuerzas centrífugas. China y Estados Unidos están desarrollando estándares técnicos y redes tecnológicas diferenciadas que acotarán los intercambios globales. Alinearse con cualquiera de ellos tiene un costo, porque Estados Unidos continuará reinando militarmente y controlando la moneda global, mientras China definirá los precios de los recursos naturales y decidirá sobre grandes flujos de inversión. Dado el estado catatónico del G-7 y el G-20, ¿la gobernanza global será proporcionada por un G-2 cooperativo o impedida por un G-0 entrópico? Los Estados latinoamericanos no serán actores relevantes en ninguno de los dos casos, pero se verán más perjudicados en el último.

La heterogeneidad estructural de América Latina implica que un evento común, como la pandemia, no afecta a todos los países de la misma manera. Los contextos locales bifurcan el impacto. La informalidad de los mercados laborales y la precariedad de los Estados de bienestar potencian las dificultades y dificultan las respuestas. Aunque políticas efectivas requieren Estados fuertes, desarrollarlos lleva tiempo. Y los Estados no siempre cuidan a sus ciudadanos, a veces los matan: por acción, si son autoritarios; por omisión, si son débiles. En América Latina hay algunos Estados efectivos, pero los autoritarios y los débiles son más. La pandemia potenciará las diferencias y alimentará la divergencia.

La fragmentación política ya no es noticia, sino rutina. La proliferación de organizaciones regionales ha pasado de la tragedia a la farsa, conforme la altisonante Unasur era reemplazada por un ficticio Prosur. Contra la evidencia, la mayoría de los líderes latinoamericanos sigue pensando que las organizaciones políticas son superiores a las técnicas —o que son más fáciles de controlar. El resultado es sombrío: los cadáveres de las organizaciones regionales se acumulan mientras sus resultados no terminan de nacer. Es previsible que algunos países opten entonces por socios extrarregionales. Sin embargo, hay una razón por la cual la cooperación regional seguirá siendo relevante: las amenazas ilegales. El narcotráfico, el contrabando, las guerrillas transfronterizas y las migraciones masivas son problemas irresolubles para un Estado individual. La prevención de problemas comunes, en lugar de la promoción de bienes comunes, ofrece a las organizaciones regionales una nueva oportunidad.

Al final, ¿cuánto pesa América Latina en el mundo? Comparar es necesario. El continente africano alberga una quinta parte de la humanidad. Las tendencias demográficas sugieren que África tiene el potencial de convertirse, hacia 2050, en el motor del crecimiento económico mundial. Pero las catástrofes naturales o los fracasos políticos podrían transformarla en una bomba de tiempo, con millones de personas a un bote de distancia de la envejecida Europa. Esto significa que, por buenas o malas razones, África es geopolíticamente relevante: puede dinamizar el sistema internacional o fracturarlo. América Latina difiere en ambos aspectos. Con tasas más bajas de crecimiento demográfico y económico, no se prevé que aumente su influencia global. Tampoco tiene gran potencial de daño, ya que la posibilidad de transferir sus problemas a los países del norte está limitada por la geografía. En resumen, América Latina ofrece tanto una promesa menor como una amenaza menor que África: esta es la definición misma de irrelevancia estratégica.

Una decisión reciente de Estados Unidos certifica esa irrelevancia. Cuando muchos pedían ayuda para la reconstrucción regional, Donald Trump propuso un candidato estadounidense para dirigir el BID. Este banco ha sido siempre conducido por un latinoamericano, así como el FMI siempre lo fue por un europeo. A los que reclamaban por Marshall, Trump les respondió con Monroe, la doctrina que ve en América Latina no un territorio en disputa, sino el patio trasero de Estados Unidos.

La buena noticia es que la irrelevancia geopolítica a veces protege. De hecho, ella preservó a América Latina de la destrucción durante las guerras mundiales. La mala noticia es que las amenazas actuales, como el cambio climático, las pandemias y el colapso cibernético, son ciegas a la geografía. La cooperación internacional es tan necesaria hoy como lo ha sido siempre. La región necesita ideas frescas para fomentarla. La primera condición para nutrir esas ideas es no esconder la realidad y comprender el mundo tal como es.

Andrés Malamud es investigador principal en el Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa.

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