Georgia íntegra y libre

Cada cuatro años, el mundo tradicionalmente se olvida de sus disputas para animar a los atletas durante el apasionante espectáculo de los Juegos Olímpicos. Sin embargo, en esta ocasión, hemos sido testigos de un espectáculo no menos apasionante; aunque no cautivante para la ciudadanía mundial: los carros de combate rusos, sus tropas y sus aviones militares penetrando la frontera de un pequeño país vecino. Aunque el país es Georgia, no Checoslovaquia, y los tanques eran rusos y no soviéticos, la escena es escalofriantemente evocadora de 1968.

El resultado de estos eventos ha sido igualmente preocupante. Las tropas rusas se han atrincherado en posiciones estratégicas no sólo dentro de las zonas disputadas de Osetia del Sur y Abjasia, sino dentro de la propia Georgia profunda, todas en violación de la integridad territorial de Georgia.

La pasada semana, la OTAN emitió un encendido comunicado de apoyo a la integridad territorial, la independencia y soberanía de Georgia, así como a su Gobierno democráticamente elegido. La secretaria de Estado de EEUU, Condoleezza Rice, añadió que el comunicado «envía el mensaje de que la Alianza Atlántica no permitirá a Rusia que trace una nueva línea a través de Europa entre aquellos estados que son parte de las instituciones transatlánticas y aquellos que aspiran a serlo».

La atención del mundo está ahora enfocada hacia tres objetivos urgentes: poner fin a las hostilidades y los abusos en la zona de conflicto, incluidos aquellos cometidos por milicias irregulares en áreas bajo control ruso, y en ayudar a los supervivientes. Tanto Georgia como Rusia han firmado el acuerdo de alto el fuego que prevé ayuda a la población civil, pero el mundo sigue esperando a que Moscú lo cumpla. Mientras, se debe permitir de forma urgente el paso de las organizaciones humanitarias. Estados Unidos y otros países, entre ellos España, ya han comenzado a distribuir material médico, comida, tiendas de campaña y otra asistencia a los supervivientes. Todavía no está claro el número exacto de muertos y heridos por el conflicto, lo que sí es evidente es que el pueblo georgiano se enfrenta a una crisis humanitaria provocada por la guadaña de la destrucción.

Las regiones separatistas de Osetia del Sur y Abjasia tienen un largo historial de tensión, pero cualquier observador especializado no se habrá sorprendido por los acontecimientos de las últimas semanas. Moscú ha intensificado de forma permanente la presión sobre Georgia, económica, política y militarmente, con el establecimiento de embargos y la suspensión de las comunicaciones por tierra y aire. En primavera, Rusia emitió una orden gubernamental para incrementar sus lazos oficiales con las regiones separatistas de Osetia del Sur y Abjasia, ignorando por completo a las legítimas autoridades georgianas.

Después, la afrenta rusa se volvió más ominosa. En abril, un caza de combate ruso derribó un avión de vigilancia dentro del espacio aéreo georgiano y, en el mismo mes, tropas de combate y artillería de Moscú comenzaron a tomar posiciones dentro de Abjasia bajo el pretexto de aumentar la fuerza de paz en la zona, pero sin consultar a Georgia. En mayo, Rusia envió otro grupo de soldados a Abjasia para reparar una línea férrea entre Rusia y la zona del conflicto, sin el mandato legal de ningún país y con la excusa de una «acción humanitaria». En julio, comenzaron actos violentos en Osetia del Sur que incluyeron ataques contra vehículos de la policía georgiana y el intento de asesinato de un líder político osetio pro-georgiano. El proceso culminó con la petición el lunes del Senado ruso y la aprobación ayer por parte del presidente Medvedev de reconocer la independencia de ambas regiones. Como dijo el presidente George W. Bush, la medida de Rusia es inaceptable y «la integridad territorial de Georgia y sus fronteras merecen el mismo respeto que las de cualquier otra nación, incluyendo las rusas».

Durante todo este periodo, EEUU ha urgido a los gobiernos de Rusia y Georgia a ejercitar la máxima restricción y a encontrar una vía pacífica para resolver sus diferencias. El 7 de agosto, después de que Georgia respondiera a un ataque de artillería contra varias aldeas en Osetia del Sur bajo control de las tropas de pacificación, los militares rusos inundaron el territorio surosetio, abjasio y el de la propia Georgia. Con esta acción, Moscú ha puesto en duda la integridad territorial georgiana mientras confiesa en la intimidad que se dispone a reconocer la independencia de las dos regiones separatistas a pesar de que numerosas resoluciones de la ONU les instan a resolver el conflicto por vías diplomáticas.

Las escenas de la agresión rusa, y ahora las amenazas, tanto directas como indirectas, contra otros países como Polonia o Ucrania, han despertado las trágicas memorias de estados capturados en el pasado y que hoy han elegido el modelo occidental de libertad y democracia. Pero el mundo en el que vivimos hoy es muy diferente al de 1968 cuando la Unión Soviética invadió Checoslovaquia. Desde entonces, Europa, la comunidad transatlántica y el mundo han dado un paso adelante. Rusia ha intentado integrarse en las estructuras políticas, diplomáticas, económicas y de seguridad del siglo XXI, y Estados Unidos ha apoyado firmemente este esfuerzo.

Pero con sus acciones, Rusia ha puesto en riesgo su reputación internacional y sus aspiraciones. El impacto de su comportamiento ya se ha comenzado a notar. Hoy surgen dudas sobre la validez de la candidatura rusa a la Organización Mundial del Trabajo y el prestigio que conseguiría si ocupara el octavo sillón del foro económico G7. Algunos críticos incluso se preguntan si Rusia es el lugar apropiado para la celebración de los próximos Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi, separada de Abjasia a menos de la distancia de una maratón. El pueblo ruso puede aprender que el coste de la agresión de las pasadas semanas será medido de forma que sus líderes nunca habrían considerado.

Si Rusia desea reparar el daño a su reputación, y sus relaciones con el resto del mundo, el primer paso que debe tomar es el de respetar el alto el fuego que su presidente ha firmado para detener todas las hostilidades, incluidas las cometidas por las milicias irregulares en zonas ocupadas por los rusos. En cumplimiento de los términos de ese acuerdo, todas las tropas rusas que penetraron el 6 de agosto tienen que salir de Georgia. También debe permitir el trabajo de los observadores internacionales y una mayor presencia internacional en Osetia del Sur. Además, debe facilitar que se distribuya ayuda humanitaria y adherirse a la anterior política rusa de respetar la integridad territorial georgiana.

Si Rusia no cumple con estos compromisos se verá más aislada. Como dijo la secretaria de Estado de EEUU, Condoleezza Rice, en la última cumbre de la OTAN: «No puede haber una relación normal con Rusia mientras continúe este tipo de agresión».

Eduardo Aguirre, embajador de Estados Unidos en España y Andorra.