Gestión de la crisis con Marruecos

La primera reflexión que se debe hacer en torno a este nuevo desencuentro o fricción es reconocer que con Marruecos existen, lamentablemente, crisis recurrentes y cíclicas. Unas tienen una base estructural y otras, coyuntural. En cualquier caso deben ser gestionadas con mucha prudencia y un inmenso sentido de Estado y de la responsabilidad. Hay una tendencia en una parte de la opinión publicada, y quizás y en consecuencia de la opinión pública de Marruecos, a pensar que desde España hay una estrategia perfectamente urdida y diseñada para entorpecer o perturbar la vida política de nuestro vecino. Muchos consideran que hay una verdadera obsesión antimarroquí en España y en consecuencia reaccionan. Nada de esto es cierto: España es un país extraordinariamente heterogéneo en el que en ocasiones se puede decir que donde haya tres españoles habrá cuatro opiniones.

Sería bueno que los marroquíes entendieran nuestra compleja realidad y que lo que ocurre, permítanme decir que lógicamente, es una reacción a ciertas escaladas que nadie atisba a entender. Si se le pregunta a cualquier español de la calle si prefiere llevarse bien o mal con Marruecos, la aplastante mayoría dirá que bien y, si se puede, maravillosamente bien. Pero que no se llame nadie a engaño: nunca será a cualquier precio. En la opinión pública española hay una sensación de que Marruecos tensa la cuerda, muchas veces, como es el caso, sin que nadie en España sepa muy bien por qué. Cuando las tensiones se manifiestan sin una razón aparente, se produce un fenómeno de hartazgo.

Conviene de vez en cuando leer los comentarios de los lectores en los periódicos. Últimamente las noticias sobre Marruecos generan más comentarios que las del corazón, y casi todas traslucen una creciente irritación de la opinión pública española, incluso en las páginas web de los periódicos de izquierdas. Los trolls que dicen ser marroquíes con comentarios terribles contra España sólo echan más leña al fuego. Creo sinceramente que las autoridades y medios de comunicación marroquíes deberían tener muy en cuenta esta realidad. Hay un umbral de cansancio que con ciertas políticas se alcanza rápidamente, y éste ha sido el caso de este enésimo desencuentro.

Cualquier responsable político con sentido de Estado y de la trascendencia geopolítica estará a favor de unas buenas relaciones con Marruecos. Quienes conocemos muy bien el país sabemos que el marroquí medio, incluso en tiempos de crisis, siente una simpatía sincera hacia España y los españoles.

También es esencial subrayar que para los principales actores políticos españoles la relación con Marruecos es esencial, prioritaria y estratégica, y que siempre se hará lo indispensable para mantener el mejor nivel e intensidad de relaciones, dentro del marco de la transparencia, la amistad, el respeto mutuo y la búsqueda de las sinergias positivas que evidentemente existen entre nuestros dos países. Sin embargo, es evidente que hay actores antiespañoles y que algunos tienen poderosos altavoces que utilizan para incendiar los ánimos. Convendría no hacerles demasiado caso, sin dejar de tener en cuenta lo que dicen, porque reflejan una parte del pensamiento de Marruecos.

El Gobierno socialista ha gestionado de manera extraña las relaciones con Marruecos, siempre recordando Perejil para criticar al Gobierno anterior y no haciendo nada, no reaccionando o haciéndolo de manera tardía en las ocasiones en que le ha tocado desde 2004. Los problemas naturales que existen entre vecinos no los arregla el talante, ni la ideología. Deben ser cuestiones de Estado, puesto que son problemas de Estado que trascienden a los Gobiernos y que deben ser abordados con la perspectiva clara y taxativa de la defensa de los intereses nacionales y de los ciudadanos.

El Gobierno ha practicado, demasiadas veces, una política de esperar a que amaine la tormenta, dejando desamparados los intereses de España demasiado tiempo, y mandando un mensaje completamente equivocado. No se puede dejar que se pudran las situaciones, eso no conviene a nadie, aunque se crea de verdad, como le ocurre al PSOE, que no hay crisis. Uno se pregunta en qué mundo vive este Gobierno, que negaba la crisis económica, la guerra en Afganistán y ahora la crisis con nuestro vecino. ¿De verdad creen que es incompatible llevarse bien con Marruecos y defender los intereses de España y de los españoles? De hecho es una consecuencia lógica de ello, llevarse bien y defender nuestros intereses. Parece que a alguno se le fue la mano y ahora están tirando de las riendas. Ya era hora, no merecen nuestros países y nuestros pueblos vivir tensiones innecesarias.

En el corazón de esta crisis está la defensa incuestionable, innegable e irrenunciable de la españolidad de Ceuta y de Melilla. El peregrino argumento de que las ciudades autónomas se encuentran en un continente distinto no se tiene de pie. También Turquía tiene una parte de su territorio en el continente europeo, y Estambul buena parte de su superficie en Europa, no en Asia. A los comunicados oficiales marroquíes tildando nuestras ciudades de «ocupadas» debería haber contestado el Gobierno socialista. Ceuta y Melilla son españolas porque lo dice la Historia, la Constitución española, y la aplastante mayoría de ceutíes y melillenses (por no decir todos) incluidos, quizás sobre todo los de origen marroquí.

Ambas ciudades son un ejemplo extraordinario de convivencia, demostrando que no hay racismo en el corazón de los españoles, que ése es un sentimiento que no tiene peso o trascendencia en nuestra sociedad. Habría que preguntarle a algún asesor del presidente, o a algún concejal socialista de Sevilla, si de verdad creen que hay que devolver a Marruecos esos «territorios ocupados». Al PSOE en su conjunto hay que preguntarle, con su secretario general y presidente del Gobierno a la cabeza, ya que tantas veces mencionan de forma enfermiza Perejil, cómo habrían actuado ellos si una parte del territorio español hubiese sido ocupada por un vecino. Después de seis años y medio de gobierno ya va siendo hora.

No se puede aceptar tampoco que se tilde de racista a toda la plantilla de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado de Melilla, por extensión de Ceuta y del resto de España. Esas Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado son los garantes de los derechos y libertades de los ciudadanos de un Estado democrático. Quiero subrayar nuestro apoyo, respeto, gratitud y admiración por los hombres y mujeres de la Policía y de la Guardia Civil. El Gobierno no ha defendido la dignidad profesional y personal de los policías y sobre todo de las policías españoles de Melilla, que han sido denigrados -especialmente ellas- por los carteles de ciertas asociaciones privadas. La reacción de la ministra de Igualdad es tardía y forzada por las exigencias insistentes de la oposición. La defensa del ministro del Interior es a todas luces insuficiente. Sin duda, una mancha oscura en la desastrosa gestión de esta crisis por parte del Gobierno socialista, que apenas ahora empieza a reaccionar.

En circunstancias mucho más tensas, Zapatero, quien era entonces jefe de la oposición y secretario general del PSOE, voló a Marruecos en viaje oficial visitando a todas sus máximas autoridades, sin la luz verde del Gobierno y rompiendo de forma hasta ahora irremediable el consenso en política exterior.

Algunos intentan de manera torticera hacer el paralelismo con el viaje del ex presidente Aznar a Melilla. Pero debe recordarse que Aznar es un ciudadano español que no tiene cargo institucional, y que visita una parte del territorio nacional de su país.

La conclusión no puede ser otra que la que se lee de estas líneas: las relaciones con Marruecos son y serán siempre una prioridad para todos los Gobiernos de España, pero la primera obligación sagrada es la defensa de los intereses nacionales, desde el más estricto sentido de Estado y de la trascendencia de los propios actos. Debemos entender que sobre cuestiones de este calado no hay intereses partidistas; debe primar el interés general, el nacional y la responsabilidad. Parece que las aguas vuelven a su cauce. Esperemos que todos hayamos aprendido de una vez por todas la lección. La tensión artificial y artificiosa no lleva a ninguna parte, y el silencio y la inacción del Gobierno de España sólo alimenta la hoguera. Es hora de apagarla.

Gustavo de Arístegui, diplomático, diputado por Zamora, portavoz de Asuntos Exteriores del PP en el Congreso y autor del libro Contra Occidente, La Esfera de los Libros.