Gestión frente a magia

Vascos y gallegos han apostado más por la gestión que por la magia. Aunque los votantes nos equivocamos con más frecuencia de lo que creemos, hay que constatar la evidencia de que tanto en Galicia como en el País Vasco ese bálsamo que todo lo cura, llamado «el cambio de Pedro Sánchez», no solo no ha cosechado éxito sino que, una elección más, sigue perdiendo empuje. Con todo y con eso, mucho me temo que el secretario general de los socialistas, conocido su ADN escasamente democrático, lejos de hacer una lectura que lo lleve a facilitar un Gobierno en España a través de la lista más votada, mantendrá su determinación de bloquear, con el inevitable y consabido daño a la sociedad española y, de manera muy especial, a la economía.

Ojalá me equivoque, pero tengo para mí que las elecciones autonómicas de ayer no van a deshacer el nudo gordiano en que permanece atrapada la política española. La parálisis que padecemos arrastra otras causas y, sobre todo, tiene como protagonistas a unos dirigentes bastante simples e inconscientes. Si el resultado hubiese sido otro, por ejemplo que el PP hubiera perdido la mayoría absoluta en Galicia y el PSOE hubiese recuperado el más mínimo terreno, seguramente estaríamos escuchando ya una salmodia orientada a justificar y explicar ese denominado gobierno del cambio, del que todavía lo ignoramos todo.

La jornada de ayer, de todos modos, nos trae al primer plano de la actualidad a la figura de Alberto Núñez Feijóo, sin duda el gran ganador y uno de los nombres con más futuro en la vida política española. Lo que acredita el valor de un político es contar con el apoyo del pueblo; lo demás son onanismos de salón. Su tercera mayoría absoluta alberga un mérito enorme. Llegó al poder en marzo de 2009, en medio de la crisis más feroz de la economía española, y se puso manos a la obra para tratar de hacer viable el conjunto de prestaciones que la autonomía gallega ofrece a sus ciudadanos. Hay que tener en cuenta que Galicia no disfruta de las ventajas fiscales del País Vasco. Por tanto, Feijóo ha pasado la crisis en el poder, con la factura que eso conlleva, y ha sobrellevado también la corrupción de su partido, que en todo proceso electoral se vuelve lógicamente contra sus propias siglas.

La mejor demostración del valor que cobra esta tercera mayoría absoluta es lo difícil que les resultó retenerla a otras figuras del PP: a Bauzá, Monago o Cospedal, por ejemplo. Enfrente, los socialistas no cuentan con un solo líder regional en activo que la haya revalidado por tercera vez.

Alberto Núñez Feijóo, al que Rajoy acompañó en siete de quince días de esta campaña, tuvo que enfrentarse prácticamente solo a las restantes fuerzas. Eran todos contra Feijóo, lo que amplifica todavía más el hito de su triunfo de ayer. Llama la atención de manera especial el resultado en la provincia de Coruña, el territorio cuyas tres grandes ciudades están gobernadas –o mejor dicho, paralizadas– por En Marea, gracias al inexplicable apoyo del PSOE.

Los socialistas son los escandalosos perdedores de la jornada de ayer, tanto en el País Vasco como en Galicia. En ambos territorios han retrocedido, en escaños y votos. No esperen, de todos modos, ninguna reacción en el partido. Continúan en caída libre, como siempre desde que giraron al pro nacionalismo. En el País Vasco, el PSE ha quedado reducido a la mitad de diputados, todo un éxito. Tampoco le va bien al PP allí, al ceder un escaño. Bien es cierto que Alfonso Alonso, un buen candidato, llegó tarde y no pudo activar el revulsivo necesario. Falta en esta comunidad, que todavía cicatriza medio siglo de terrorismo, un discurso ilusionante y auténtico, es decir, creíble, por parte de los partidos que defienden la idea de España. Hacerlo sin reparos, poniendo en valor lo que para los vascos ha supuesto –y supone– pertenecer desde hace siglos a la gran realidad de ciudadanía que es España. El día que socialistas y populares giren en esa dirección y abandonen sus complejos frente a los nacionalistas, volverán a convencer a muchos vascos de buena voluntad que se han quedado huérfanos, y en ocasiones un tanto despistados, después de tanta anomalía política. El futuro de las tierras vascas, como el de todos, está por escribir. Padece un alarmante envejecimiento de su población y su ventajosa financiación por parte del Estado le proporciona unas cotas de bienestar difícilmente sostenibles. El hecho diferencial, siendo cierto, no es mayor que en otros lugares, pero sobre todo no será el motor del futuro.

La victoria de Urkullu, al frente de uno de los PNV más moderados de los últimos tiempos, siendo plausible no deja de evidenciar determinadas patologías que esa sociedad ha incubado en el largo tiempo del azote terrorista. La normalización política de los próximos años convocará a otros discursos y a otras propuestas, dado el talante moderado de la inmensa mayoría de la sociedad vasca. Tanto allí como en Galicia, se ha demostrado que la política es la gestión eficiente de los recursos públicos, así como el mantenimiento y conservación de todas aquellas razones por las que compartimos una identidad común. Y eso es justamente lo que ayer premió la mayoría de los electores.

Es inevitable incurrir en las lecturas nacionales. Los dos grandes protagonistas del Gobierno del cambio contra la lista más votada –Sánchez e Iglesias– no han obtenido ningún mensaje de la sociedad vasca ni de la gallega para seguir adelante. A pesar de ello, imagino que Sánchez no se apeará del «no», del que vive, a pesar de que su partido sigue retrocediendo, camino de la irrelevancia, que es lo que Podemos busca.

Habrá terceras elecciones, porque será la nueva oportunidad que los españoles tendrán para colocar en su sitio a aquellos que no creen en el juego democrático. A aquellos que nos quieren ofrecer el paraíso de Harry Potter frente al paisaje real y cotidiano de nuestra España.

Bieito Rubido, Director de ABC.

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