Gestos para acallar opiniones públicas

En 1891, el intérprete de árabe de la legación española de Tánger, Aníbal Rinaldy, escribía que había debido explicar al sultán Hassan I que la razón por la que se reclamaba una indemnización por un incidente ocurrido era "acallar la opinión pública", dado que "nuestros Gobiernos son de opinión". Algo más de cien años después nos encontramos con que en las dos orillas existen consolidadas opiniones públicas que deben ser "acalladas" con gestos y escenificaciones. Nadie, pues, debería rasgarse las vestiduras ante las más que previsibles reacciones oficiales marroquíes por la visita de los Reyes a Ceuta y Melilla. Reacciones por otra parte, al margen del cacareo habitual de ciertos medios españoles, muy circunscritas a ámbitos concretos sin desbordamientos de ningún género.

Por un lado, una condena de la visita por parte de un primer ministro líder del partido con la trayectoria más larga en la defensa de la integridad territorial, que debe dar cuenta a los suyos y a su opinión pública con unos gestos tanto más duros cuanto que necesita de una legitimidad añadida que no le dio el 63% de abstención en las pasadas elecciones, ni sus contados apoyos parlamentarios (una mayoría relativa de 155 votos en su investidura, el 47% del total de la Cámara). Por otro, una instrumentalización de la protesta por parte de los nuevos protagonistas de la escena política marroquí: un PJD islamista que quiere jugar al registro nacionalista para ampliar su limitado techo electoral del pasado 7 de septiembre; y la nueva estrella de la Cámara, Fuad Ali Himma, hombre cercano al Rey, que ha querido descender a la arena política para recibir su baño de popularidad y al que la ocasión, gracias al transfuguismo fácil que le permitió improvisar un nutrido grupo parlamentario, le ha convertido en presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores, Defensa Nacional y Asuntos Islámicos (antiguamente llamada también "de los territorios ocupados") de la Cámara baja, y liderar la delegación parlamentaria que entregó al embajador de España la protesta unánime de los diputados.

Sin olvidar, en este recuento de reacciones, la escasísima protesta callejera, fuera de algunos centenares de personas en plazas de Tetuán, Rabat o los puestos fronterizos de las ciudades cuestionadas, pobre movilización movida por partidos insignificantes como el Marroquí Liberal, pese a su hiperbolización por nuestras cadenas televisivas y medios, incluida Al Jazeera.

Por último, una dura pero calculada protesta del monarca marroquí ante el Consejo de Ministros que preside, dejando claro que es él quien dirige la política exterior y que no quiere que su país sea instrumento en las querellas internas españolas. Al mismo tiempo, el tema de la visita no se mencionó en su discurso tradicional del aniversario de la Marcha Verde, dirigido por TV a toda la nación y en el que le ahorró un tirón de orejas al Gobierno español, que no había caído en la cuenta de la coincidencia de las visitas con una fecha como el 6 de noviembre, centrada en las cuestiones de integridad territorial.

Si hablamos de coincidencias, no se puede por menos de evocar otra más, que ha contribuido a acumular dramatismo desde la óptica marroquí a la visita de nuestros Reyes: justo el día en que el ministro Moratinos informaba a su homólogo Fassi-Fihri de la visita en Marrakech, el juez Garzón daba curso a la investigación sobre la acusación de genocidio en el Sáhara a diversas personalidades de la Gendarmería, el Ejército y la seguridad marroquíes. No hay duda de que un hecho como éste hubiera perdido trascendencia si algunas de estas personalidades, que encarnaron un viejo régimen que no ha desaparecido pese a la valentía de iniciativas como la Instancia de Reconciliación y Equidad, hubiera sido discretamente apartada a la llegada al trono del rey, de manera tan poco traumática como pasaron a un segundo plano en nuestra transición los representantes de la vieja guardia del franquismo.

Queda por extraer la lección de la crisis: hay que mirar al futuro, en el que, cada vez más, Marruecos y España se necesitan mutuamente y deben conciliar sus intereses. Si hemos logrado que se hable sobre Gibraltar con Gran Bretaña, nada debería impedir -por usar palabras de Mohamed VI- un diálogo responsable que busque acercar la aspiración a la soberanía marroquí y que tome en cuenta los intereses de España. ¿No dijo Joaquín Costa que "España debe ambicionar que Marruecos se regenere tan por completo, que llegue a inscribir en el programa de sus ideales nacionales la reivindicación de Ceuta, como nosotros contamos ya entre nuestros ideales propios la reivindicación de Gibraltar"?

Sólo queda encontrar una razón rápida para justificar el retorno del embajador a su puesto. La necesidad de no dejar sin representante oficial a los 600.000 marroquíes que viven en España es una razón más que suficiente para el restablecimiento de la normalidad.

Bernabé López García, catedrático de Historia del Islam de la UAM. Su último libro es Marruecos y España: una historia contra toda lógica, Sevilla 2007.