Utilizar bombillas más eficientes, lavar la ropa con agua fría, comer menos carnes. Reciclar más y comprar un coche eléctrico: constantemente los activistas del clima, los ambientalistas y los medios de comunicación nos dan instrucciones sobre cómo podemos enfrentar el cambio climático en nuestro día a día. Por desgracia, parecen así trivializar el reto del calentamiento global y desviar nuestra atención de los enormes cambios tecnológicos y de políticas necesarios para combatirlo.
Por ejemplo, una vez se le preguntó al presentador de documentales sobre la naturaleza y activista ambiental británico David Attenborough lo que una persona de a pie podía hacer para enfrentar el cambio climático: prometió desenchufar su cargador telefónico cuando no lo estuviera usando.
No hay duda de que su corazón está en el lugar correcto. Pero incluso si desenchufa consistentemente su cargador por año, la reducción resultante de emisiones de dióxido de carbono sería equivalente a menos de la mitad de un milésimo de las emisiones de CO2 de un ciudadano promedio en el Reino Unido. Más aún, la carga de la batería representa menos del 1% de las necesidades energéticas de un teléfono; el 99% restante se necesita para fabricar el aparato y operar los centros de llamadas y torres celulares. Casi en todo el mundo, estos procesos dependen en gran parte de combustibles fósiles.
Attenborough está lejos de ser el único en creer que los pequeños gestos tienen un cambio significativo sobre el clima. De hecho, compromisos mucho más altisonantes han logrado solo limitadas reducciones de CO2. Por ejemplo, los activistas por el medio ambiente enfatizan la necesidad de renunciar a comer carne y a conducir coches a gasolina. Pero, si bien yo mismo soy vegetariano y no poseo un coche, creo que debemos ser honestos sobre lo que pueden alcanzar esas opciones.
En realidad, convertirse en vegetariano es bastante difícil: un estudio a gran escala realizado en los Estados Unidos indica que un 84% fracasa, la mayoría en menos de un año. Pero un estudio sistemático con revisión de pares ha mostrado que, incluso si lo logran, una dieta vegetariana reduce las emisiones individuales de CO2 en el equivalente a 540 kilogramos, o apenas un 4,3% de las emisiones del habitante promedio de un país desarrollado. Es más, existe un “efecto de rebote”, ya que el dinero ahorrado en comida vegetariana más barata se destina a bienes y servicios que causan emisiones de gases de invernadero adicionales. Si tomamos esto en cuenta, convertirse en vegetariano por completo reduce las emisiones totales de una persona en apenas un 2%.
Del mismo modo, los coches eléctricos se presentan como amigables con el medio ambiente, pero la generación de la electricidad con la que funcionan casi siempre implica quemar combustibles fósiles. Más todavía, fabricar baterías de uso intensivo de energía para estos coches invariablemente genera emisiones de CO2 importantes. Según la Agencia Internacional de Energía (AIE), un coche eléctrico con un rango de 400 kilómetros (249 millas) tiene un enorme déficit de carbono cuando sale de la fábrica y comenzará a ahorrar emisiones solo después de los 60.000 kilómetros. Sin embargo, casi en todos lados la gente usa el coche eléctrico como un segundo coche, y lo conduce por distancias más cortas que los coches a gasolina equivalentes.
A pesar de los subsidios de cerca de $10.000 por unidad, los coches eléctricos representan menos de un tercio del 1% de los mil millones de vehículos existentes en el mundo. La AIE estima que, con subsidios y una presión política sostenida, los coches eléctricos podrían llegar a representar un 15% de la mucho más numerosa flota global en 2040, pero observa que este aumento de la proporción reducirá las emisiones globales de CO2 en solo un 1%.
Como ha señalado Fatih Birol, Director Ejecutivo de la AEI, “Si piensa que puede salvar el clima con coches eléctricos, se equivoca por completo”. En 2018, los coches eléctricos permitieron el ahorro mundial de 40 millones de toneladas de CO2, equivalentes a reducir las temperaturas globales en apenas un 0,000018°C (o un poco más de un ciento de milésima de un grado Celsius) para fines de siglo.
Incluso si se consideran en su conjunto, las acciones individuales para enfrentar el cambio climático logran tan poco porque la prosperidad humana se sostiene en una energía barata y fiable. En la actualidad, los combustibles fósiles satisfacen un 81% de nuestras necesidades energéticas mundiales. E incluso si para 2040 se alcanzara cada indicador comprometido en el acuerdo climático de París de 2015, seguirían proporcionando un 74% del total.
Ya gastamos $129 mil millones en subsidios a la energía solar y eólica para intentar persuadir a la gente a usar esa tecnología que en la actualidad no es eficiente, y sin embargo ellas satisfacen apenas un 1,1% de nuestras necesidades energéticas globales. La AEI estima que para 2040 –tras haber gastado unos abrumadores $3,5 billones en subsidios adicionales- la energía solar y eólica seguirá cubriendo menos del 5% de nuestras necesidades.
Es lamentable. Para bajar las emisiones de CO2 de manera significativa habrá que emprender mucho más que acciones individuales. Resulta absurdo que los ciudadanos de clase media de las economías avanzadas se digan que comer menos carnes rojas o ir al trabajo en un Toyota Prius ayudará a manejar las temperaturas. Para abordar el cambio climático debemos hacer cambios como colectivo a una escala sin precedentes.
Por supuesto, todo aquel que desee convertirse en vegetariano o comprar un coche eléctrico debería hacerlo por razones tan atendibles como matar menos animales o reducir las cuentas de energía del hogar. Pero esas decisiones no solucionarán el problema del calentamiento global.
La única y gran acción individual que los ciudadanos podrían adoptar para marcar una diferencia sería exigir un vasto aumento de la financiación a la investigación y el desarrollo de energías verdes, de modo que estas acaben por volverse lo suficientemente baratas como para competir con los combustibles fósiles. Esa es la verdadera manera de ayudar a combatir el cambio climático.
Bjørn Lomborg, a visiting professor at the Copenhagen Business School, is Director of the Copenhagen Consensus Center. His books include The Skeptical Environmentalist, Cool It, How to Spend $75 Billion to Make the World a Better Place, The Nobel Laureates' Guide to the Smartest Targets for the World, and, most recently, Prioritizing Development. In 2004, he was named one of Time magazine's 100 most influential people for his research on the smartest ways to help the world. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.