Entre las primeras palabras del actual ministro de Asuntos Exteriores español, José Manuel García-Margallo, «¡Gibraltar español!», y las últimas, «Las partes deben buscar el compromiso para que los pescadores españoles puedan pescar donde han pescado siempre», median apenas cuatro meses, pero es como si hubieran pasado cuatro años. Todos los ministros del Exterior españoles desde López Bravo, inventor del «pensar juntos», inician su andadura convencidos de que pueden resolver el contencioso gibraltareño negociando con los ingleses. Hasta Moratinos, que se fue a la mismísima Roca a seguir pensando. Y retrocediendo.
García-Margallo ha tardado bastante menos en recorrer ese camino de Damasco, y no habla ya de «aguas españolas» en torno al Peñón, que es la tesis oficial, sino de «aguas donde nuestras pescadores han pescado siempre». Supongo que fue lo máximo que le permitió su colega británico Ha-gue si quería un comunicado conjunto a los últimos incidentes. Aun así, hay que reconocer a García-Margallo la voluntad de recobrar algunas de las posiciones cedidas por Moratinos, como convertir el Foro Tripartito en Cuatripartito, con España y el Reino Unido encargándose de los temas importantes, mientras gibraltareños y autoridades locales se encargan de los diarios. Que conduzca a algo ya es otra cosa. Hemos cedido mucho, parte de ello irrecuperable. Por si fuera poco, mientras británicos y gibraltareños coordinan perfectamente sus políticas, nosotros andamos a la greña, con la alcaldesa de La Línea, del PSOE, enfrentada al alcalde de Algeciras, del PP. ¿Cómo van a hacerse valer así unos títulos, si somos nosotros los primeros en cuestionarlos?
Pues la realidad es que la razón ha estado siempre de parte de España y, sin ir más lejos, la Comisión Europea le ha encargado el cuidado ecológico de la Bahía de Algeciras, con gran cabreo gibraltareño. Por no hablar ya de la resolución 2.231 (XXI) de la Asamblea General de Naciones Unidas, del 20 de diciembre de 1967, donde se establece que Gibraltar «debe ser descolonizada en conversaciones entre España y el Reino Unidos teniendo en cuenta el principio de la integridad territorial de los países», que era tanto como avalar su incorporación a España. Recuerdo perfectamente la insistencia inglesa en incluir que se respetasen los wishes, los deseos, de los habitantes. Sólo se les concedió respetar sus interests, sus intereses, a lo que España ha estado siempre dispuesta.
En los 45 años transcurridos nosotros no hemos hecho más que retroceder, y los gibraltareños otra cosa que avanzar, hasta el punto de que el Campo de Gibraltar es hoy el hinterland de la colonia, su campo de expansión, donde tienen sus villas los gibraltareños con despacho en la Roca, adonde miles de españoles acuden diariamente a trabajar en oficinas, hospitales y servicios domésticos, al estarnos prohibido pernoctar. Precisamente los atascos de tráfico de los últimos días, debidos al reforzamiento de los controles aduaneros, obligaron a improvisar camas en las cuevas donde estuvieron los cañones que dieron a la Roca fama de inexpugnable. Inexpugnable, sí, pero con una escasísima oferta en calidad de vida, a partir de un exiguo número de habitantes. Nada de extraño que los gibraltareños que pueden, y son muchos, vivan en España, mientras siguen creciendo, ganando terreno al mar... con escombros traídos de España. Algo que no necesita comentario.
A estas alturas, Gibraltar, con el respaldo inglés y la pasividad española, se acerca paso a paso a su sueño: lograr vivir bajo pabellón británico a costa de España, con pleno reconocimiento internacional. Quien crea que exagero le ruego atenerse a los datos que siguen sobre las fuentes de ingresos de la colonia:
—El viejo contrabando de tabaco continúa, en buena parte cedido a los españoles, mientras en la colonia ha sido sustituido por el mucho más rentable del tráfico de droga, del que regularmente dan noticias los periódicos.
—Los suministros de combustible abajo precio a los barcos que cruzan el Estrecho, a cargo de gabarras cisterna, o bunkering, que aparte de los problemas ecológicos que originan —siempre hay vertidos en el acoplamiento—, resultan peligrosos por el material que se maneja, habiendo ocurrido ya explosiones.
—Haberse convertido en la capital mundial del juego on line, con toda la variedad del mismo, desde el bingo al póquer. Aunque son las apuestas deportivas, fútbol, tenis, baloncesto, caballos, galgos etcétera, su plato fuerte. Con más de 1,5 millones de entradas desde Europa en 2011. Gracias, en buena parte, a las líneas telefónicas que les concedimos graciosamente hace casi 20 años.
—Ser un paraíso fiscal para el dinero negro que huye de España y otros países europeos. Algo que el gobierno gibraltareño intenta legitimar con tratados bilaterales con distintos países, sin haber conseguido salir de la lista de tales refugios por la sencilla razón de que continúa siéndolo. Ni que decir tiene que Madoff tenía abierta allí oficina.
—Albergar sociedades para el tráfico de armas, sin preguntar de dónde vienen ni a manos de quién van, sean terroristas o revolucionarios. El pasado 5 de abril, un tribunal federal de Manhattan condenó a Víctor Bout, conocido como «el mercader de la muerte», a 25 años de cárcel por conspirar para la venta de misiles antiaéreos a través de un proveedor búlgaro con oficina en Gibraltar. Cualquier operación comercial es allí lícita con tal de pagar los cánones establecidos, como se vio con el Odyssey, el buque cazatesoros que extrajo 500.000 monedas de oro y plata del «Nuestra Señora de las Mercedes», que encontró refugio en Gibraltar para ocultarlas y, luego, ayuda para trasladarlas a Florida. Menos mal que los tribunales norteamericanos les han obligado a devolvérnoslo
principal perjudicada de todo ello es España, por los daños que causa a su hacienda y a su medio ambiente. Algunos españoles se benefician de ello, pero aparte de ser un grupo insignificante se trata de meros peones de los patronos gibraltareños, que los envían a casa una vez acabada su labor, como los blancos sudafricanos enviaban ° los negros durante el apartheid. Y así continuar á mientras los españoles no nos tomemos en serio el asunto
Tras haber seguido el contencioso durante más de cuarenta años y estar a punto de contarlo en libro, la conclusión a que llego es que con argumentos legales y llamamientos a la moral no lograremos nunca convencer a ingleses y gibraltareños de los derechos que nos asisten. Viven demasiado bien y sacan demasiados beneficios para renunciar a ellos. Tampoco la fuerza es aconsejable por la sencilla razón de que son más fuertes que nosotros.
Nuestra única baza queda así reducida a la más escueta realidad: la condición física de la Roca como parte del territorio español. Como tal fue cedida, sin comunicación alguna por tierra y sin aguas circundantes. A nosotros, desde luego, nos favorecería aislar ese foco de infección. Aunque para ello se necesita, primero, un plan de desarrollo del Campo de Gibraltar, para que sus habitantes no tengan que buscar trabajo en la Roca. Un proyecto con casi medio siglo, que nunca se llev a cabo. Y, segundo, que los españoles tengamos una sola política para Gibraltar y no una por cada ministro de Asuntos Exteriores, como viene ocurriendo.
Se dirá que, en medio de la aguda crisis que padecemos, reabrir el contencioso de Gibraltar no tiene sentido. De acuerdo. Pero sin bajar la guardia ni olvidar que los ingleses han aprovechado nuestros peores momentos para ensanchar su colonia. Levantaron la Verja poco después del 98 y construyeron el aeródromo durante nuestra guerra civil. Ahora levantan una seg T.da Verja. Cuanto más se aíslen mejor para nosotros. Pues tenemos que defendernos de Gibraltar más que a la inversa. Pensando que, con la geografía, el tiempo juega a nuestro favor: ese tipo de enclaves sin otra ley que violar las de los demás están condenados a desaparecer en el mundo global que se avecina.
José María Carrascal.