Gibraltar y la geopolítica

Sé muy bien que a muchos eventuales lectores de las siguientes líneas les chocará —negativamente— lo que voy a exponer. Primero, porque consideren la “geopolítica” como un perverso ejercicio de análisis sobre el poder en el ámbito de las relaciones internacionales, a desterrar. Y segundo, porque el tema de Gibraltar les puede parecer insustancial a estas alturas y que, por consiguiente, no merece mayor consideración. ntentaré exponer por qué no comparto ambas aproximaciones.

Gibraltar y la geopolíticaEn primer lugar, la geopolítica ha vuelto —de hecho, jamás se fue— para quedarse de nuevo de forma explícita. Y si no, no podríamos interpretar las políticas exteriores de países como China, Rusia, Japón, Turquía o Irán (y la de todos los demás) en los momentos actuales, en escenarios como Ucrania, el Cáucaso, Oriente Medio o el Mar del Sur de la China. Porque estamos asistiendo a una confirmación del aforismo de que “la historia siempre vuelve, y la geografía siempre está”. Y es fundamental que Occidente (contrario intelectualmente a aceptar la fuerza de los hechos por encima de la de las ideas y los principios) lo asuma con plenitud, antes de tener que aceptar como inevitable su declive como eje hegemónico en el planeta de este siglo.

Si Estados Unidos consuma su “repliegue” estratégico, tanto en el Pacífico como en Europa y en Oriente Medio, ese espacio que se “libera” va a ser inmediatamente ocupado —así está siendo ya— por otros. Y no precisamente, por potencias que compartan nuestros valores sobre la democracia representativa, la libertad y la igualdad. Mala noticia para Europa.

Pero Europa, en este contexto, tiene una oportunidad. Es cierto que estamos cada vez más solos (y además el Reino Unido se va). Pero nos queda la voluntad de no quebrar el vínculo atlántico y nos queda América Latina. Y no es poca cosa. Siempre que sepamos interpretar la nueva correlación de fuerzas en términos geopolíticos, que incluyen el inmenso soft power asociado al enorme atractivo que sigue suscitando nuestro modelo político, económico y de sociedad.

Y si analizamos la historia desde la perspectiva geopolítica (es decir, poder e intereses), el tema de Gibraltar puede ser un buen ejemplo. Gibraltar es una colonia británica desde hace tres siglos, a raíz del Tratado de Utrech. Y lo ha seguido siendo porque el Reino Unido ha sido históricamente más fuerte que España en los últimos trescientos años. Puro espíritu de Westfalia. Y ha ido aprovechando los episodios de mayor debilidad para consolidar su posición (por ejemplo, durante la Guerra Civil, ampliando su control sobre el istmo y construyendo el aeropuerto).

Pero con la incorporación de España a la actual Unión Europea y a la Alianza Atlántica, los dos países nos convertimos en naciones amigas, socias y aliadas. Y el contencioso de Gibraltar pudo abordarse desde otra perspectiva: desde la relación entre iguales, en busca de un acuerdo amistoso y equilibrado, que superara las líneas rojas de ambas partes y, al mismo tiempo, fuera beneficioso para los gibraltareños, en un marco de lealtad mutua y de supresión de anacrónicos e irritantes privilegios insostenibles a largo plazo.

Y así se pudo producir un complejo proceso de negociación, ahora hace quince años, que avanzó sustancialmente a través del concepto de cosoberanía, y que se plasmó en un último borrador de Proyecto de Declaración Conjunta Hispano-Británica sobre Gibraltar, con diferencias no menores pero resolubles y con acuerdos sustanciales, que por su carácter todavía estrictamente confidencial, no se pueden concretar. El Proyecto suponía una amplísima base para un acuerdo total sobre el contencioso, sobre la base de la clara voluntad de ambas partes, desde posiciones de igualdad y solidaridad estratégica, en el seno de la Unión Europea y de la Alianza Atlántica.

Al final, por razones que ahora no vienen al caso, el Acuerdo no se perfeccionó, pero su espíritu sigue vigente y puede ser un buen punto de partida para cualquier posibilidad de arreglo en el futuro. En cualquier caso, el contexto se ha modificado sustancialmente después del Brexit.

Es cierto que seguimos compartiendo el ámbito de seguridad atlántica, a través de la OTAN, y que tenemos evidentes intereses comunes (y mucho hecho) en la lucha contra el terrorismo, que debemos preservar a toda costa. Pero la UE debe avanzar en su propio concepto de Defensa y Seguridad (cosa que se podrá hacer después de las elecciones en Alemania el próximo otoño) y lo hará sin el Reino Unido.

Es también cierto que la salida del Reino Unido de la UE implica que, aunque Gibraltar no pertenezca al mismo (el status internacional sigue siendo el de una colonia en proceso de descolonización a través de un acuerdo entre dos Estados soberanos), deja de ser un territorio sujeto a los Tratados, en tanto en cuanto su representación internacional corresponde exclusivamente al Reino Unido. Y las instituciones europeas han explicitado que cualquier eventual acuerdo sobre Gibraltar pasa inevitablemente por un acuerdo bilateral con España.

Estamos, pues, ante un nuevo escenario. Estamos hablando de un Estado que ha decidido dejar de ser socio en la UE y que, con ello, arrastra fuera de la misma a un territorio, con todas sus consecuencias.

Los gibraltareños siempre han reivindicado su voluntad de ser británicos, aunque, en realidad, lo que quieren es seguir siendo gibraltareños a su modo y seguir gozando de todos sus privilegios en el marco de los Tratados. Y eso ya es imposible.

Y, por ello, nos encontramos ante una nueva y distinta posición “asimétrica”. Pero ahora la fortaleza estratégica está a favor de España, gracias a nuestra pertenencia a la Unión Europea y a la solidaridad expresada por nuestros socios, a través de un implícito pero indiscutible derecho de veto. Y hay que jugarla con inteligencia, discreción, generosidad y con control de los tiempos. La idea de cosoberanía sigue siendo la mejor de las opciones, ante la ausencia de otras alternativas realistas.

Estamos ante una gran oportunidad para cerrar una anacrónica reminiscencia de un pasado que jamás volverá. Nuestros dos países lo merecen. Y los gibraltareños, aunque no lo crean y aún no lo sepan, también. No se puede soplar y sorber al mismo tiempo.

Josep Piqué fue ministro de Asuntos Exteriores con el PP entre 2000 y 2002.

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