Giro liberal en Iberoamérica

La elección de Sebastián Piñera como presidente de la República de Chile, con lo que ello significa, sobrepasa los límites de este país. Se puede interpretar como una señal del repliegue general de las ideas populistas en el mundo hispano, desde el fracaso de los independentistas catalanes hasta Piñera, pasando por la estabilidad de Mauricio Macri en Argentina o la presidencia de Pedro Pablo Kucsynski en Perú. Evidentemente, debemos añadir a este cuadro el hundimiento en Brasil de los izquierdistas del Partido de los Trabajadores bajo el peso de su propia vileza y de su gestión desastrosa. En Venezuela, la razón acabará por prevalecer contra las locuras del chavismo y en Cuba, el castrismo ya no es más que una sombra de lo que era. Así concluye, muy probablemente, el largo ciclo del caudillismo izquierdista, un cóctel local de negación de la democracia, de estatismo corrupto sazonado con algunas vulgaridades marxistas.

Volviendo a Sebastián Piñera y Mauricio Macri, no solo han derrotado a ese populismo de izquierdas, sino que ambos enlazan con otra tradición local, tan antigua como el caudillismo: el liberalismo español y latinoamericano. Por cierto, recordemos que el término liberalismo nació en España a finales del siglo XVIII, antes de pasar al francés y al inglés. En el siglo XIX lo ilustró en Chile el jurista Andrés Bello, y en Argentina, Domingo Sarmiento, Juan Alberdi y Bartolomeo Mitre, los padres fundadores de su país. Por lo tanto, Sebastián Pinera y Mauricio Macri no son injertos de importación extranjera: no son retoños importados de Hayek o Milton Friedman o de no sé qué chicos de Chicago, sino que hunden sus raíces en la larga historia de su propia nación.

Este arraigo es importante porque las naciones de Latinoamérica, por muy recientes que sean, están muy apegadas a su independencia y a su singularidad y se muestran reacias a todo lo que llega demasiado abiertamente del mundo anglosajón. Por otra parte, esta tradición liberal, hispana y latinoamericana, es diferente a la rama anglosajona y está más próxima a la tradición francesa. Este liberalismo que puede describirse como latino es más político, mucho más interesado por el respeto a la ley y las libertades personales que por la economía de mercado.

Para estos liberales latinos, el capitalismo, a fin de cuentas, no es más que un instrumento al servicio de los pueblos y no un fin en sí mismo; si el capitalismo lleva a resultados globalmente positivos para las personas, mejor, pero el capitalismo en sí mismo no es portador de valores particulares, mientras que el liberalismo es ético en sí mismo. Los populistas de izquierdas, por otra parte, se sienten incómodos ante esta resurrección del liberalismo genuino; no pueden atacar ni su moralidad ni su equidad. De modo que lo único que les queda son los ataques personales y, por ejemplo, reprochan a Macri o a Piñera el ser demasiado ricos e, implícitamente, lacayos del capitalismo.

Este tipo de agresión personal tiene sus límites, especialmente cuando emana de partidarios (pensemos en el clan Kirchner en Argentina) cuya fortuna procede de la corrupción, mientras que la de Macri o Piñera proviene de sus empresas. También es imposible sospechar que exista alguna relación entre dictadura y liberales; Piñera por ejemplo, siempre fue hostil al general Pinochet (les ruego que no confundan al presidente Sebastián Piñera con su hermano José, cercano a los chicos de Chicago, que fue ministro de Trabajo de Pinochet) por quien los conservadores chilenos sienten cierta estima.

También me gusta que estos auténticos liberales latinoamericanos no nos hablen demasiado de la economía capitalista, sino de una economía normal; de hecho, el mercado no es una opción ideológica, sino el estado natural de una economía que funciona. Subrayaré también que estos liberales hispanos no son realmente de derechas o de izquierdas, sino partidarios de una sociedad abierta frente a la sociedad cerrada; en nuestra época, la verdadera frontera política pasa por ahí más que por la antigua división entre derecha e izquierda.

Esta actitud abierta, no conservadora ni reaccionaria, nos lleva a tener en cuenta la evolución de las costumbres y las expectativas de nuestras sociedades modernas; y también nos invita a conectar de nuevo con el mundo libre, lo más lejos posible de las absurdas tentaciones de los izquierdistas argentinos y brasileños compinchados con Rusia, Irán o Cuba.

Para terminar donde había empezado, en Chile, el pueblo ha decidido con conocimiento de causa, puesto que Sebastián Piñera ya había sido presidente; no podemos concebir una elección mejor fundada y más reflexiva. Sin ánimo de generalizar demasiado o de profetizar, tengo la impresión de que, para los amigos de la libertad y la ley, el año termina con una nota positiva.

Guy Sorman

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