Gobierno en minoría, pero no del PP

Gobierno en minoría por Gobierno en minoría, el turno ahora le corresponde moral y operativamente a la alternativa. A intentar rehacer el pacto entre socialistas y Ciudadanos, y que Pablo Iglesias debute en la alta política y, junto a las minorías nacionalistas, les proporcione dos años de margen para encarar, organizar y empezar entre todos el necesario reencauzamiento de la política española. Al Partido Popular, por su parte, le corresponde sumarse indirectamente; le corresponde otro debut: una actitud de oposición más civilizada y racional que cuando la hizo alocada y resentidamente contra Zapatero propinándole patadas que acababan en el culo de todos los españoles.

La posibilidad es que tengamos dos años de trabajos preconstitucionales en los que por un lado se avance en los cambios factibles y por otro se debatan y preparen a fondo los que tengan que incluirse explícitamente en aquel otro nivel. Pero la primera evidencia es que una etapa así no pueden dirigirla ni Mariano Rajoy ni la actual cúpula del PP, que deben hacer frente, por fin, a otra cosa, a su gran deuda con la opinión pública española: una regeneración ética, operativa y democratizadora interna de la derecha española.

La falacia de que estamos en un momento en que son las demás formaciones quienes tienen que hacer la concesión de dejarles seguir, no va a ninguna parte. Los últimos movimientos de Rajoy retocando superficialmente 125 medidas vagas y dispersas de su programa electoral confirman que no tiene voluntad de fondo de hacer cambios, sino de sobrevivir con los menos cambios posibles. Se equivoca de diagnóstico. Este país no está buscando Gobierno, lo que necesita es un nuevo rumbo. Y lo de la mayoría relativa del PP es un gran obstáculo para hallarlo porque emborrona la visión de las cosas. En España ahora sí que hay una mayoría absoluta clara: la de quienes no creen que ni Rajoy ni el PP actual estén ya en condiciones de hallar ese rumbo y transformar las cosas. Es en lo demás donde existen las diferencias entre las otras formaciones políticas y entre las voluntades de los electores.

Estamos en un momento en que los cuatro grandes han de hacer sacrificios. Urgentemente. Se trata de devolver la confianza en la eficacia del sistema a poco que se reestructure en la buena dirección. No podemos seguir viendo al PP llorando victimismo porque no le dejan organizar un Gobierno a su gusto mientras a diario continúan destapándose ollas de su podredumbre y hemos de escuchar cosas tan poco inocentes como que el fiscal no ve delito en el borrado del ordenador de Bárcenas, o soportar que Rajoy, laxo con la Constitución actual aunque la sacralice, cuando le conviene la toree públicamente haciéndose el ignorante sobre su obligación de presentar su candidatura (qué gran ejemplo en este momento para Puigdemont y Forcadell), mientras la presidenta de las Cortes, cómplice, tampoco se lo recuerda. Basta ya.

Pero toda esa posibilidad descansa también sobre los hombros de Podemos. Pablo Iglesias debería despejar el infantilismo subyacente en sus elecciones sobre cuándo se pone el chaqué y cuándo se presenta con camisa, leer lo necesario y anteponerlo a lo conveniente, y aceptar que Gobierno en minoría por Gobierno en minoría, mejor que no sea del PP y que encierre un aroma más progresista, lo que, salvo para su estricto sentimiento partidista, siempre será un mal menor. Y sumarse desde los escaños de Podemos a esos dos años de paréntesis constructivo en los que se avance en cuestiones de prioridades económicas, reforma laboral, lucha contra el crecimiento de la desigualdad, saneamiento del déficit, recorte de la deuda, cambios en la ley electoral y giro en el enfoque de las cuestiones territoriales.

Dos años, lo reitero, de etapa preconstituyente. Dos años que -no, no, Felipe González- este país no merece ser pilotado por quien no lo merezca, especialmente si lo que ha pasado con la corrupción, la degradación del diálogo democrático, la degradación de la situación social de varios millones de personas en estos años inmediatos han sido como ha sido.

A pesar de las limitaciones del discurso oficial socialista y de los miedos de Ciudadanos a una España más flexible en el tema plurinacional, un cambio de escenario de estas características tiene muchas posibilidades de abrir otra etapa con más salidas para relajar la desestabilización creciente en las relaciones entre Catalunya y España.

Porque lo peor del mensaje de seguir como estamos reside en creer que los catalanes aceptan esa tesis infeliz expresada por John Carlin de que la España actual es una isla de decencia y sensatez. Eso solo lo puede decir quien no vivió las ilusiones del cambio democrático que iniciamos colectivamente y luego hemos ido degradando.

Antonio Franco, periodista.

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