Gobierno y supervisor en la crisis de Bankia

Solo los que intervinieron directamente en los acontecimientos en torno a la evolución y desenlace de esa crisis conocen la realidad exacta de lo que ocurrió. Por ello, estas líneas constituyen una reflexión emitida únicamente desde la observación externa de los hechos.

Ya desde el anuncio de su formación, en junio de 2010, Bankia afrontaba una situación ciertamente muy difícil como consecuencia de la mala gestión realizada previamente en las cajas de ahorros que la compusieron. Fue el fruto de un claro descontrol en la asunción de riesgos, una expansión crediticia desmesurada con aberrante exposición inmobiliaria y una excesiva apelación a los mercados para captar recursos. Todo ello ocurrió especialmente entre 2000 y 2007. En realidad, causó enorme extrañeza en el mundo financiero la constitución de aquel conglomerado de siete cajas. Una integración adecuada hubiera debido incluir una entidad en buen estado y grande, pero allí las dos mayores estaban tocadas. Probablemente, se confiaba en contabilizar plusvalías de fusión para sanear y obtener ahorros de costes. Pero lo que hacía falta para tapar agujeros era dinero fresco, no apuntes contables, y no era fácil que una fusión de baja intensidad (SIP) generase muchas sinergias. Esta fue, en mi opinión, la primera incongruencia del supervisor.

¿Conocía el Banco de España (BdE) durante el siguiente año, hasta la salida a Bolsa, cuál era la realidad de Bankia? No albergo ninguna duda de que sí. Porque la profesionalidad del equipo de inspección del BdE está fuera de discusión; y porque, aun cuando hubiera alguna insuficiencia de información consolidada, disponían de los medios necesarios para conocer en profundidad la solvencia de cada entidad. Sin embargo, una cosa es conocer la foto en un momento dado, la floja situación que tenía Bankia; y otra es concretar la cuantía del deterioro previsible, cuando el valor de los activos dependía de la evolución futura del entorno, estábamos frente a una crisis inédita, y —en función de qué previsiones económicas se hicieran— podrían obtenerse cifras de necesidades de provisiones muy diferentes.

Cabe recordar que España había atravesado una recesión fortísima iniciada en 2008, que llevó a un descenso del PIB en 2009 de casi el 4%. Pero en 2010 hubo una mejora clara. No sé si existieron los famosos brotes verdes, pero el PIB dejó de descender y el INE nos dice que el PIB se estabilizó ese año. Por lo que resulta entendible que se utilizara una evolución del entorno con recuperación progresiva de la economía en los años siguientes, lo que llevaría a que el valor de los activos bancarios no se hundiese tan drásticamente. Si ocurrió así, quien diseñó esos supuestos se equivocó radicalmente, porque la realidad fue que la evolución del PIB se volvió a torcer en los siguientes meses, de manera que fue negativa tres años más. La consecuencia fue un hundimiento del precio de los activos. Pero no seamos crueles, porque pocos acertaron a prever la segunda recesión. Hoy sabemos que todo el período desde 2007 ha sido en realidad una crisis continuada con diversas manifestaciones. Pero resulta poco adecuado juzgar hechos del pasado con el conocimiento real, desde el presente, de lo que realmente ha ocurrido.

Hay otro factor que influyó en el comportamiento del supervisor y, sobre todo, del Gobierno. Creo que, probablemente, la mala imagen de los bancos y las dificultades presupuestarias condujeron, en la primera fase, a intentar minimizar los fondos públicos que se otorgaban a Bankia (y a otros) para que no hubiera excesivos costes para el contribuyente. Por ello, se tardó en inyectar dinero y se hizo en escasa cuantía. Además, en lugar de inyectar capital a coste cero, se utilizaron en su lugar pasivos carísimos (computables como capital). A algunos les parecía bien cobrar mucho a los bancos por estas ayudas, pero lo que necesita una entidad en crisis son recursos sin coste. Y suele resultar mejor pasarse en los apoyos que quedarse corto. En realidad, las cicateras ayudas se quedaron cortísimas.

La salida a Bolsa, contemplada también como forma de apuntalar la entidad minimizando el coste para el Estado, no pasó de ser un parche. El entorno evolucionó mucho peor de lo esperado. Y el nuevo Gobierno no gestionó bien la crisis de Bankia. El resultado fue su detonación y, ante la desconfianza generada en los mercados y en el mundo financiero, el Estado acabó maximizando el apoyo invertido. Lo contrario de lo pretendido al principio.

Carmelo Tajadura es economista

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