González-Sinde y Sebastián

Escribir sobre Internet, descargas, ley Sinde, SGAE, etcétera, tiene sus riesgos. Basta observar la facilidad con la que los defensores de lo tradicional acuden al ataque personal, a la descalificación y casi al insulto, bajo el argumento de "¿Usted qué sabe de esto de la cultura? ¿Usted cómo se atreve a hablar de lo que no sabe?". De todo lo que se lleva dicho y escrito a lo largo de estas últimas semanas, por parte de los defensores de los derechos de autor, quizás lo más sensato haya sido lo expresado por Alex de la Iglesia, después de la reunión que mantuvo con internautas y representantes de la industria cultural. Resumiendo, su posición podría sintetizarse en: "Esta gente, a la que se llama piratas, conoce el territorio Internet mejor que los de la otra parte de la mesa". Sobre ese reconocimiento sería posible intentar un acuerdo que solventara definitivamente el problema planteado como consecuencia de la denominada ley Sinde.

La ministra de Cultura, en un artículo en este mismo periódico el pasado 18 de enero, volvía a enfocar mal el conflicto. No se trata de dirimir en una contienda entre el mundo de la cultura y los internautas; seguramente hay propietarios de derechos de autor con un nivel cultural bajísimo y usuarios de Internet con un bagaje cultural muy amplio. Pretender trazar una raya que separe a unos de otros es un error, y más si ese desatino proviene de la mano de quien ostenta la responsabilidad de dirigir y proteger la creación cultural en España. La cultura que están ideando los autores y creadores que trabajan en la Red, ¿pertenece al mundo de la cultura o queda excluida de ese concepto por el mero hecho de no someterse a los criterios del mercado clásico cultural? La batalla no está planteada entre el sector internautas y el sector cultural. El conflicto se da entre los propietarios de los derechos de autor y los usuarios de Internet. Y los titulares de esos derechos tienen su máximo exponente en la SGAE, cuyo representante, el señor Teddy Bautista, afirmó recientemente que su sociedad de gestión no tiene problemas de imagen, para agregar, a continuación, que se propone crear una nueva SGAE. Creo que hará bien montando una nueva sociedad porque, además de la mala imagen, la SGAE lleva años arrastrando un problema de credibilidad entre los ciudadanos en general y entre los que se ven sometidos a la prueba diabólica de tener que demostrar que no toda la música que se reproduce en sus negocios y establecimientos está sometida a la propiedad intelectual que ellos gestionan. Cuando se pierde el crédito, es bastante complicado querer tener la anuencia y la comprensión de quienes tienen que respetar las normas que imperan.

Si la Guardia Civil, por ejemplo, no gozara de credibilidad entre los usuarios de vehículos en las carreteras de nuestro país, se las vería y se las desearía para hacer que los infractores pagaran las multas que se derivaran de una conducción anormal. Además, esa mala imagen de la SGAE está haciendo un daño tremendo a la sociedad española, que, cada día que pasa, se va viendo privada de iconos culturales que son necesarios para avanzar. No deja de ser un drama y un empobrecimiento para todos nosotros que algunos de esos referentes culturales no entiendan el fenómeno Internet y el cambio de modelo que ello supone. Y lo peor es que, quienes más agresivos se muestran, y que hace unos años eran nuestros ídolos, anden insultando y maltratando a sus clientes, a quienes durante años hemos comprado sus discos y acudido a sus conciertos, dándose la paradoja de que los representantes de una industria pretenden seguir manteniéndola y desarrollándola a base de denigrar y ofender a sus consumidores y a su público. "Si a mí me dieran las alas de pollo, la carne, el desodorante y los calzoncillos gratis, yo daría gratis mis películas", escribía recientemente José Luis Cuerda en Cartas al director de este periódico. Siempre la misma canción y siempre acusando a los internautas de querer el gratis total. Va siendo hora de decir que el todo gratis no es un deseo de quienes se enganchan a Internet, sino la consecuencia del comportamiento humano. Basta observar cómo desayunamos o almorzamos en el bufé de cualquier hotel o cómo nos desenvolvemos en el célebre vino español de cualquier acto social, codazos incluidos, para darnos cuenta de que el gratis total lo quiere todo el mundo sean o no usuarios de Internet. Atribuir ese deseo solo a los internautas es tan absurdo como pensar que los conductores de coches corren mucho por el hecho de tener carnet, cuando es el comportamiento humano, se sepa o no conducir, el que nos impulsa a llegar a los sitios lo más rápido y antes posible.

Lo que no llegan a comprender los internautas es que los propietarios de los derechos de autor se comporten, después de la aparición de Internet, como lo podría haber hecho el inventor de las velas de cera que alumbraban los hogares y las calles si, en lugar de inscribir su invento en el Registro de Patentes y Marcas, hubiera registrado la propiedad y el derecho de alumbrar... ¡Nunca hubiéramos llegado a tener luz eléctrica! Nadie está en contra de que propietarios de derechos de autor e internautas pudieran llegar a alcanzar un acuerdo partiendo del hecho de que las dos partes tienen sus razones. Nadie pretende quitar la razón a quienes denuncian que hay gente que se está enriqueciendo con descargas ilegales por un afán de lucro a costa del trabajo de los demás. Nadie va a negar que los propietarios de derechos de autor pretendan ganar dinero por su trabajo e intenten vivir del fruto del mismo. Pero ellos deberían entender que los usuarios que utilizan sus creaciones para ocio o trabajo no van a seguir pagando por el derecho de copia de la forma en que se hacía antes de la aparición de la sociedad de la información y de la digitalización.

¿Cómo seríamos capaces de conjugar intereses para que el autor viva de su trabajo, para que otros no se forren a costa suya y para que el internauta siga pudiendo disfrutar de una red libre, neutral y no intervenida? En otros sectores de la industria han sido capaces de hacerlo. Reconversión industrial se llama lo que se hizo en otras ramas. Ese sería el camino: hacer un plan de reconversión industrial, separando la industria de lo que es cultura. El problema que nos tiene empantanados no es un problema cultural sino industrial. Si fuera cierto lo que dicen los representantes de la SGAE de que por el camino que vamos se cerrará la industria cultural en España, ¿cuánto tiempo creen ellos que tardaría en surgir otro tipo de negocio que satisficiera el deseo de los ciudadanos que, aunque se extinguiera la industria cultural tradicional, seguirían demandando y queriendo consumir creaciones culturales? González-Sinde no es ministra de la Industria Cultural española. Esa es la responsabilidad del ministro Sebastián. La que debería defender la cultura que se está haciendo en Internet sería la ministra González-Sinde y Sebastián sería el responsable de plantear un plan de reconversión industrial de la Industria Cultural. Todo sería más entendible y comprensible si la ministra de Cultura velara por la cultura del siglo XXI, que es lo que toca ahora, dejando que sea el Ministerio de Industria el que se erigiera representante de la Industria Cultural.

Por Juan Carlos Rodríguez Ibarra, ex  presidente de la Junta de Extremadura.

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