Good bye, Lenin

El título es de una película del director alemán Wolfgang Becker. Rodada en Berlín se estrenó en 2003 y narra con maestría y humor las ingeniosas argucias del joven Alexander Kerner para ocultar a Christiene, su madre, fervorosa comunista, la caída del muro en 1989 y la reunificación alemana con la llegada de la democracia, tras su despertar de un coma de ocho meses. Todo en lo que creía se ha venido abajo. La mujer descubre la verdad al ver como una estatua de Lenin es apeada de su pedestal.

Aquella divertida ficción tiene no poco que ver con algunos aspectos, nada divertidos, de la realidad española que a menudo se ha convertido en una tramoya de argucias y engaños para hacernos creer lo que no es; en el caso catalán incluso para hacernos creer lo que nunca fue. Ciertos personajes o personajillos se han alzado desde una irrealidad construida sobre falsedades, atendiendo a sus intereses particulares o partidistas y no a los intereses generales. Tratan de reescribir no sólo la Historia con mayúscula sino la historia que se hace cada día. La ficción travestida de realidad. ¿Alguien podía imaginarse hace pocos años lo que hoy inquieta nuestras vivencias diarias?

Tenemos un presidente de Gobierno al que su partido empujó fuera de la Secretaría General para evitar que pactase con populistas (léase leninistas), independentistas y otros especímenes políticos radicales y antisistema. Tenaz, Sánchez consiguió regresar al despacho de Ferraz precisamente para seguir el propósito por el que había sido excluido, pese a que él mismo asegurase que nunca llegaría a un acuerdo con populistas e independentistas. Lo gritan las hemerotecas. Tras unos tratos que no conocemos, en parte negociados en su nombre por su socio Pablo Iglesias, presentó una moción de censura que no se ajustaba a la condición elemental de censurar a un Gobierno por sus hechos y no por asuntos atribuidos a gobiernos anteriores.

Aquella moción de censura abrió el periodo de inestabilidad y grave riesgo que padecemos, y no incluyó un programa de Gobierno. Tan contradictorios eran sus apoyos que sólo coincidían en el deseo de hacer caer al presidente Rajoy. Sánchez dejó claro ese propósito hasta el punto de anunciar que si Rajoy dimitía la moción sería retirada. Algunos ingenuos, incluso de tronío, se lo creyeron.

La utilización de esa fórmula constitucional era legal y legítima pero, a mi juicio, suponía un golpe parlamentario. Coincido con Alfonso Guerra en que se trataba de una moción «engañosa». Además de las falsedades esgrimidas en su planteamiento y debate, Sánchez anunció que convocaría elecciones lo antes posible. A las pocas horas rectificó. «La coherencia es incompatible con la política», declaró un estrecho colaborador del presidente; me recuerda aquella afirmación de Largo Caballero, el Lenin español: «La democracia es incompatible con el socialismo» (Linares, 20 de enero de 1936).

El presidente alzado por la moción de censura ignoró que el amasijo de votos que le habían servido para acabar con Rajoy no le aseguraba estabilidad para gobernar. Quienes le habían apoyado en la moción se beneficiarían de la extrema debilidad del nuevo Gobierno. Cuanto peor para el sistema y para España, mejor para ellos. Y así pudimos tener en Moncloa a alguien que nunca ganó unas elecciones, ni siquiera es diputado, y sólo cuenta con el respaldo seguro de 84 escaños, el menor apoyo electoral del PSOE en los últimos cuarenta años.

Resulta políticamente indigno que el presidente deba su permanencia a los leninistas que proclaman su deseo de acabar con el sistema, a los independentistas que buscan separar Cataluña de España, que protagonizaron un intento de golpe de Estado y piden insistentemente que la Justicia se desactive, y a una amalgama de grupúsculos radicales. Con dádivas políticas y económicas, en su trapicheo entreguista, Sánchez acaso sacará adelante unos Presupuestos cuyo solo anuncio ha dañado las buenas perspectivas económicas; en cifras de empleo el Gobierno vive de las rentas.

Padecemos un decorado, una puesta en escena; obra de expertos en mercadotecnia y creación de imagen. Quien un día apareció en un mitin ante una gigantesca bandera nacional considera ahora radicales a quienes la exhiben en sus actos. Es el mismo que define el patriotismo: «Ser patriota no es gritar “Viva España” sino querer un país mejor, una España que no viva enfrentada como quiere la derecha». ¿Sánchez construye un país mejor? ¿Quién tiene enfrentados a los españoles? ¿Quién da alas a aquellos que tratan de acabar con la unidad de España y con el sistema? Independentistas y leninistas no ocultan sus propósitos; tratan de imponerlos sin encontrar en el Gobierno sino irresponsable complicidad.

Otra insistencia de Sánchez es tildar al principal grupo de la oposición de «partido de la corrupción», olvidando que en Andalucía están procesados dos antiguos presidentes del PSOE en la trama corrupta más importante que ha conocido el país y que, desde el retorno a la democracia, su partido es el único condenado, como tal, por corrupción en los tribunales. Esto es así aunque se nos venda otra cosa.

Más allá de la tramoya, se trata de conservar el poder a cualquier precio, y ese precio no lo paga un partido, ningún partido; lo pagan los españoles. Y ello desde una permanente ceguera, como en aquella respuesta de Sánchez en una sesión plenaria del Congreso a una pregunta de Pablo Casado: «La respuesta se la van a dar los andaluces el próximo día 2 de diciembre y ya le adelanto que esa respuesta no le va a gustar». Reconozco en el presidente su tenacidad pero no sus dotes de adivino.

«El fin justifica los medios» es una frase atribuida a Maquiavelo que se debe a Napoleón, autor de una inteligente edición comentada de «El Príncipe». Se ha convertido en talismán del sanchismo. Por sumar unos meses de poder, de Moncloa, de falcon, de helicóptero, de viajes internacionales... el presidente no hace ascos a recurrir a cualquier medio aunque sea irresponsable o indigno, aunque hipoteque a España acaso irremediablemente, aunque arrase las posibilidades de crecimiento económico como advierten los observadores nacionales e internacionales. Es así aunque la sociedad no reaccione, pasividad que no resulta explicable.

Todos somos aquella Christiene recién salida del coma, y se diría que nos tragamos unas argucias que no son ingeniosas pero sí machaconas. Parece que hasta que no veamos caer de su pedestal la estatua de Lenin, que en nuestro caso pueden ser el agravamiento del acoso a la unidad de España y la quiebra del crecimiento económico, nos mantendremos en un limbo suicida. ¿Dónde dormita la machadiana España de la rabia y de la idea? Tendrá la palabra en las urnas. Descartadas las generales por el pánico del presidente, las próximas elecciones serán las autonómicas y municipales. Acaso la prueba definitiva de que entre los eminentes valores de Sánchez no se encuentra el de competir con el oráculo de Delfos.

Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Real Academia de Historia.

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