Gracias, pero no

Quisiera puntualizar las razones que me han llevado a declinar la invitación a la Feria de Fráncfort. Son particulares y no pretenden representar a colectivo alguno. La invitación se produjo en un largo y muy cordial encuentro con Josep Bargalló, en el que cada cual expresó su opinión con la mayor naturalidad. Agradecí especialmente que no consistiera tan solo en un reparto de invitaciones de última hora, sino que se explicaran, con detalle, las circunstancias y los criterios que de un modo u otro condicionan a quién se invitaba. Que yo comparta o no algunos de esos criterios carece de importancia. En el transcurso de la reunión manifesté dos discrepancias que haré constar aquí.

La primera se refiere al enorme retraso con que se produjo la invitación. Bargalló ofreció detalladas explicaciones al respecto: cambios sucesivos en la estructura del Institut Ramon Llull, elecciones a medio camino, complicaciones presupuestarias. Razones administrativas que pueden librarlo de culpa a él personalmente, pero no a la institución (ni a los sucesivos gobiernos que la han auspiciado). Hay quien ha interpretado que a los que escribimos en castellano nos molestaba ese retraso porque nos convertía en una especie de segunda opción tardía. Sin embargo, me consta que a la mayoría de los que escriben en catalán también se les convocó tarde. Además, la perplejidad me afecta más como ciudadano que como escritor. Me transmite una sensación chapucera. Curiosamente, entre los escritores (por lo general celosos cuando se trata de repartirnos espacios de figuración pública) había en este caso una clara voluntad de consenso y buen rollo. Hablar antes con la gente hubiera sido una buena manera de capitalizarlo.

Salí de la reunión pensando que por nada del mundo desearía tener un cargo de responsabilidad en el Llull. Se pueden molestar algunos que escriben en catalán, indignados por que se haya invitado a los que lo hacemos en castellano. Algunos que hubieran deseado saber desde el principio si se iba a contar con ellos. Otros que han declinado participar pero que, al filtrarse la vaga idea de que ciertos escritores importantes se prestaban a ser filmados en un vídeo, pugnarán luego por no ser menos y aparecer también en el mismo. Más de uno torcerá el gesto por compartir espacio con tal o cual colega. Para colmo, los más importantes son los que menos necesitan ir. Encima, en un país abonado a las teorías de la conspiración, no solo hay que tener en cuenta la postura de cada cual, sino la interpretación que de ella hagan los diversos medios de comunicación. En llano resumen, un marronazo.

Segunda discrepancia. La parte más vistosa de los fastos relacionados con Fráncfort está por venir, pero en los últimos años se ha producido ya una tarea más discreta que consistía en visitar a editores de todo el mundo para ofrecerles subvenciones a la traducción de escritores catalanes. Perdón, de escritores en lengua catalana. Se me contestó que eso respondía a un previo acuerdo con el Instituto Cervantes, en el cual se establece quién, desde Madrid y Barcelona, respectivamente, se ocupa de cada categoría. Doy por válida la explicación, aunque creo que (mucho más allá de la circunstancia concreta de la feria) convendría que esos acuerdos se aclarasen con la mayor transparencia. He sabido de algún escritor en catalán que, invitado a Praga por el Cervantes, se quejaba razonablemente de que solo hubiera intérpretes castellanohablantes. Y otros que escriben en castellano viven con la sensación de ser, valga la simplificación, extranjeros aquí y allá. No es mi caso. Me siento magníficamente representado y tratado por el Ministerio de Cultura. Sin embargo, conviene que, pasado el ruido mediático de Fráncfort, se mantengan estas reuniones a título informativo, para que cada uno sepa a qué atenerse.

Entre 1987 y el 2000, fui a la feria de Fráncfort un total de 12 veces en mi condición de editor. Desde entonces, cada año en octubre abro el mejor vino de mi botellero para celebrar que al fin me he librado. Por otra parte, mi última novela se ha traducido ya a los principales idiomas europeos. No me vanaglorio; sé bien que en eso intervienen más el azar y la fortuna que cualquier mérito literario. Sin embargo, esa circunstancia reduce considerablemente los teóricos beneficios profesionales de ir a la feria. Se ha argumentado que los que escriben en catalán han tenido menos exposición internacional y, en consecuencia, menos oportunidades. Haría falta un largo debate para cerciorar si eso es efectivamente así en la actualidad, pero en cualquier caso me parece un argumento a tener en cuenta. También habrá quien considere, con parte de razón, que ofrecerse a ceder la plaza a un escritor en catalán es interpretable como un gesto paternalista. Yo me alegraré si ocupa mi lugar un buen escritor.

Rebajemos las expectativas. Ninguna feria da tanto de sí como se espera de esta. Quien logre nuevas traducciones no lo hará por haber participado en tal o cual charla, sino porque su agencia literaria haya cumplido bien con su trabajo.

Termino con una única sugerencia para los que vayan: en Kleine Bockenheimerstr, 18, hay una cava de jazz con excelente programación y buen gintónic. Para celebrar los éxitos o para ahogar las penas. Cada cual sabrá.

Enrique de Hériz, escritor.