Por Oriol Bohigas, arquitecto y urbanista (EL PAIS, 09/03/05):
Mañana se discute la moción de censura presentada por el Partido Popular contra el gobierno de Pasqual Maragall. Nadie espera que Josep Piqué se proclame presidente ni que la sesión tenga mayores resultados que un largo y seguramente interesante discurso televisado. La querella de CiU tampoco parece que tenga un futuro muy operativo. Toda la tormenta mediática pasará, al fin, sin pena ni gloria. Pero aun así, quedarán algunas cosas positivas que tendremos que agradecer al pretendido exabrupto del President.
Lo primero que hay que agradecerle es haber levantado un poco de aire fresco contra el amodorramiento de las hipocresías consensuadas. Aludir vagamente a un confuso 3% y despertar inmediatamente las iras del jefe de la oposición es una escena de clarificación de sobreentendidos equívocos. Mas no tuvo que preguntar a qué se refería Maragall y se sintió (él o su partido) acusado de corrupción o de financiación irregular.
Un presidente puso el dedo en la llaga y el otro tenía los pies de barro. Pero me temo que lo mismo les ocurrió a los ciudadanos medianamente enterados: hace tiempo que todo el mundo habla de comisiones en las adjudicaciones de obras, destinadas, en el mejor de los casos, a financiar los partidos. Lo que no sabíamos a ciencia cierta era el porcentaje y tampoco teníamos testimonios suficientemente honestos y valientes para demostrarlo. El hecho de que el President lo cite en el Parlament, aunque tampoco lo haya probado, ha sido vagamente reconfortante.
Las sospechas no demostradas pero tan generalizadas quizás no estén maduras para presentarse ante los jueces, pero sí para ser políticamente discutidas en el Parlament, un lugar público de conversación y debate entre personas elegidas para entenderse y decidir. Ahora todo el mundo sabe que el problema, por lo menos, está en la conciencia (o la subconciencia) del Gobierno y de la oposición. Ya no dudamos de que en la primera oportunidad se va a plantear la financiación de los partidos y se va a lograr la eliminación de las corrupciones que, como hemos visto, todo el mundo sospecha y muchos partidos, según parece, practican.
Otra hipocresía que ha quedado bastante al descubierto es el de los programas electorales e incluso el de las pretendidas ideologías fundamentales de muchos partidos. Decir, como han dicho Mas y Pujol que, después de esta ridícula tempestad, CiU no dará el apoyo entusiasta y colaborador a la redacción del nuevo Estatut y a las bases para otra financiación, delata una falta de fidelidad a sus votantes. Intentar defenderse contra una sospecha de corrupción, seguramente generalizada y aplicable a otros partidos, amenazando con destruir lo que creíamos que era la base de su programa electoral, es decir, una mayor soberanía del país, es una muestra de que estábamos equivocados respecto a la sinceridad de esa base conceptual. O quizás sea la explicación del porqué en esos últimos 20 años casi no se ha adelantado en la consecución de mayor autonomía y mayor financiación. O, en fin, tendremos que dar la razón a los que afirman que este falso terremoto es simplemente el principio de una guerra antidemocrática de las derechas contra las izquierdas, de momento representadas por el llamado tripartito.
Hay que reconocer, no obstante, que ese aire fresco de Maragall contra las hipocresías políticas ha tenido también otras consecuencias: el ciudadano cada día desconfía más de la política y de los políticos y no comprende por qué en un tema como el del Carmel todos los partidos no se han unido al esfuerzo para resolver los graves problemas consecuencia de aquella tremenda desgracia, en vez de derivar hacia peleas internas o tomas de posición electoralistas. Incluso ERC ha aprovechado la ocasión para anunciar a su favor que esta crisis es el fin del periodo histórico PSC-CiU y el principio de un cambio radical en el que los republicanos marcarán un nuevo compás político. Menos mal que el conseller Nadal dedicó tres horas a explicar el tema del Carmel y está logrando adecuadas líneas de atención a los damnificados y para detectar responsabilidades. A los demás les ha interesado más aprovechar la ocasión para preparar el ambiente electoral.
Este aumento de desconfianza es, evidentemente, negativo, pero me atrevería incluso a encontrar en él algún síntoma positivo. Es evidente que algún día tendremos que sublevarnos contra esa falsa democracia justificada solo por la abstracta mecánica de los procesos electorales (aunque sean desequilibrados y basados en las listas cerradas e indocumentadas), por los intereses poco claros de los partidos, por el poder decisivo de los medios y los lobbies económicos más recónditos y por tantos otros engaños y frivolidades. Entonces necesitaremos una mayoría de ciudadanos firmemente desconfiados e incluso desengañados. Y la crisis del 3% como consecuencia de la crisis del Carmel habrá ayudado a conseguirlo. ¡Gracias, President!