Gracias, presidente Biden

Joe Biden es, de una manera discreta, el mejor presidente de Estados Unidos desde Richard Nixon. Nixon, recordemos, evitó la amenaza de una guerra nuclear gracias a sus relaciones con los líderes soviéticos. Con la ayuda de Henry Kissinger puso fin al conflicto entre Israel y sus vecinos. Ante todo, al reconocer el régimen de Mao en China, consiguió partir en dos el bloque soviético, al tiempo que inauguró una era de relaciones económicas que beneficiaron tanto a China como a las empresas estadounidenses. El balance positivo de Nixon se vio ensombrecido por su carácter irascible, sus malos modales y la intrusión de sus compinches en los despachos del Partido Demócrata. Esto lo llevó a dimitir. Pero el Watergate no puede ensombrecer una presidencia que contribuyó a traer la paz al mundo. En cuanto a los modales poco presidenciales de Nixon, ha sido derrotado en ese terreno por Donald Trump.

Volvamos a Biden, que a diferencia de Nixon y Trump es la elegancia y la discreción personificadas. Hoy, sin abusar de su poder, es nuestro jefe militar de facto, que dirige dos conflictos terribles, ambos a punto de degenerar e incendiar el mundo en cualquier momento. En primer lugar, Ucrania. Sin la intervención decisiva de Biden y su determinación de poner coto al imperialismo de Putin, Ucrania ya no existiría. Sería una colonia asolada por rusos embriagados por su victoria. Biden salvó a Ucrania, con la cooperación, por supuesto, del pueblo ucraniano, de su extraordinario presidente y del apoyo de todos los miembros de la OTAN. Pero tenía que asegurarse ese apoyo, cosa que el presidente estadounidense hizo con habilidad y, una vez más, discreción. Sabemos que el riesgo de esta alianza para salvar a Ucrania era provocar una deflagración que iría más allá de Ucrania y que podría implicar el uso de armas nucleares. Putin nos amenaza con ello. Pero también en este caso la habilidad de Biden ha dado sus frutos: la ayuda a Ucrania se ha calculado con la mayor precisión posible para no provocar una reacción desmesurada por parte de los rusos, aunque los ucranianos lo lamenten. Esta precisión en la gestión del conflicto ucraniano contrasta con la historia reciente de Estados Unidos, que ha enviado tropas en masa a Corea, Vietnam, Irak y Afganistán sin una estrategia clara, únicamente para demostrar su fuerza.

Biden, por haber vivido esas aventuras y las derrotas que las siguieron, asumió las consecuencias, empezando por retirar las tropas de Afganistán, que era una causa perdida para Occidente. El presidente estadounidense está demostrando una habilidad comparable en el conflicto entre Israel y Hamás. Tampoco en este caso actúa por su cuenta, sino de común acuerdo con sus aliados occidentales.

Como es lógico, apoya a Israel, que es también la posición de los líderes europeos, pero imponiéndose a sí mismo limitar la entrega de armas para no provocar una conflagración en la región. Esta estrategia calculada parece estar dando resultados, en la medida en que Irán y Arabia Saudí se abstienen de intervenir en el conflicto. La estrategia de equilibrio del presidente Biden se ve contrarrestada por una opinión pública desenfrenada, mal informada, a veces manipulada por los rusos y a veces por Hamás, que intenta hacer pasar a los agresores por víctimas. En la jungla en que se ha convertido la información, es difícil hacer entrar en razón a la gente. Quizás el principal defecto del presidente Biden y sus aliados sea su dificultad para expresarse con claridad y hacerse oír.

Por fundamentales que sean los dos conflictos en Ucrania y en Gaza, el más vital a largo plazo es la relación entre Occidente y China. También en este caso, Biden hace gala de su prudencia. Se dirige al Gobierno chino con una gran moderación, al tiempo que les impone líneas rojas que no deben cruzarse, para proteger Taiwán y la propiedad intelectual de las innovaciones estadounidenses que China necesita tan desesperadamente.

Si Biden es tan buen presidente estadounidense, ¿por qué se prevé que dentro de un año fracase en las elecciones y Donald Trump vuelva a la presidencia? Se le critica por ser demasiado viejo, lo que es más bien un tributo a su vigor intelectual y a su experiencia política. Ronald Reagan fue objeto de las mismas críticas. Dentro de Estados Unidos, a Biden también se le reprocha la supuesta debilidad de su política económica. Es una acusación curiosa: el crecimiento es fuerte, la inflación, baja, y el paro es inexistente. Además, el presidente de Estados Unidos dispone de pocos medios para influir en la economía. Aparte de controlar los impuestos y luchar contra los monopolios, poco puede hacer. La gestión del dinero, esencial en toda economía moderna, es competencia de la Reserva Federal, al igual que en Europa lo es del Banco de Fráncfort. Estos bancos centrales pueden o no generar inflación. ¿Y el empleo? El Gobierno federal estadounidense no puede hacer nada al respecto. Son los empresarios privados quienes contratan. Si hay pleno empleo en Estados Unidos no es por Biden, sino gracias a una iniciativa empresarial más vigorosa e innovadora que nunca.

Es una paradoja constante de la vida política estadounidense que los votantes juzguen a su presidente por su bienestar económico. Así son las cosas: cada uno mira más por sus propios intereses. Los estadounidenses también juzgan al presidente por el aumento de la desigualdad, una cuestión compleja en la que el presidente cuenta con pocos medios para actuar. Es cierto que en Estados Unidos y ahora en Europa asistimos al surgimiento de una clase de superricos que poseen monopolios en los campos de la informática y la energía. Pero como son multinacionales, estos superricos eluden todas las normativas y todos los sistemas tributarios. En su defensa hay que señalar que los superricos estadounidenses mantienen vivos gracias a sus donaciones filantrópicas todos los museos, hospitales, universidades y óperas. El estatus de los superricos constituye un problema en sí mismo, ya que actúan sin fronteras ni controles. Biden debería al menos plantearse la cuestión. Su silencio sobre el tema es la principal crítica que se le debería hacer. Pero los europeos callan igualmente por miedo a ver cómo huyen las multinacionales.

Biden, ¿un gran presidente? Imaginemos por un momento que Trump hubiera sido reelegido. O que, como Pedro Sánchez, se negara a dejar el cargo: Ucrania ya no existiría, estaríamos en guerra con Irán y Putin probablemente habría usado armas nucleares tácticas. Así que, gracias, Biden. Y feliz cumpleaños.

Guy Sorman

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