Gracias, 'tovarich' Putin

Felicidades, camarada: lo has conseguido. Has logrado algo que parecía imposible. Cierto, tus métodos no han sido los más ortodoxos. Al contrario, han sido flagrantemente ilegales, claramente criminales, bordeando el genocidio y atentando abiertamente contra la Humanidad. Has mentido descaradamente, has invadido por la fuerza de las armas un país vecino sólo días después de haber afirmado públicamente que no tenías intención de hacerlo. Has pretextado sin la menor sombra de prueba que intervenías para liberar a ese país de un gobierno nazi y plagado de drogadictos, olvidando que el presidente de ese gobierno había sido elegido en unas limpias elecciones plenamente democráticas por más de dos tercios de los votantes y que, además, es de ascendencia judía. Y olvidas, además, que, aunque esas disparatadas alegaciones fueran ciertas, tu intervención, para ser aceptable, hubiera requerido un mandato expreso de las Naciones Unidas. Pero todo eso son detalles de importancia secundaria, dirás. Al fin y al cabo tú eres de los que piensan que el fin justifica los medios, sobre todo si es un fin que persigues tú. Y, como digo, lo has logrado, aunque parecía imposible: has conseguido poner de acuerdo a esta jaula de grillos que es la Unión Europea en materia de política internacional y tanto más discordante cuando las cuestiones son de índole militar. En particular, has conseguido que, tras más de medio siglo, Alemania abandone su acendrada Ostpolitik, su actitud complaciente y cooperativa hacia la Unión Soviética, hoy Rusia, política que tantas satisfacciones había producido a ambos lados del antiguo Telón de Acero, aun a costa de los intereses de otros miembros de la Unión, de la Unión misma, e incluso de la paz internacional.

Gracias, 'tovarich' PutinDebo confesar, tras felicitarte y agradecértelo, que no comprendo por qué perseguías ese objetivo, que no beneficiará en absoluto a tu tortuosa trayectoria política. Pero eso es asunto tuyo. Muchos pensarán, sencillamente, que no era ése tu objetivo, que por primera vez en tu vida calculaste mal, y que te salió el tiro -nunca mejor dicho- por la culata.

Lo cierto es que hay muchas cosas inexplicables en esa trayectoria política tuya. Entre otras, esta tremenda nostalgia por la URSS que has adquirido, y que te ha hecho decir que su derrumbamiento en 1991 fue el mayor drama político del siglo XX. Lo cierto es que a la Unión Soviética, de la que renegabas en sus últimos años, poco le debe tu carrera. Como joven agente del KGB aspirabas a un destino distinguido en Berlín occidental (las capitales de las democracias han fascinado siempre a los burócratas comunistas), pero te enviaron a un oscuro destino en la provinciana Dresde, en Alemania oriental, donde te aburrías mortalmente. Además, cuando el régimen comunista alemán se vino abajo, la KGB te dejó solo y sin instrucciones ante las turbas anticomunistas que sitiaron y amenazaron las oficinas que estimaban prosoviéticas. Te libraste por los pelos de un asalto o un linchamiento.

Volviste a tu nativa Leningrado (San Petersburgo) desengañado, en busca de alguna oportunidad. La encontraste gracias al desaprensivo alcalde de esa ciudad, Anatoly Sobchak, que apreció tu experiencia y tus artes de espía sin escrúpulos. Cuando Sobchak perdió las elecciones, diste al salto a Moscú aprovechando los contactos políticos que habías cultivado gracias a tu primer mentor. El segundo fue aún mejor: nada menos que Boris Yeltsin, presidente de Rusia y necesitado de ayuda por el complejísimo legado político y económico que dejaba la Unión Soviética, y además por algunos asuntos turbios de su familia. Para entonces tú ya estabas decidido a asaltar el poder sin consideraciones de ningún tipo. Resolviste los problemas de Yeltsin por métodos expeditivos y mafiosos. Él, ya debilitado por el alcohol y abrumado por el drama de Chechenia, entre otros, quedó deslumbrado por tu habilidad resolutiva y se fue poniendo cada vez más en tus manos, dispuesto a convertirte en su sucesor, confiado de que contaría con tu amistad y agradecimiento. Si para resolver los problemas familiares de Yeltsin utilizaste procedimientos dignos de un Corleone, la cuestión de Chechenia exigió niveles inauditos de doblez, violencia y brutalidad. No sabemos hasta qué punto se percató Yeltsin del carácter de tus métodos expeditivos. Pero sí sabemos que quedó muy satisfecho de los resultados y que pensó que tú eras el hombre que necesitaba Rusia.

Para facilitar tu futura tarea, ya que, según dijo, necesitabas «experiencia internacional», Yeltsin, en conversación con Bill Clinton, presidente entonces de Estados Unidos, se deshizo en alabanzas tuyas: «Es un demócrata... un alma grande... muy fuerte y muy inteligente», le decía. Yeltsin era demócrata a su manera. Tú, no. Tú mentiste haciéndote pasar por demócrata y dando coba a Clinton, elogiando su «apertura mental y actitud constructiva», llamándole discípulo del prestigioso senador William Fulbright, y diciéndole que apreciabas «todo lo que había hecho para contribuir al desarrollo de la relaciones entre nuestros países» y, ya de paso, que «el uso de la fuerza no contribuye a la resolución de los conflictos». Otra prueba flagrante de tu mendacidad.

Yeltsin te nombró primer ministro provisional y consiguió que ganaras las elecciones. Luego dimitió y te apoyó para que te eligieran presidente. El día que ganaste la elección, te llamó para felicitarte, pero tú ni siquiera acudiste al teléfono. Ya no le necesitabas. Esa fue la amistad y el apoyo que diste a quien te encumbró y creyó en ti. Desde entonces riges Rusia con puño de hierro. Te manifiestas muy nacionalista y patriótico, pero la opinión que tienes de tu pueblo no es muy halagüeña. A Clinton le decías, hablando de las elecciones a las que te ibas a presentar, que «Rusia no tiene un sistema político desarrollado»: « La gente no lee los programas, [sólo] mira la cara de los candidatos... tengan programa o no. La mayoría de la población piensa así, lo cual no es muy refinado. Pero es la realidad con la que hay que contar». Así se explican tus pucherazos electorales. Desprecias a tu pueblo.

A raíz de tu criminal invasión de Ucrania violando las reglas más elementales del Derecho Internacional, se te ha comparado frecuentemente con Adolf Hitler. No anda descaminado el paralelo. Los dos sois dictadores megalómanos, bordeando la psicosis, para quienes la vida humana no tiene ningún valor. Ambos sois ejemplos perfectos del resentimiento, arribistas sin escrúpulos, que habéis aprovechado la frustración de vuestros pueblos tras sendas derrotas en la Primera Guerra Mundial y en la Guerra Fría, para conquistar el poder y amenazar la paz del mundo. Ambos habéis practicado el asesinato político para libraros de adversarios y rivales, y provocado una guerra de agresión y conquista sin justificación alguna. Ambos sois nacionalistas extremos, que si despreciáis a vuestro pueblo, aún más despreciáis a los demás. Hitler tenía una ideología genocida y tú, probablemente, no. Pero él no montó su carrera política sobre la mentira: dejó claro lo que pensaba en un libro (Mein Kampf), y fundó un partido que se definía como claramente racista. En ese aspecto, no engañó a nadie y sobre esas bases fue elegido. Tú, en cambio, engañaste a Yeltsin, quizá también a Clinton, a la gran mayoría del pueblo ruso y hasta el 25 de febrero de 2022, engañaste a muchos más, simulándote un autócrata, sí, pero no un imperialista despiadado, capaz de crímenes contra la Humanidad. Nadie se dio cuenta hasta ahora de que eras el más sanguinario dictador de Rusia desde Stalin; y ahora vemos que, a tu lado, todos los demás dictadores comunistas fueron gente moderada y responsable.

La democracia, con ser el único sistema político legítimo, presenta serios problemas; los humanos distamos mucho de ser perfectos. A las colectividades humanas les cuesta mucho ponerse de acuerdo sobre casi todo, desde la religión hasta las vacunas. Además, la gente no quiere oír malas noticias, ni ver su nivel de vida en peligro. Todas estas cuestiones son otras tantas rendijas en la armadura de la sociedad, que los dictadores astutos han sabido siempre aprovechar para asestar golpes certeros. El caso de Hitler es paradigmático. A pesar de sus declaraciones y acciones, las democracias cerraron los ojos ante la destrucción de la República de Weimar, ante la persecución a los judíos, ante el rearme, ante el Anschluss, ante la guerra civil española, ante la invasión de Checoslovaquia... Fue la invasión de Polonia lo que despertó a las democracias sobre la realidad del nazismo. Tú arrasaste Chechenia, desmembraste a Georgia y a Ucrania, y se te dejó hacer. Pero la invasión descarada de este país ha sido el clarinazo que ha puesto en pie a las democracias del mundo. Te quitaste la careta y ya no te la puedes volver a poner. Nadie creerá nunca más tus mentiras. Spassiva, tovarich. Gracias, camarada. Nunca olvidaremos.

Gabriel Tortella es economista e historiador. Su último libro es La semilla de la discordia. El nacionalismo en el siglo XXI (con Gloria Quiroga), Marcial Pons, 2021. Los entrecomillados proceden del National Security Archive, Washington.

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