Gramsci y la tradición marxista

El pasado siglo XX, el de la lucha entre democracia y totalitarismo, el más violento y cruel de la Historia de la Humanidad, el que nos hace renegar de la condición del ser humano, ha dejado en nuestras mentes y en nuestros pensamientos, a pesar de la victoria de la democracia, las destructivas deformaciones intelectuales del totalitarismo. De ahí que las democracias occidentales de baja intensidad que 'disfrutamos' en la actualidad tengan innumerables carencias que sus máximos representantes avivan sin recato alguno. Y es que nuestras democracias no lo serán definitivamente mientras mentir siga considerándose un comportamiento natural, tanto en el ámbito de la política como en el del pensamiento; mientras se enquisten en el debate público la traición a la verdad, la negación de los hechos elementales, la distorsión ideológica, el deseo de destruir al disidente sin rebatir sus argumentos. Después de caer el muro de Berlín, se propagó la idea de que la mágica combinación de democracia y libertad de mercado harían del mundo una comunidad de naciones modernizadas, que dejarían atrás los enfrentamientos, los odios étnicos, la inestabilidad y la injusticia. Nada más lejos de la realidad.

Previamente a este acontecimiento histórico, recorrieron el mundo diferentes tradiciones emancipadoras que partieron, inevitablemente, de la condena de las sociedades que pretendían modificar. Entre ellas, las tradiciones socialista y comunista que se preocuparon no sólo de criticar la sociedad capitalista, sino también de las alternativas a la misma reflexionando sobre si era realizable una sociedad sin clases, sobre cómo se organizaría esa sociedad, sobre su diseño y la forma de conseguirla, sobre su vinculación con el futuro deseado, etcétera. De la afirmación de los principios socialistas y comunistas, de sus proyectos y procesos, del estudio investigador de otras sociedades y de la transición hacia ellas participó el pensador, periodista y político italiano Antonio Gramsci, fallecido el 27 de abril de 1937, hoy hace setenta años, una de las más relevantes figuras de la cultura y la política italianas del siglo XX, del pensamiento europeo y del marxismo, cuyo sueño fue la transformación revolucionaria de la sociedad superando el Estado capitalista.

Imbuido de la certeza de ser un pensador, un revolucionario y un hombre de acción, unió su actividad intelectual a su trabajo político y militante. De hecho, su labor periodística puede considerarse un intento serio de reforma intelectual y moral (precedente idealista de Benedetto Croce) para, a través del marxismo, esclarecer los arcanos sociológicos de la cultura nacional italiana. Así lo manifestó en el 'El Grito del Pueblo' (inicios de 1916 hasta el 19 de octubre, en que deja de publicarse), en 'Avanti!' (1916), en el único número de 'La Cittá futura' (11 de febrero de 1917) y, sobre todo, en 'L'Ordine Nuovo', que creó junto con Angelo Tasca, Palmiro Togliatti y Umberto Terracini el 1 de mayo de 1919, y 'L'Unitá' (1924), en los que plasmó, al principio, sus ideas socialistas, su resentimiento por las injusticias padecidas en la tierra sarda en que nació y por las desigualdades sociales del sur del país, y, posteriormente, mostrando su intransigencia política, su cínica ironía, hasta en contra de los socialistas reformistas, el hastío frente a cada expresión retórica, pero también su idealismo innato, sus deudas culturales en las confrontaciones ideológicas con Croce, sus influencias de Maquiavelo, Lenin, Sorel, Pareto, Bergson, etcétera.

De mayor importancia fue su actividad como dirigente político, ya que se convirtió en el teórico y organizador de los consejos de fábrica que por entonces florecieron en Turín (1919-1920); participó entusiastamente en el fallido Bienio Rojo (1919-1921); apoyó la huelga de abril de 1921; se enfrentó con la dirección del partido socialista, tanto contra los maximalistas como contra los reformistas, de lo que nació la escisión que dio lugar, el 21 de enero de 1921 en el Teatro San Marco de Livorno, al Partido Comunista de Italia, del que fue fundador junto con Amadeo Bordiga, Bruno Fortichiari, Luigi Repossi, Ruggiero Greco y Umberto Terracini; defendió a ultranza a los 'Atrevidos del Pueblo'(nacidos en Roma a mediados de 1921), oposición militar popular a la violencia de las escuadras fascistas; representó en Moscú al PCI en la Tercera Internacional Comunista (1924); y, finalmente, fue detenido por el régimen fascista en 1926 y encarcelado dos años más tarde hasta poco antes de su muerte, en 1937.

En su obligada reclusión, Gramsci reflexionó con brillantez y lucidez sobre la necesidad de destruir el sistema de valores occidental como paso previo y necesario para el triunfo del ideal comunista, para lo cual era imprescindible atraer a la causa marxista a los intelectuales, al mundo educativo, al de la cultura, al de la religión; es decir, a los sectores más importantes del pensamiento, que facilitarían un cambio radical en Occidente en unas pocas generaciones. Los 'Cuadernos de la Cárcel' recogen la idea anterior así como reflexiones sobre la sociedad italiana, la filosofía marxista y los medios e instrumentos de la revolución (filosofía de la praxis o vínculo inseparable entre la teoría y la práctica, el pensamiento y la acción), su polémica interpretación del marxismo, su análisis de las dificultades que se plantean en las sociedades avanzadas y cambiantes, en las que la clase gobernante ejerce no sólo el poder militar y político sino también la hegemonía intelectual y cultural (concepto de hegemonía y bloque hegemónico o nexo entre la política y la educación) y su descubrimiento de la necesidad de trasladar la lucha de clases al terreno de la cultura de masas.

Gramsci fue capaz de abrir nuevas líneas de pensamiento, de acción política y de innovación educativa en el primer tercio del siglo XX, un triste periodo de la Historia de la Humanidad caracterizado por el choque de tres sistemas políticos (democracia burguesa, nazismo-fascismo y comunismo) que culminó en el desastre genocida de la Segunda Guerra Mundial. Pero no por ello debemos vincularlo a la defensa de la democracia parlamentaria y burguesa, ni a ensoñaciones eurocomunistas, ya que siempre fue un revolucionario comunista e internacionalista, hecho éste que no le privó de la clarividencia de observar el sectarismo triunfante del VII Congreso de la Internacional Comunista (1928) y su influencia en Italia. De ahí su distanciamiento de la URSS estalinista y la no intermediación de ésta en su liberación.

En sus reflexiones teóricas y análisis conceptuales encontramos explicación sobre las causas del hundimiento del denominado 'socialismo real', y ellas justifican la actualidad de su pensamiento en estos primeros años del siglo XXI y la influencia que ejerció en filósofos y pensadores como Jean Paul Sartre, Louis Althusser, Hans Magnus Enzensberger o Paulo Freire, entre otros. Pensar que capitalismo y democracia burguesa están destinados a ser superados por una mejor forma de organización política y económica en la era de la globalización parece trasnochado en los tiempos que corren, pero no por ello cabe olvidar lo que en su día plantearon intelectuales como Gramsci.

Daniel Reboredo, historiador.