Cuando los votantes del Reino Unido vayan a las urnas el 23 de junio para decidir si su país debe abandonar o no la Unión Europea, entre las cuestiones con las que tendrán que lidiar están el impacto de su decisión en el desempleo, los flujos comerciales y la estabilidad de los mercados financieros. Pero existen otras consideraciones menos cuantificables que también deben ser ponderadas al hacer un balance.
Los argumentos económicos contra una salida británica de la UE -o Brexit- se han ensayado muy bien. Muchos han sugerido que si el Reino Unido se retirara, los fabricantes se asegurarían un acceso continuo al mercado europeo cruzando el Canal de la Mancha, lo que le costaría al país millones de empleos. De la misma manera, un retiro de la UE amenaza con minar la posición de Londres como un centro financiero global, lo cual depende de la integración de la ciudad a los mercados europeos. Los acuerdos comerciales también tendrían que ser renegociados tras un Brexit.
Otro motivo de preocupación para muchos votantes tiene que ver con la soberanía del Reino Unido -la idea de que los países independientes deberían tener una máxima autoridad en materia de toma de decisiones sobre lo que sucede al interior de sus fronteras-. Pertenecer a la UE muchas veces exige ceder el control a una red compleja de instituciones supranacionales, a menudo ineficientes, con sede en Bruselas.
Yo tengo un doctorado en economía y trabajo con empresas cuyos empleados y operaciones se benefician del hecho de que el Reino Unido sea miembro de la UE. También siento un profundo desdén por la burocracia y la ineficiencia. Y, sin embargo, no creo que las consideraciones o preocupaciones económicas sobre la soberanía ofrezcan argumentos convincentes para un Brexit.
Mucho más importante es el potencial impacto de una decisión de este tipo en la postura global del Reino Unido. Pertenecer a una comunidad europea de 500 millones de personas le ofrece al Reino Unido una influencia considerable sobre la geopolítica y la economía global. En tanto el mundo se vuelve cada vez más abrumador y complejo, mantener esa influencia claramente beneficia al país.
La campaña del referendo ocurre en un contexto económico y político global que, cuando menos, es inquietante. El Fondo Monetario Internacional ha advertido que es improbable que el crecimiento global regrese a los niveles que alcanzó antes de la crisis financiera de 2008. Por cierto, la consultora global McKinsey predice que las tasas de crecimiento global durante los próximos 50 años serán la mitad de lo que fueron en las cinco décadas anteriores.
Mientras tanto, Martin Dempsey, un general retirado del ejército y ex presidente del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, dijo que el mundo entró en el período más peligroso del que él haya sido testigo hasta la fecha. Los países en desarrollo albergan aproximadamente al 90% de la población mundial, y alrededor de las dos terceras partes de sus residentes tienen menos de 25 años. Un crecimiento estancado o una merma de la producción en muchas economías emergentes tiene consecuencias serias. El Instituto de Desarrollo Exterior del Reino Unido predice que, para 2025, aproximadamente el 80% de la población mundial vivirá en estados frágiles.
Los avances tecnológicos que erosionan las fuentes de trabajo, el agravamiento de la desigualdad de ingresos, los cambios demográficos, los recursos naturales menguantes y el desgaste ambiental son la gota que colma el vaso. El mundo ya está atravesando la peor crisis de refugiados desde el fin de la Segunda Guerra Mundial: unos 60 millones de personas han sido arrancadas de sus hogares. La creciente inestabilidad no hará más que exacerbar el problema.
Abandonar la UE no protegerá al Reino Unido de los caprichos de la economía global. Sólo privará al país de una voz relevante en cuanto a cómo dar respuesta a los desafíos nuevos y existentes. El Reino Unido está mucho mejor posicionado para influir en la agenda política global desde el interior de la UE que desde afuera de ella.
Sin duda, abandonar la UE no despojaría al Reino Unido de su prominencia histórica en las organizaciones internacionales -especialmente su membrecía permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas-. Pero sería menos probable que una Gran Bretaña no europea se asegurara la misma postura e influencia en cualquier institución que surgiera en los años venideros.
Dentro de la UE, el Reino Unido es una parte crítica de un bloque económico y político influyente con un peso innegable. Amplificada por la UE, su voz puede influir en los acontecimientos mundiales, ofreciéndole al país lo que a los británicos les gusta describir como una capacidad para rendir por encima de sus posibilidades.
Sin embargo, si el Reino Unido se retirara, su influencia estaría limitada a su verdadero tamaño en el escenario global: un país relativamente pequeño con un poder económico y político limitado. En momentos en que los votantes británicos se preparan para emitir su voto, deberían ponderar cuidadosamente las consecuencias de la irrelevancia internacional.
Dambisa Moyo, an economist and author, sits on the board of directors of a number of global corporations. She is the author of Dead Aid, Winner Take All, and How the West Was Lost.