Gran trifulca en el mundo árabe

Todavía falta tiempo para que tengamos las claves de la situación real en esa extensa zona que los estadounidenses denominan MENA (Oriente Próximo y África del norte), pero sí que existe ya un marco interpretativo general. El primer dato es que los grandes protagonistas son Irán y Arabia Saudí. Estados Unidos parece, esta vez, haberse retirado al papel de segundón, al menos en lo que respecta a la enorme sombra que proyecta la fenomenal pelea entre iranís y saudís. Otra cosa sería si consideráramos la pista adicional de que los estadounidenses están aprovechando la situación -apoyados por los aliados europeos- para desalojar a los chinos de algunos países africanos en los que estos han hecho fuertes inversiones para hacerse con hidrocarburos: Argelia, Libia y Egipto. Dado que China y Estados Unidos viven una extraña simbiosis financiera y Pekín ya ha dicho, con cierta dosis de amenaza, que sus bancos empiezan a estar saturados de dólares -cada vez más devaluados-, se comprendería la cautela de Washington en Libia, impulsando la intervención y dejando a los europeos que completen el trabajo.

Pero quien se está portando como un toro en una cacharrería es Arabia Saudí. Sus tropas aplastaron las revueltas en Baréin, anexionándose de facto el pequeño emirato que Irán reivindica desde hace tiempo como territorio propio. Tampoco es ningún secreto que los saudís aportaron el dinero para las concesiones sociales que hizo el sultán de Omán y que apaciguaron a los contestatarios. Es sabido que Arabia Saudí está detrás de Kuwait, y de Catar, que tan preeminente papel está teniendo, desde el golfo Pérsico hasta Libia. Ahora, los saudís están urgiendo a Estados Unidos para que actúe contra Irán, de cualquier forma, incluida la militar. Y saudís, que no norteamericanos, son también (entre otros) quienes atizan a la disidencia en el interior de Siria, que, por cierto, ha empezado a armarse, como sucedió en Libia. La ferocidad saudí ha llegado al punto de adquirir en China misiles con capacidad para el transporte de vectores nucleares.

Irán, desde luego, también hace de las suyas. Ha estado detrás de las protestas en Baréin y se está acercando a Egipto. También apoya y mantiene activamente el eje Hizbulá-Siria. Se suponía que las revueltas populares en MENA deberían haber afectado la estabilidad del régimen iraní, pero no ha sido así.

Mientras tanto, en Israel se viven semanas de ansiedad. Tel Aviv acusó a los rebeldes libios de vender armas capturadas en los arsenales de Gadafi. Decían que Hamás y Hizbulá adquirieron cabezas de munición química que esperan en Sudán para entrar en la franja de Gaza. Hace un par de semanas, cerca de Port Sudan, un misil israelí reventó un automóvil en el que, se dijo, viajaban dos traficantes de armas implicados en la operación. No parece que Israel pueda ahora respirar un poco, porque Hamás y Al Fatá hayan restablecido relaciones, y eso pudiera pacificar la situación en la franja Gaza. Al mismo tiempo, aunque Turquía e Israel están todavía enfadadísimos por el asalto a la Flotilla de la Libertad, hace poco más de un año, a la fuerza ahorcan, y las relaciones se han recompuesto deprisa y corriendo, aunque medio en secreto.

Ante este flujo de noticias soterradas y contradictorias, no es de extrañar que la prensa quede a menudo desbordada. Por ejemplo, apenas se ha sabido que el Gobierno alemán, que se ha mostrado inasequible a los supuestamente incontrovertibles argumentos del intervencionismo humanitario, ha estado negociando por su cuenta en Trípoli. Por lo tanto, parece haber fraguado un elástico frente germano-turco-israelí para buscar una salida diplomática en Libia, totalmente diferente de la implicación unilateral que están llevando a cabo británicos, franceses e italianos. La verdad es que en Libia cada cual está haciendo lo que mejor le parece, y la imagen de unidad de la comunidad internacional, a tenor de lo establecido en la resolución 1973 del Consejo de Seguridad, es ya pura materia de fe. En estos momentos, el doble, triple o cuádruple rasero funciona a todo trapo. Por ese lado, también es comprensible que la Administración de Obama haya querido sacarse de en medio, al menos por ahora: la situación se ha vuelto difícil de controlar.

No debe perderse de vista que Libia es una pieza más de un extenso entramado para el cual las potencias occidentales no poseen una solución política que ofrecer, y resulta impensable barajar la posibilidad de intervenciones militares en todo el MENA

durante tiempo indeterminado. El andamiaje argumental que se ha construido en Europa para guerrear en Libia tendrá que ser reformado, porque a un mes y pico de que se aprobara en el Consejo de Seguridad no se va a repetir en Siria ni en Yemen, a pesar de que también allí se da una situación de R2P, o Responsability to Protection, que es como está de moda denominar ahora al ya gastado argumento de la injerencia humanitaria. Y es que las poblaciones de esos países no tienen petróleo con que pagar su protección.

Por Francisco Veiga, profesor de Historia Contemporánea de la UAB y coordinador de Eurasian Hub.

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