Grandeza y servidumbre del liberalismo

Posiblemente, la mayor pérdida que ha traído la era informática que empieza y se extiende como un virus por el planeta es el retroceso paralelo del liberalismo. Reducir el pensamiento a algoritmos y ceder nuestras decisiones a ordenadores o robots es muy cómodo, muy limpio, muy práctico, pero dudo que sea lo más conveniente para seguir avanzando en ese largo camino de la humanidad hacia la libertad que según Hegel es la Historia, en el que el liberalismo fue norte y guía, aunque no siempre seguido.

Pero antes de nada aclararemos de qué estamos hablando. Por liberal se entiende bastante más que un partido político. Gregorio Marañón, del que hablaré luego al ser su mejor representante, advierte que es una forma de vida. «Se es liberal como se es limpio» advierte con su impecable prosa. O sea, se trata de una forma de ser y de actuar, y advierte que uno de sus rasgos más importantes es que «el fin nunca justificará los medios», hoy olvidado.

Se atribuye a Voltaire la definición más conocida del mismo: «No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero daría mi vida para que pudiera seguir diciéndolo». No puede encontrarse descripción más bella y perfecta, pero conociendo al personaje, cuya inteligencia y malicia iban a la par, como demuestra que donde más a gusto se encontró fue en la corte de Federico de Prusia, no precisamente un reino liberal, se me hace cuesta arriba creer que la pronunciase. Pero ‘se non è vero è ben trovato’, como dicen los italianos, y vamos a aceptarla por su exactitud. Lo liberal nació como lo opuesto a lo dogmático, sectario, intransigente, razón de que no aparece en la escena política hasta la Edad Moderna y floreció con la Revolución Francesa, aunque se pasó de rosca haciendo decir camino de la guillotina a Madame Roland, en cuyos salones se había fraguado «¡Oh libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!». También rodaron cabezas en la Revolución inglesa, pero menos, y pronto lo liberal fue sinónimo de apertura, compromiso, progreso, no sólo allí, sino en el resto del mundo. Su edad de oro fue el siglo XIX y principios del XX, cuando, del mismo modo que Rubén Darío declamaba: «¿Quién que es no es romántico?», podía decirse: «¿Quién que es no es liberal?».

Su defensa a ultranza de la libertad tanto política como económica, sin embargo, le trajo la oposición de la izquierda en bloque que ha pasado a considerar ultraconservadoras aquellas ideas y prácticas que rechaza por razones económicas e ideológicas. Como la intervención excesiva del gobierno en ambos terrenos. Lo que convirtió el partido liberal en una minoría, solo importante si ninguno de los dos grandes, conservadores y socialistas, tenían mayoría absoluta y necesitaban su apoyo para gobernar. Que el resultado de las últimas elecciones haya sido tan fraccionado, ha permitido a los liberales alemanes entrar en un gobierno de coalición con socialistas y verdes. Si aguanta, está por ver, pero sería una buena noticia.

En España, el partido liberal no aparece hasta después de la Guerra de la Independencia, aunque se da la paradoja de que la mayoría de los liberales eran ‘afrancesados’, es decir, partidarios de José I, hermano de Napoleón, que tuvieron que emigrar con él al ser derrotadas las fuerzas del emperador por las hispano-inglesas mandadas por el duque de Wellington y caudillos guerrilleros. Parte de los exiliados volvieron, otros se quedaron en Francia e Inglaterra y desde entonces, la política española se convierte en un pulso entre conservadores y liberales, hasta que aparece el partido socialista, PSOE, en 1879, aunque no obtiene el primer escaño parlamentario hasta 1910, que ocupó su fundador, Pablo Iglesias (nada que ver con el exlíder de Podemos), perteneciente a la asociación de impresores, algo así como la ‘élite intelectual’ entre los trabajadores, y marxista, que ha leído a Marx y coincide con él en que antes de una revolución proletaria tiene que haber una burguesa, que en España no había habido. Su carácter gallego le ayuda a ir con pies de plomo, sabiendo que las ‘fuerzas vivas’ no se lo permitirían. Pero también le da la paciencia y constancia de ir avanzando poco a poco para cambiar la sociedad. Mientras, el Partido Comunista de España no se funda hasta 1921, con dos grupos disidentes del PSOE, al negarse éste a adherirse a la III Internacional. Todos sus esfuerzos, sin embargo, se dirigieron a absorber a los socialistas, aunque pretenda dejarse absorber por ellos. Su único éxito en este sentido fue el ‘pase’ de las Juventudes Socialistas, lideradas por Santiago Carrillo (éste sí que el de este tiempo) a sus Juventudes. Pero la tensión entre ellos, con los socialistas partidarios de la reforma del sistema y los comunistas partidarios de la revolución, va a mantenerse a lo largo del siglo XX, incluidas la República, la Guerra -con un apoyo claro de Rusia al ejército republicano- y la posguerra, con la orden de Stalin de infiltrarse en Comisiones Obreras.

La muerte de Franco, sin embargo, saca al PSOE de su adormecimiento y el grupo de jóvenes andaluces liderados por Felipe González y respaldados por la socialdemocracia alemana, se impone al resto de la izquierda como principal fuerza de la oposición, facilitando un cambio de la dictadura a la democracia, que le sería pagado con catorce años en la Presidencia del gobierno. Sus sucesores, Zapatero y Sánchez, sin embargo, no parecen convencidos de que la Transición fuera un buen negocio. El segundo sobre todo, que ha formado gobierno con comunistas y secesionistas, que cuestionan el sistema, desde la Monarquía a la Constitución, pasando por la unidad de la nación.

¿Qué ha ocurrido a todo ello con los liberales? se preguntará el lector. Pues han desaparecido del espacio político. Ciudadanos, que intento representarles, no lo es. En cuanto vio la oportunidad de alcanzar el poder, se lanzó a alcanzarlo, estrellándose. Y un liberal no busca el poder, sino moderarlo.

Así que busco la opinión del doctor Marañón, miembro de la Agrupación al Servicio de la República, que ayudó a traerla, para que nos explique la razón de su fracaso. Lo explicó desde el exilio, en su artículo ‘Liberalismo y comunismo’ publicado en la ‘Revue de París’ y ‘La Nación’ de Buenos Aires y es muy sencillo: «Creíamos ver el antiliberalismo negro -escribía refiriéndose a la religión- pero no el rojo», refiriéndose al comunismo, para continuar: «pero la libertad no tiene colores, ni es cuestión de ideas, sino de conducta», y denunciar «la negación de todo liberalismo que supone el régimen comunista».

Hoy lo sabemos de sobra, sobre todo en los países que lo han sufrido. España, no obstante, tiene el dudoso honor de haber admitido a los comunistas en el Gobierno y su figura más famosa ha tenido la desvergüenza de visitar al Papa, sin haber renunciado a su dogma, que les dicta que «la religión es el opio del pueblo». Cuando no hay mayor opio que el suyo. Y puede incluso que sea la próxima presidenta, a poco que el actual se descuide. Pero el destino está en el regazo de los dioses, decían los antiguos.

José María Carrascal es periodista.

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