Gratitud por una visita de Estado

Habré de comenzar confesando que, en los momentos en que me dispongo a redactar estos párrafos, se dan dos circunstancias que impiden que el tema a exponer quede plenamente cerrado. En primer lugar, están escritos cuando todavía nuestros Reyes no han concluido su viaje a las ciudades de Ceuta y Melilla. Me imagino que quedarán pendientes de análisis los flecos de las posibles reacciones del Reino de Marruecos que, sin poseer derecho alguno para ello, no dejarán de estar ahí, con mayor o menor intensidad y, sobre todo, con un sentido u otro. Es decir, si meramente testimoniales y para «consumo interno» o se irá a un no deseado más allá. Todo es posible. Pero pienso que el «más allá» no conviene ni a los mismos ciudadanos de Marruecos. Y, en segundo lugar, algo imposible de soslayar como es el hecho de ser ceutí de nacimiento, infancia, educación y juventud. Muchos años de inevitable cariño a la ciudad de Ceuta, a sus gentes, a sus tierras rodeadas de mar y a su carácter profundamente similar al de cualquier ciudad andaluza: «Isla de luz para la luz nacida» la llamó la buena pluma del gran Alonso Alcalde. Todo o gran parte de mis recuerdos han de quedar ahora en lo íntimo. En mi íntimo sentir y pensar.

La visita que hoy termina es, ante todo, una visita que el Jefe del Estado realiza a dos ciudades que lo integran. Como tales aparecen expresamente citadas en la Disposición Transitoria Quinta de nuestra actual Constitución. Y como tales también se benefician de la obtención del status autonómico de acuerdo con el art. 144, algo que poseen desde sendas Leyes Orgánicas de 1995. Por ende, nada debe sorprender que reciban una visita para conocer sus problemas y esperanzas de quien, también por mandato constitucional y precisamente por ser Jefe del Estado español, tiene la alta función de conocer y simbolizar «la unidad y permanencia» de todo el territorio español. Repito: hasta aquí y por lo expuesto, nada para inquietar, criticar o molestar.

Resulta ya algo sobradamente conocida la historia de la españolidad de ambas ciudades. Ceuta está situada en lo que fue la Mauritania Tingitana del Imperio Romano, pasando luego a formar parte de la monarquía visigótica española. Como la misma península ibérica, sufrió la invasión musulmana (no marroquí: Marruecos como reino o Estado no existía), siendo reconquistada para el mundo cristiano por los portugueses en 1415. Y cuando se produce la secesión de Portugal, Ceuta optó, nada menos que mediante plebiscito de sus moradores, por pertenecer a España. Por esta razón une a sus títulos de Noble y Leal, el de Fidelísima, que ostenta con orgullo en su escudo. Desde esa fecha, ininterrumpidamente española. Y no únicamente en lo jurídico. Sobre todo en su sentimiento. En su libre ser y querer. ¡Bellos ejemplos cuando una u otra parte de nuestra geografía anda con lo de la autodeterminación, independencia y quema de los símbolos patrios! Y por lo que se refiere a Melilla, denominada en principio Russadir por los fenicios, tras pasar posteriormente por el dominio de los cartagineses, romanos y vándalos, pertenece a España desde que fue tomada por el Comendador de la Casa Ducal de Medina Sidonia, don Pedro Estopiñán y Virués, en 1497, pasando a la Corona en 1556. Otra vez la misma afirmación: nunca perteneció a Marruecos, que como tal no existía. Al contrario, el ejemplo humilde de esta entrañable ciudad quizá esté en que jamás cayó en la tentación de extender sus límites más allá del recinto de sus murallas.

Bien. Y si la historia y la realidad siempre han sido y son así (y ello pese al incremento de población musulmana que ambas ciudades han experimentado en décadas pasadas) ¿a qué viene el revuelo que la visita de los Reyes hacen a dos ciudades españolas? Me parece que la respuesta no puede ser muy alegre.

Es posible que, ante todo, a algunos errores cometidos en las fechas anteriores al anuncio oficial. Por supuesto es un lugar común que todo acto de importancia política ha de ser previamente preparado. Y bien preparado. Pero lo que estimo absolutamente inconcebible es que dichos supuestos actos de preparación hayan sido aireados y coreados en las primeras páginas de nuestra prensa. Incluso de la más cercana al actual Gobierno. Los dimes, diretes y llamadas de nuestro Ministro de Exteriores tras «hablar» con su colega marroquí han producido, aquí y allá, una impresión de «petición de permiso» y, por ende, de notable debilidad. Y a la respuesta de Zapatero a Rajoy para asegurarle que todo estaba preparado, no le faltó más que aquello de «atado y bien atado».

Y después, está la triste razón del largo olvido que han vivido Ceuta y Melilla. No es que haya que remontarse a Alfonso XIII y Alcalá Zamora para citar visitas de sus Jefes de Estado. Es que durante decenios estuvieron en el olvido lejano y cercano. Franco, que desde Ceuta contempla el paso de sus tropas a la Península (¡la de veces que sus habitantes hemos tenido que corregir eso de «a España»!, si bien esto ahora ya no llama tanto la atención por obra de los excesos autonómicos: Cataluña y España, País Vasco y España, como ejemplos que debieran ser atajados) Franco, decimos y sin saber la causa, jamás volvió a esa ciudad desde 1936. Durante esos decenios, algún ministro del Ejército y para revisar las tropas. En democracia, líderes para pedir votos. Y en lo cercano, los sucesivos gobernadores generales de Ceuta y Melilla, que, a la vez pero claramente separado el cargo, fueron también Altos Comisarios, se preocuparon muy poco de los problemas y necesidades de lo que era clara soberanía española. El caso de García Valiño resultó hiriente y condenable. Sin duda, la excepción la constituyó el mandato de ese gran caballero del Ejército español llamado Galera Paniagua al que en mala hora se le quitó el honor del nombre de una Plaza. ¡Sí, qué lejos han tenido unos y otros a Ceuta y Melilla! Recuerdo que, en mi infancia y juventud, hasta en los «partes» del «hombre del tiempo»!

Por eso era importante esta visita oficial. Por oír las palabras sobre la españolidad del presidente Vivas en Ceuta. Por ver las calles vestidas con la bandera que otros queman. Por oír vivas y aplausos. Y por saber, a través de su propia afirmación, que quienes hacían la visita «venían a cumplir una deuda», largamente contraída y esperada, y «como obligación del Rey de todos los españoles» Ha merecido la pena.

Manuel Ramírez, catedrático de Derecho Político.