Gratitud y compromiso

Es de bien nacidos dar las gracias a quienes se empeñan en garantizar nuestras vidas, nuestras libertades y nuestro derecho. Cada vez que pensamos en el Estado de Derecho pensamos en los parlamentos, en la justicia, en la división de poderes, en la restricción por el derecho con la que debe ser ejercido el monopolio legítimo de la violencia.

No pensamos en los cuerpos y fuerzas de seguridad que cumplen con su trabajo. Pero no habría Estado de Derecho sin ellos. Su esfuerzo, su profesionalidad, su disposición a correr riesgos es la condición indispensable de la libertad de los ciudadanos, de los sujetos de derecho. La Policía, la Guardia Civil, así como la Ertzaintza y los Mossos d'Esquadra, pertenecen por derecho propio al Estado de Derecho. Son el pilar de la política, por mucho que nos empeñemos en contraponer la labor de la policía a la labor de la política, especialmente cuando del terrorismo se trata.

En el momento de escribir estas líneas, un miembro de la Guardia Civil ha sido asesinado por ETA, y otro se encuentra gravemente herido. Ambos estaban arriesgando su vida -el asesinato pone a las claras de manifiesto que no es una simple frase- para garantizar los derechos y las libertades fundamentales de los ciudadanos españoles, incluidos, especialmente incluidos, los vascos.

Más de un vasco deberá probablemente su vida al trabajo de quienes han sufrido este brutal atentado, y a quienes como ellos tratan de impedir en origen que alguien atente contra su vida, contra sus bienes, contra su libertad. El asesinado, su compañero gravemente herido y todos los demás que en parecidas condiciones arriesgan su vida están cumpliendo el primer mandato del Estado de Derecho: proteger la vida, la libertad y el derecho de los ciudadanos. El asesinado y su compañero gravemente herido estaban protegiendo la vida y la libertad de muchos vascos y de no pocos españoles. Les debemos gratitud sincera.

La lucha contra el terrorismo tiene muchas facetas. Perseguir y detener a quienes atentan contra la vida y la libertad de las personas es una de ellas, y no la menos importante. Pero todos sabemos que es necesaria una fase previa: impedir que se organicen, conocer su organización allí donde se esconden, infiltrarse en las filas de ETA, hacer todo lo posible para que no lleguen a cumplir su objetivo de asesinar, para que así no puedan vivir de la amenaza y de la angustia que provoca la existencia misma del terror.

Más allá de teorías coyunturales y tácticas, si ETA no lleva a cabo su intención de matar -única manera que tiene de conseguir su propósito de crear miedo y angustia y así lograr poder sobre determinados segmentos de la población- se debe a que miembros de las fuerzas de seguridad, de la Guardia Civil y del Cuerpo Nacional de Policía, han aprendido a trabajar en la fase previa, arriesgan para que los asesinos no puedan actuar. Si ETA no ha matado más en los últimos tiempos se debe a frecuentes fallos técnicos, pero sobre todo a esta labor de prevención.

Es probable que este último atentado suponga algún freno en este tan importante trabajo. De alguna manera ETA le ha devuelto la pelota al Estado de Derecho diciéndole: 'Si tú me persigues en mi escondite, allí donde me organizo, allí donde me pertrecho, allí donde me refugio, y si tú tratas de saber lo que pretendo infiltrándote en mis filas, has de saber que estoy preparado y voy a por ellos, allí donde creen que me controlan. Soy yo el que les controlo'.

El Estado, las fuerzas de seguridad deben saber que las personas de bien, quienes agradecen sinceramente el trabajo que ha costado la vida de un miembro de la Guardia Civil y ha hecho que otro se encuentre gravemente herido, apoyamos esos movimientos tan importantes cuya finalidad es la de hacer efectivo el Estado de Derecho. Ése es el compromiso necesario por parte de la ciudadanía vasca: apoyar sin ambages la labor que salva vidas, libertad y derechos de tantos vascos.

Pero no basta que sea un compromiso de boquilla: estamos con las fuerzas de seguridad. Debe ser un compromiso efectivo, en la medida en que se pregunta qué podemos hacer para que el trabajo de quienes arriesgan su vida sea más efectivo, para que quienes quieren atentar contra la vida, la libertad y el derecho de los ciudadanos vascos y españoles se vean debilitados, aislados, separados de la corriente mayoritaria de la sociedad vasca, sin refugios ideológicos, sin espacios simbólicos protegidos por ser compartidos, sin campanas de oxígeno como la de que se condenan sus medios, pero se comparten sus fines.

Tan importante como la labor de quienes arriesgan su vida para impedir los atentados en la fase previa es la labor previa de lo que se llama deslegitimación de ETA, una deslegitimación que abarca el campo ético por supuesto, pero también el social y el político. Y uno se pregunta hasta cuándo algunos van a seguir diciendo que la ilegalización de Batasuna, el encarcelamiento de sus líderes no aporta nada a la lucha antiterrorista, siendo la medida que mayor debilitamiento estructural ha producido en la estrategia de ETA al obligarle a actuar sólo como organización terrorista, e impedirle jugar el juego doble de ser terrorisa, y además aprovecharse de todas las ventajas que ofrece la democracia.

Compromiso efectivo con los miembros de las fuezas de seguridad y su trabajo arriesgado poniendo de nuestra parte lo que podemos y debiéramos saber hacer: deslegitimar políticamente a ETA, cortarle el suministro de legitimidad, desvincularle de los símbolos compartidos, de los fines compartidos. Romper con ETA y su mundo, su proyecto, sus fines, sus ideales.

Me imagino que el ataúd del guardia civil asesinado será cubierto por la bandera española constitucional. No como muestra de españolismo alguno, sino como reconocimiento del servicio prestado a los valores constitucionales -libertad, derecho, democracia, autonomía, autogobierno, pluralidad de lenguas, de regiones y nacionalidades-. Conviene recordarlo en momentos en los que parece que la prudencia -o lo que sea- impulsa a algunos a esconderla.

Joseba Arregi

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