Tras otro resultado electoral como el del domingo, la mejor opción para Grecia vuelve a ser la formación de un Gobierno de coalición duradera de amplia base, dirigido por tecnócratas capacitados para sacar al país de su profunda crisis. Su líder debe ser una figura creíble, capaz de forjar un consenso nacional donde el consenso apenas si existe. De lo contrario, son muchos los riesgos de otro Gobierno débil en Atenas, que funcione a trancas y barrancas y que apenas tire mal que bien. Eso sólo se traducirá en una prolongación de la incertidumbre y en una multiplicación de las posibilidades de la temida salida de Grecia del euro, con las consiguientes repercusiones. Al cierre de esta edición, se últimaba el acuerdo para formar un Ejecutivo tripartito, entre Nueva Democracia -la formación vencedora en las urnas-, Izquierda Democrática y Pasok.
Los buenos resultados de los partidos contrarios al rescate de la UE, como el izquierdista Syriza, se utilizarán como arma para persuadir a los gobernantes de la Eurozona -y a Alemania principalmente- de que deben renegociar y suavizar las condiciones impuestas a Grecia. Pero, más allá de algún detalle de cara a la galería, como la ampliación del plazo de cumplimiento de los objetivos previstos, como ya ha dejado caer algún ministro alemán, poco más se le va a conceder a los griegos. Lo que se persigue es generar la impresión de que se da un respiro al consumo público a corto plazo. Pero con eso no van a experimentar ningún cambio a largo plazo las penalidades y las privaciones que habrá de afrontar la población helena. Después de dos años de eludir responsabilidades y de incumplir compromisos, la paciencia de la UE con Grecia está prácticamente agotada.
El nuevo Gobierno griego tendrá que echar el resto en la gestión de las expectativas de la población. Muchos ciudadanos siguen negándose a reconocer la realidad y están convencidos de que la austeridad actual es sólo un sacrificio a corto plazo. Pero no es así. La esperanza de un futuro mejor propiciado por un progreso material mayor o, en el caso de algunos, por la abundancia, debe dejar paso a la realidad de una vida mucho más sencilla y con mucho menos a largo plazo. En el caso de Grecia, pero también en toda Europa, ha llegado la hora de conformarse con lo esencial.
En las recientes elecciones, los griegos se han visto obligados a elegir el menor de los males. Antonis Samaras, el jefe de la victoriosa Nueva Democracia (ND), de centro-derecha, sigue siendo una figura que concita sentimientos contrapuestos. Debe asumir su parte correspondiente de culpa en el callejón político sin salida desde el inicio de la crisis en 2010. Su ego sigue siendo un grave obstáculo. Como primer ministro va a tener por delante un camino erizado de obstáculos.
Los notables resultados de Alexis Tsipras y su partido, el izquierdista Syriza, consolidan su posición como principal jefe de la oposición a la temprana edad de 37 años. A pesar de que, técnicamente, la irrupción de esta formación supone un reajuste de la política griega, no representa en realidad una renovación, sino más bien un reciclaje. Porque mantiene la misma ideología paternalista y estatalista de toda la vida, en gran parte responsable de los problemas actuales de Grecia, con un nuevo rostro y un discurso actualizado a medida de la presente crisis.
Producto del activismo político estudiantil sin experiencia del mundo real, Tsipras llega de hecho montado a caballo de la ola de oposición a la clase política establecida. Su rápido ascenso a la jefatura de Syriza, una coalición de una docena de partidos, es una reacción a décadas de corrupción endémica, de clientelismo descarado y de pésima gestión económica del duopolio político de la ND y el Pasok de centro-izquierda que han reinado sin oposición sobre Grecia
La realidad es que Tsipras sufrió personalmente una auténtica conmoción ante el segundo puesto en el que terminó su partido en las elecciones del 6 de mayo. Lanzado a la fama mundial, Tsipras y sus asesores se aferraron a un mensaje monolítico de la lucha contra la austeridad, caracterizado por declaraciones políticas incoherentes y promesas imposibles de cumplir, sin visión de futuro y con un discurso anticuado de lucha de clases que todavía despierta eco en mucha gente. Se ha destapado como un falso profeta que apela en gran medida a los marginados de la periferia socio-económica y a los ideólogos con poco que perder. Él era su única alternativa política lógica.
Para Tsipras, su impresionante segundo lugar del 17 de junio ha sido el mejor de todos los resultados posibles, y el más conveniente. Representa una victoria personal. Sus malabarismos de alto riesgo al borde del precipicio político populista han valido la pena. Su condición de jefe de la oposición le proporciona un periodo de gracia decisivo durante el que podrá desarrollar sus habilidades retóricas y organizar su puesta en escena, en el país y en el extranjero. Desde un primer momento, Tsipras va a disfrutar de la comodidad de no tener responsabilidades de Estado durante la crisis más grave de la Unión Europea. Si persiste en su actual trayectoria, tiene el liderazgo de la nación al alcance de la mano en algún momento del futuro, más o menos cercano. A pesar de que profesa públicamente su admiración por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, es más probable que adopte un rumbo similar al de Lula en Brasil, un hombre que, del político marginal que era, se transformó en el presidente más popular.
La participación electoral del domingo fue del 62%, lo que deja a más de un tercio de los votantes sin representación. Hay que achacarlo en gran medida a la apatía, la desilusión y la frustración generales con el statu quo, combinadas con la imposibilidad de que votaran los griegos residentes en el extranjero. Es necesaria una reforma electoral para permitir su participación. Italia y Francia ofrecen ejemplos muy útiles. Estos votantes no contabilizados están a disposición de quien quiera ir a por ellos y todavía pueden desempeñar un papel determinante en la configuración del futuro de Grecia.
En un planteamiento ideal, la renovación de la política griega se caracterizaría por una ruptura con las prácticas políticas del pasado y por el surgimiento de una fuerza centrista alternativa creíble, más allá del tradicional duopolio. Es improbable que suceda algo así en el futuro inmediato. Debido al temor a la salida del euro, muchos griegos votaron a regañadientes a favor de ND y el Pasok. Sin embargo, estos votos no deberían darse por ganados para siempre. En la política griega existe un vacío crítico. Es necesario que con la máxima urgencia se produzca una transformación interna real de los actuales partidos centristas. Los barones de los partidos deben abstenerse de ofrecer resistencia. Con el tiempo, la incapacidad de cambiar abrirá la puerta a Syriza y le proporcionará una oportunidad de llenar el vacío.
De momento, ha alcanzado su mejor resultado, con casi una cuarta parte de los votos nacionales. Tsipras va a insistir en su cambio gradual lejos de los sectores marginales de la política a base de moderar su discurso y de exhibir unas credenciales más centristas. Con el fin de ampliar su base política, competirá por los indecisos y apelará a los políticamente apáticos. En caso de que continúe durante un tiempo el statu quo de Grecia, es probable que también continúe en el futuro el ascenso gradual de Syriza. En toda Europa y aun fuera de ella surgirán partidos con ideas semejantes que se inspirarán en éste y que lucharán por hacerse un hueco en la política general en su país y en el extranjero. Continúa su carrera la caída de Europa en la política populista.
Marco Vicenzino es analista de Política Internacional y director del Global Strategy Project.