Grecia: unas elecciones europeas

A los griegos les preocupa la UE y a la UE le preocupa Grecia. La atención que desde el resto de Europa se está prestando a la política griega es una clara demostración de que lo que sucede en un país miembro de la Unión -especialmente si es un miembro de la eurozona- tiene claras repercusiones para el resto de los europeos. Se ha hablado mucho sobre si existe o debería existir un demos europeo, si hay debates que trascienden las realidades nacionales, si hay un espacio político y social europeo. Sin llegar a ese punto, lo que sí se manifiesta con la atención política y mediática a las elecciones griegas del 25 de enero es su trascendencia europea. Unas elecciones que podemos considerar europeas por, al menos, seis motivos:

Porque el peso de Grecia en la construcción europea no se corresponde con su tamaño. No se trata sólo de la retórica sobre la importancia de Grecia en el imaginario colectivo, en la cultura y en la simbología europea (sin ir más lejos el propio nombre del continente). Se trata de su capacidad de incidir en grandes decisiones del proyecto de integración. Grecia se sumó tarde a la UE (1981) pero consiguió hacerlo antes que España y Portugal. Además es un país que se atrevió a amenazar con vetar la gran ampliación de 2004, que impuso la adhesión de Chipre sin que previamente se hubiera resuelto el conflicto que divide la isla y que consiguió colarse en la zona euro sin estar preparado. Grecia también situó a la UE en 2010 al borde del precipicio y ello llevó al entonces Presidente de Brasil, Lula da Silva, a expresar su estupefacción sobre cómo la crisis económica griega podía poner en riesgo a toda la UE. Lula lo comparó con que alguien se fuera a morir porque se había hecho daño en una uña. Está por ver si la evolución de Grecia seguirá sacudiendo no sólo la economía, sino también la política europea.

Porque Europa ocupa una parte central en el debate político griego. Las causas de la actual crisis griega se remontan a los problemas de competitividad de su economía, a la ineficiencia de las estructuras estatales y a unas élites que han hecho todo lo posible por no pagar impuestos. Y las reformas que se han introducido desde 2010 no han atacado estos problemas. Toda la atención se ha puesto en el pago de la deuda y en los recortes presupuestarios. Con los mercados internacionales cerrados, Grecia depende hoy de la financiación europea y estos acreedores han marcado el rumbo de las políticas griegas. Aunque en esta campaña también se haya hablado de los privilegios de la oligarquía o de la necesaria reforma del estado, la UE ha ido escalando posiciones en la agenda política. Cada vez más griegos se han hecho su propia idea sobre qué tipo de relación quieren con Europa. No es una discusión de expertos y activistas europeístas y euroescépticos, es algo que afecta la vida cotidiana de cualquier ciudadano de forma no sólo directa sino también evidente. Los partidos que concurren a las elecciones proponen al elector griego tres modelos de relación con la Unión Europea. Los que optan por Syriza apuestan por renegociar las condiciones del rescate y la restructuración de la deuda, incluso si eso les obliga a una negociación agria y a una pérdida de confianza de los mercados; creen que es la única base para un despegue económico aprovechando el superávit primario en las cuentas públicas. Quienes optan por Nueva Democracia, el PASOK, el Movimiento de Socialistas Democráticos y To Potami comparten, con matices, que no quieren poner en riesgo alguno su pertenencia a la UE y a la zona euro, incluso si ello les obliga a cumplir a rajatabla los acuerdos alcanzados con la troika. Los que, desde posiciones bien distintas, se inclinen por Amanecer Dorado y el Partido Comunista Griego lo hacen votando a unas fuerzas políticas que querrían que Grecia saliese no solo del euro sino también de la UE.

Por su impacto en la economía europea. Grecia ya dejó clara su capacidad para desestabilizar la zona euro en 2010. Ahora se anuncia que los “riesgos de contagio” son muy menores y que la UE cuenta con más y mejores mecanismos para hacer frente a una fase de incertidumbre. Tras los resultados electorales veremos si este mensaje se corresponde a una nueva realidad europea o, por el contrario, todo país -incluida Grecia- sigue siendo un riesgo sistémico para la eurozona. Lo que sí ha cambiado respecto a 2010 es que hoy la deuda griega está en manos de tenedores públicos y esto ha alterado los términos de la discusión sobre su reestructuración o sobre una eventual quita. Además, el resultado de las elecciones puede condicionar políticas de alcance más amplio. Si al final la UE accediese a renegociar la deuda y las medidas de ajuste, se intentaría presentar esta situación como excepcional. Pero sería prácticamente inevitable que otros países rescatados intentaran también renegociar los términos de sus paquetes de ayuda. Que haya o no acuerdo, los términos del mismo y los resultados que produzca también incidirán en el debate europeo sobre la compatibilidad entre medidas de austeridad y crecimiento.

Por el impacto de las elecciones griegas en el mapa político en el sur de Europa. Una posible victoria de Syriza generará, a partes iguales, expectativas y miedo entre fuerzas políticas del sur de Europa y especialmente en países como España y Portugal que tienen una cita con las urnas a finales de 2015. Centrémonos en el caso español. Sea cual sea el resultado de estas elecciones sitúa en un contexto incómodo al PSOE. En cambio, Podemos e Izquierda Unida intentarán sacar más provecho de esta situación bien sea anunciando que es posible alterar el esquema de los dos grandes partidos políticos tradicionales o que puede haber un giro en materia económica. El Partido Popular también deberá mover ficha, y se presentará ante el electorado español como una opción de estabilidad. De hecho, tan o más importante que el resultado de las elecciones es la actuación de Syriza el día después. Una previsible moderación y actitud constructiva de Syriza (en el gobierno o en la oposición) tranquilizará a algunos, pero también puede desmovilizar a quienes aspiran a una ruptura más nítida con la política actual. Quedaría por ver si esto da alas o, al contrario, deshincha el fenómeno Syriza como referente para otras fuerzas políticas europeas.

Porque Grecia también condiciona otras políticas europeas. Como el futuro de la zona euro y la deuda pública están copando el debate sobre las elecciones griegas, pasa desapercibido el hecho de que Grecia tiene voz y voto en el conjunto de políticas europeas. Una posible victoria de Syriza no tendría un impacto inmediato de un eventual giro político ni en el Parlamento ni en la Comisión Europea, pero ¿y en el Consejo? Con el Tratado de Lisboa los temas que requieren unanimidad son cada vez menores pero no irrelevantes. Es el caso de la política fiscal, la cultural o buena parte de la política exterior y de defensa. Situarse en una posición de bloqueo siempre acarrea costes, especialmente para un país pequeño, pero no es descartable, aunque sólo sea en términos de amenaza, si un país se ve acorralado. Por otro lado, Grecia es un país clave cuando hablamos de fronteras exteriores de la UE, uno de los temas centrales en la agenda europea. Y, no lo olvidemos, es un miembro de la OTAN. La pertenencia de Grecia a esta alianza genera divisiones en Syriza, y por ello es uno de los temas que ha pasado a un segundo plano en campaña electoral. Que Nueva Democracia y Syriza encarnan proyectos distintos no es sólo una realidad cuando hablamos de deuda pública y programas de ajuste, también lo es en otros temas que conforman el día a día de la agenda europea.

Porque la reacción europea al resultado de las elecciones puede poner a prueba la conexión de una parte de la ciudadanía con el proyecto europeo. Como hemos visto, el voto a Syriza no es un voto antieuropeo. Sus electores quieren seguir siendo parte de la UE pero también aspiran a un cambio de rumbo en las políticas europeas. Representan lo que podríamos calificar como una corriente euro-crítica o alter-europea. Si parte del poder europeo (en las instituciones, en algunos gobiernos, en el sector privado o en los medios de comunicación) reaccionaran a una eventual victoria de Syriza queriendo demostrar que los griegos se han equivocado de voto e intentando señalar al resto de europeos, y muy especialmente a los del Sur, el camino que no hay que tomar, esto tendría consecuencias nefastas para el proyecto de construcción europea. Uno de los principales problemas de conexión con una parte no despreciable de la ciudadanía europea, ahora desengañada y anteriormente entusiasta de la integración, es que se ha asociado de forma demasiado explícita la construcción europea con un determinado programa económico. En este y otros puntos pronto constataremos la trascendencia no sólo del voto griego sino también de la respuesta europea.

Eduard Soler i Lecha, coordinador de investigación y Héctor Sánchez Margalef, investigador, CIDOB.

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