Greta Thunberg es el icono que el planeta necesita con urgencia

Greta Thunberg en Plymouth, Inglaterra, antes de partir en yate hacia Nueva York. Credit Tom Jamieson para The New York Times
Greta Thunberg en Plymouth, Inglaterra, antes de partir en yate hacia Nueva York. Credit Tom Jamieson para The New York Times

Siempre he tenido una conexión profunda con el mundo natural.

Antes de tomar una cámara, primero fui, principalmente, un estudioso de la madre naturaleza. Durante el bachillerato pasé veranos estudiando la biología de la vida salvaje con School for Field Studies, un programa de estudios sobre el medioambiente en el extranjero. Conforme aprendía acerca de los ungulados en Kenia y de las focas en Alaska, desarrollé una fascinación perdurable por la naturaleza. Aunque abandoné el campo de la ciencia ambiental para dedicarme al cine, el asombro profundo que me produce nuestro planeta sigue influyendo en todos los aspectos de mi trabajo.

Como director, estoy en la búsqueda constante de la imagen correcta. Debo admitir que con frecuencia he sido presa del escepticismo cuando busco una imagen que retrate mejor el estado actual del mundo, confrontado como se encuentra con desafíos ambientales aterradores. Es difícil ser optimista en lo que respecta al epítome visual de nuestro planeta moribundo.

Pero en cuanto vi una fotografía de Greta Thunberg en Instagram, cuando organizaba su primera protesta ambiental en agosto de 2018, lo supe. Ahí estaba ella, una niña de quince años, sentada afuera del parlamento sueco, en huelga de la escuela para llamar la atención al problema del cambio climático. Ahí estaba la imagen —de esperanza, compromiso y acción— que necesitaba ver. Una imagen que podía iniciar un movimiento.

El uso del lenguaje visual es universal y constante a lo largo de la historia humana. Podremos haber progresado de las pinturas rupestres a los emojis, pero la intención sigue siendo la misma. A través de las imágenes narramos historias acerca de quiénes somos o quiénes queremos ser. Algunas imágenes hacen algo más que representar una idea; profundizan, iluminan, conectan. Pueden hacer que hagamos una pausa o que cambiemos de opinión.

En ocasiones, las imágenes se convierten en una especie de clave histórica. Por eso el mes de noviembre de 1963 parece indistinguible de la película en ocho milímetros de Abraham Zapruder y su tristemente célebre fotograma núm. 313, la imagen borrosa (donde prevalece el verde con una terrible mancha rosa) que captó el momento del asesinato del presidente estadounidense John F. Kennedy. Por eso, todo el trauma de la Guerra de Vietnam está resumido en una sola fotografía de junio de 1972, en donde una joven vietnamita —desnuda y descalza— grita de angustia mientras el humo negro se esparce a sus espaldas después de un ataque con napalm. Por eso una fotografía de un hombre que cae en picada hacia el suelo reflejado en las superficies de cristal de las Torres Gemelas simbolizó el horror del 11 de septiembre de 2001.

Ya sea que se originen en la tragedia o no, las imágenes poderosas suelen mostrarnos lo que hemos tratado de ignorar. Su crudeza atraviesa la neblina y nos obliga a lidiar con nuestra propia historia.

Estoy seguro de que las generaciones futuras verán las primeras fotografías de Thunberg —envuelta en un impermeable amarillo, tranquila pero desafiante, negándose a aceptar un no por respuesta— como una representación de los primeros días de un cambio cultural de gran envergadura. No tengo duda de que se convertirá en un icono de la crisis del cambio climático, si no es que ya lo es.

En su primera de muchas “huelgas escolares por el cambio climático”, Thunberg acampó durante días afuera del parlamento sueco, con sus folletos en la mano, obligándonos a reconocer las consecuencias de nuestra pasividad. Como a muchos más, me sacudió la imperturbable claridad de su misión.

Observé cómo su mensaje tomó forma y comenzó a caminar, pues su protesta se transformó de un acto de desobediencia civil solitario en un movimiento juvenil global. Thunberg renunció a la conveniencia, la comodidad y todas las demás cosas que sirven de excusas para nuestra inacción. Desafió nuestra opinión de los viajes aéreos al optar por cruzar el Atlántico navegando en un yate de carreras con huella de carbono cero en agosto para iniciar su gira de varios meses por el continente americano.

Thunberg vio claramente que la mayoría de nosotros estábamos conformes con evadir la realidad, lo que equivalía a condenar a su generación y a las posteriores a tener un planeta en ruinas. Entonces, ella eligió actuar y, al hacerlo, le dio al movimiento un rostro y un futuro. Cuando millones de niños y jóvenes en todo el mundo se unieron a su llamado para tomar las calles durante una semana de acción por el cambio climático a finales de septiembre, el suceso fue digno de contemplarse.

Estoy seguro de que seguiremos viendo imágenes de esta feroz y joven activista. De hecho, ya hay bastantes: fotografías de ella dando un apasionado discurso en la Cumbre sobre la Acción Climática de las Naciones Unidas el 23 de septiembre, dirigiendo a miles de manifestantes en Montreal a la semana siguiente, saludando de mano a los activistas indígenas en Standing Rock en octubre. Sin embargo, debemos recordar que esas imágenes no son las que están haciendo el trabajo importante, sino la misma Thunberg.

Durante mucho tiempo he creído que el lenguaje visual es la máxima herramienta de comunicación y conexión. No obstante, ante el cambio climático, se ha vuelto evidente que las imágenes no son suficiente. Todos hemos visto documentales e incontables fotografías de glaciares que se derriten, focas bebé bañadas en petróleo, ballenas varadas. Pero nada ha cambiado.

Thunberg ha sacado el tema del cambio climático de la teoría. Lo ha vuelto humano, tangible y urgente. Su protesta es cruda en su simplicidad y brillante por su falta de florituras; solo está diciendo la verdad. Y por primera vez, parece que la gente está escuchando.

Si no cambiamos, le haremos un gran daño a Thunberg (y al planeta). Sería un delito seguir ignorando las verdades que ella e incontables científicos nos han presentado con tanta claridad. Sería un desperdicio no brindarle todo nuestro apoyo. No tenemos que esperar a que la historia nos alcance y nos diga lo que ya sabemos. Tenemos bastantes reportes que nos indican la gravedad del asunto; si no los leemos, estaremos manteniendo una ceguera voluntaria. Debemos actuar. Debemos votar por personas que crean en la ciencia.

Hay una gran cantidad de trabajo por hacer. Sé que muchos de nosotros nos sentimos paralizados ante la titánica tarea o estamos demasiado asustados para enfrentar el problema. Dudo que el camino que debemos seguir sea cómodo o evidente; es probable que las cosas empeoren antes de mejorar.

No obstante, el hecho de que alguien como Greta Thunberg esté allá afuera me demuestra que todavía no hemos ido demasiado lejos. Aún podemos contar con el instinto tan humano de solidarizarnos con los indefensos y dar batalla. Todavía hay esperanza, aun si es vacilante.

Estamos en medio de una crisis y la única manera de combatirla es involucrándonos, humano con humano, con todo el caos y las complicaciones que puedan surgir. La situación no nos ofrecerá una imagen bonita, pero los tiempos desesperados nunca lo son.

Darren Aronofsky, director nominado al Oscar por Black Swan y El luchador, es fundador de Protozoa Pictures.

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