Gripe A: sobre virus y hombres

Stephen King escribió en 1978 una novela denominada inicialmente The Stand, que en España se tradujo como La danza de la muerte, y posteriormente se reeditó como Apocalipsis. La trama versaba sobre el escape de un arma biológica, una especie de supergripe, que acababa provocando la muerte de casi toda la población mundial. Uno de los elementos que mantienen la tensión del relato es que aparece pautado en el tiempo, describiendo todo el modelo de propagación epidémica de la enfermedad imaginada por King. En medio de la pandemia, la narración muestra cómo unos hombres luchan contra otros. El final de la interesante novela trata de responder a la pregunta de si la raza humana es capaz de aprender de sus propios errores.

Para conocer cuan grave es la amenaza de la gripe A se necesita determinar al menos dos características. Una es la que viene definida por el llamado R0 (Basic Reproduction Number), que indica a cuantas personas de media contagia cada enfermo. La otra es la tasa de mortalidad, que expresa el porcentaje de infectados que acaban falleciendo.

La primera revela su capacidad de propagación (si es mayor que 1, la epidemia avanza, y si es menor, retrocede), y la segunda su peligrosidad clínica intrínseca. Una pandemia será más alarmante si es altamente contagiosa y clínicamente más agresiva. Si tomamos las páginas del libro de King y seguimos las vicisitudes de los personajes, se puede calcular que el virus de The Stand tiene un R0 de 5,5 (cada enfermo causa 5,5 nuevos contagios, y así progresivamente) y una mortalidad de más del 99% (ya que sólo se salvan tres personajes).

Asimismo, se han creado modelos matemáticos relativos a la gripe de 1918, la más terrible que se conoce fuera de la ficción novelesca, que causó cerca de 100 millones de muertos en todo el mundo. Las deducciones retrospectivas muestran que el R0 era de 2,7, y su mortalidad un 5%. Los primeros datos que se conocen de la nueva gripe, la causada por la variante H1N1, indican que su R0 es de 1,5 y su mortalidad del 0,7%, aunque en el brote inicial en México la mortalidad fue mayor, cercana al 1,9% frente a la del 0,1% del resto del mundo. Por decirlo con palabras en lugar de con cifras, ya tenemos una idea comparativa de cómo se comporta este nuevo germen. Es bastante contagioso, pero no tanto como para no poder cercarlo con determinadas medidas de contención. Y su capacidad de generar la muerte es bastante menor de lo que inicialmente parecía. En términos comparativos con otros virus, constituye una amenaza similar a la de la gripe estacional.

La gripe A es un acontecimiento temible por las incertidumbres que genera -su propia aparición fue sorprendente, cuando la inminencia parecía ser la gripe aviar de origen asiático-, y es lógica la relevancia que está teniendo en las noticias diarias. La acción furtiva de un virus es capaz de argumentar una novela de éxito y de intranquilizar al planeta.

Lo que ahora se intenta evitar es que la circulación del H1N1 le permita recombinarse con otro congénere y adquiera mayor virulencia. Pero además, en este caso desconciertan también sus las peculiaridades clínicas: afecta más a personas jóvenes, seguramente porque generacionalmente no han desarrollado defensas frente a virus similares, como hicieron décadas atrás las personas mayores.

También se ha comprobado que es clínicamente peor para las mujeres embarazadas, los obesos o los bebés. Pero lo que acaba siendo noticia es el mero contagio, el número total de afectados y las circunstancias en que aparecen los brotes o los fallecimientos. Es lo que se ha calificado como el seguimiento de una pandemia en tiempo real.

El análisis científico muestra que no estamos ante una plaga bíblica, ni siquiera ante una epidemia que no podamos acabar controlando. El contraste con las fabulaciones noveladas por King es abismal. Y sin embargo, la gripe A ya constituye una realidad que va a comprometer las actuaciones de los gobiernos, va a reafirmar el papel de los medios de comunicación y, sobre todo, está induciendo cambios en muchos contextos sociales.

La diferencia que existe entre este problema y el de la gripe de 1918 estriba en dos elementos que sólo ahora pueden usarse como defensa. De una parte, la capacidad de comunicación global e inmediata, que permite conocer la progresión exacta del peligro e implicar a los ciudadanos en su propia protección. Y de otro lado, la tecnología para la fabricación de vacunas eficaces, que hará que en los próximos meses asistamos a la mayor inmunización poblacional que se haya conocido en la historia.

Es decir, se pueden prevenir sus efectos basándonos tanto en el comportamiento de las personas como en la intervención biomédica. Precisamente por eso, según cómo se organice la estrategia vacunal se verá la capacidad de los gobiernos para estar a la altura de lo que de ellos se espera. Y, asombrosamente, no todo está tan bien pautado como cabría pensar en estos momentos.

¿Qué es realmente lo que se debe perseguir con la vacunación contra la gripe A? Hace unos años se puso en el mercado la vacuna para el virus que causaba el cáncer de cérvix. La posibilidad de generar esa inmunización frente al papilomavirus supuso un hito en la historia de la medicina, tanto por su alta efectividad como por el sentido social que tenía el poder evitar una enfermedad esencialmente mortal. Pero el uso de esa vacuna se podía orientar con dos estrategias distintas. Una, la mera protección de la población de riesgo, en este caso mujeres antes del inicio de sus relaciones sexuales. La vacuna les libraría de un peligro que era especialmente alto para ellas. Dos, la posibilidad de ampliar su alcance, ensanchándola hacia los hombres que transmiten el virus, para conseguir erradicar la circulación del patógeno y con ello lograr la total protección de futuras generaciones susceptibles.

Como vemos, se puede actuar tomando como centro una población diana o el conjunto de todas ellas. En el caso de la gripe A existen opciones parecidas. La vacuna se podrá usar principalmente para proteger a los grupos aparentemente más vulnerables, como ha propuesto el Gobierno español de Zapatero, o para constreñir al máximo la extensión de la pandemia, como sugieren los países que plantean vacunar a toda su población.

Ésta es la primera decisión que se debería coordinar, especialmente en entornos como el europeo, en el que compartimos modelos sanitarios y sociales muy similares. Desgraciadamente, ni estos países mantienen propuestas compatibles, ni ningún organismo internacional parece dispuesto a incoarlas. Mientras algunos estados dicen que vacunarán a toda su población (como Grecia), otros hablan del 75% (como Francia) o de cerca del 40% (como España).

Decidir si lo que se pretende es mitigar los efectos clínicos del virus o intentar cercar su propagación es también un paso previo imprescindible para adoptar medidas de aislamiento social de los posibles contagios. El cierre de escuelas puede reducir en un 15% la tasa de infectados en los momentos de mayor transmisión. La cuarentena en domicilio puede tener un efecto aun mayor. Pero la relevancia social y laboral de estas medidas, que parecen más propias de pandemias más graves, hace que las autoridades las contemplen con recato. En estos casos, el equilibrio entre el alarmismo y la corresponsabilidad civil es lo más difícil de conseguir.

La logística necesaria para la vacunación contra la gripe A nos ocupará en los próximos meses, y su correcta puesta en práctica debería ser la segunda decisión importante que coordinar internacionalmente. La vacuna podrá estar disponible dentro de unas cuantas semanas, pero la industria farmacéutica tiene una capacidad de producción limitada.

Veremos por televisión la salida de las primeras cajas de suministros de las fábricas, millones de dosis. Será entonces cuando aparezcan nuevos problemas. Lógicamente no podrán llegar a todos los países a la vez. Algunos, como Francia, disponen de una industria que el gobierno tutela y promociona, de ahí que haya marcado una pauta doctrinal de extensión máxima de la vacunación y con ella, del propio negocio inherente.

El Ejecutivo español parece renuente a comprometer la adquisición de mayor cantidad de vacunas. Además, no es probable que las que nos corresponden lleguen de las primeras. También en este asunto vamos a ver la capacidad real de hacer valer nuestros intereses en el conjunto de la comunidad internacional.

Santiago Cervera Soto, licenciado en Medicina y portavoz adjunto del Grupo Parlamentario Popular del Congreso.