Grosería criminal

Por Jon Juaristi, escritor (ABC, 31/05/03).

Tal como están las cosas, es prácticamente inevitable que algún cretino piense que los asesinatos de Sangüesa le van a sacar de apuros en el País Vasco al partido del Gobierno. Y es casi seguro que se escribirá -e incluso se publicará- algo parecido. En el presente escenario postelectoral, donde tantos se han apresurado a decretar la desaparición de ETA para ir abriendo camino a los cambalaches municipales con el nacionalismo y donde Haro Tecglen, por poner un solo ejemplo, ha abierto la veda periodística de los «pensadores de escolta» (y, aquí, «de» es un miserable eufemismo de «con»), la irrupción sangrienta de la banda le habrá parecido una intolerable grosería a más de un apóstol del amor a Ibarreche. Resulta lamentable, pero es precisamente eso lo que ha sucedido. Una grosería criminal. Grosería, por cierto, era hace ya bastantes años el término con el que la jerga etarra designaba los atentados que ponían fin a las vacaciones terroristas. Ignoro si tal vocabulario sigue en vigor entre los matarifes abertzales. Lo que no ha perdido vigencia es la grosería en sí: es decir, esa entelequia del terrorismo nacionalista -al parecer, tan irreal como el Coco-, que Aznar y los suyos han utilizado para instar a algo tan absurdo y pasado de moda como la alianza de los partidos constitucionales frente al proyecto independentista del más que proyecto de frente independentista, el nunca resucitado (porque nunca murió y, desde luego, nunca fue enterrado) Pacto de Estella, que incluye, hoy como ayer, a ETA. A una ETA activa, letárgica o una cosa y otra a tiempo parcial, pero siempre a ETA como ingrediente indispensable. Y, por supuesto, a Batasuna, su plasma nutricio.

Lo más irritante de todo es la persistente negativa de un sector amplio de la oposición a encarar algo muy sencillo, algo que Arzalluz sabe muy bien, con la certeza que proporcionan las verdades evidentes: que ningún programa independentista podría sostenerse en el País Vasco, ni siquiera por espacio de un día, sin el concurso implícito de ETA. Otra cosa es que el PNV y EA -y, faltaría más, Madrazo- prefieran que dicha participación, además de implícita, sea tácita, lo que es pedir nueces al roble de Guernica, porque si a la banda, en el 98, el horizonte del soberanismo le ilusionaba, hoy le produce una inmensa alegría. Pretender que se mantenga al margen de la ofensiva frentista contra la Constitución supone no haberse enterado de lo que es ETA, y eso puede resultar comprensible, aunque no disculpable, en ciertos progres acomplejados que jamás entendieron de qué va esto del nacionalismo, pero no en la coalición que gobierna desde Vitoria ni en los sindicatos secesionistas, que son de la familia. Ahora bien, a éstos no cabe reprocharles semejante despiste: ¿Por qué Atucha se resiste a disolver el grupo de Batasuna en el Parlamento Vasco? ¿Por qué PNV y EA ofrecen cooptar gestoras controladas por miembros de Batasuna en los ayuntamientos que el brazo político de ETA dominaba antes del 25 de mayo? Porque la desaparición de la ilegalizada formación, su desvanecimiento del paisaje parlamentario y municipal, equivaldría a la supresión de toda mediación exculpatoria entre PNV/EA y la organización terrorista, y tal perspectiva, en el contexto de un desafío radical a la legalidad constitucional desde el gobierno autónomo y los ayuntamientos de mayoría nacionalista, angustia a los partidos de Arzalluz y Errazti porque se haría demasiado evidente la coincidencia de objetivos entre el plan Ibarreche y el plan de ETA. El nacionalismo necesita desesperadamente a Batasuna como cabeza de turco si quiere sacar adelante su programa frentista. Izquierda Unida-Ezker Batua no le sirve de mucho en esta situación. Es un acólito perfectamente inútil y prescindible desde el punto de vista de la estrategia independentista. Madrazo será un oportunista sin escrúpulos, pero no es intercambiable por Otegui.

Si Batasuna se eclipsa por completo, sin dejar referencia visible alguna, el PNV y EA se verán fatalmente puestos ante la disyuntiva de comparecer en adelante como la única expresión política de un movimiento separatista apoyado en el terrorismo de ETA o asumir plenamente su responsabilidad en la lucha antiterrorista, lo que, se mire por donde se mire, resultaría a corto plazo incompatible con el mantenimiento del plan Ibarreche. Porque Batasuna desaparecerá, pero no es previsible que desaparezca tan rápidamente la red social de complicidades que permite a la banda cometer sus atentados. Y esa red -los dirigentes del PNV y EA deben ser conscientes de ello- incluye sin duda a muchos de los fascistas abertzales que han engrosado el voto municipal y espeso de ambos partidos. Ya no se puede huir hacia delante, por lo menos en determinadas direcciones, porque ETA siempre te alcanza. El riesgo de competir en radicalidad con los terroristas estriba en que nada supera en radicalidad a la erogación arbitraria de la muerte.

El asesinato, el 21 de enero de 2000, en Madrid, del teniente coronel Pedro Antonio Blanco, que puso fin a la farsa de la tregua etarra, reveló toda la basura moral del Pacto de Estella, en la que el PNV y EA (mencionar nuevamente a Madrazo me produce una fatiga inmensa) decidieron seguir emporcándose. Tres años y medio después, la matanza de Sangüesa deshace la visión idílica del nacionalismo que algunos (¿por qué no decirlo?) socialistas comenzaban a alimentar. Hoy por hoy, no hay nacionalismo sin ETA, y esto debería disuadir, tanto a los ingenuos como a los cínicos, de cualquier tentación de pactar con quienes se empeñan en llevar a todos los vascos y vascas a las dudosas praderas de la soberanía étnica. No incluyo entre aquellos a Madrazo, que pertenece a un género moral menos honorable. Ni a Haro Tecglen, al que sólo le falta decir que la «presión» del Gobierno «sobre jueces y fiscales», además de aumentar «la persecución y el aislamiento» de «los ciudadanos no nacionalistas» -que es exactamente lo que afirma-, fue lo que puso en la lista de ETA los nombres de Bonifacio Martín Hernando y de Julián Envit Luna. Claro que uno respira por la herida, como Pensador de Escolta que es. Con Escolta, quiero decir.