Guaidó tiene el respaldo del Congreso de Estados Unidos, pero está fallando en Venezuela

Juan Guaidó, líder de la oposición venezolana, saluda al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en el Congreso de ese país. (Patrick Semansky)
Juan Guaidó, líder de la oposición venezolana, saluda al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en el Congreso de ese país. (Patrick Semansky)

En un discurso del Estado de la Unión por parte del Presidente Trump que pasará a la historia por haber sido literalmente partido por la mitad por la presidenta de la Cámara de Representantes, los momentos de verdadero bipartidismo fueron muy pocos. Sin embargo, una línea del discurso hizo que todo el Congreso —incluida la presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi— se pusiera de pie para aplaudir: “Está con nosotros, en la galería, el verdadero y legítimo presidente de Venezuela, Juan Guaidó.”

Para Guaidó, disfrutar de los calurosos vítores y aplausos de congresistas de ambos partidos seguramente habrá sido un momento muy gratificante. Hoy miércoles tiene previsto reunirse con el Presidente Trump en la Casa Blanca, una prueba aún más clara del respaldo oficial que tiene en los Estados Unidos. Es fácil ver que, para Trump, el atractivo de la reunión recae en la ocasión que le dará para subrayar el fracaso del socialismo, para promocionarse ante los votantes de origen venezolano en Florida de cara a las próximas elecciones presidenciales. Guaidó, por su parte, no está en condiciones de hacerle mayores exigencias al presidente estadounidense.

Guaidó llegó a Estados Unidos proveniente de una gira de dos semanas en la que se reunió en privado con los jefes de gobierno de Francia, Gran Bretaña, Alemania, Canadá y Colombia. También pronunció un discurso en el Foro Económico Mundial en Davos. La intención era apuntalar la imagen de Guaidó como el único líder venezolano reconocido por la comunidad internacional.

De alguna manera, la herramienta de propaganda más valiosa habrá sido la ovación de pie del Congreso estadunidense en pleno: captura el hecho de que el apoyo a Guaidó es un raro oasis de acuerdo bipartidista en un Washington catastróficamente polarizado. Pero con la máquina de propaganda de Nicolás Maduro en Venezuela trabajando al máximo para retratarlo como un títere de Trump, esa escena puede ser un arma de dos filos.

A un año de su inicio, está claro para todos que el desafío de Guaidó a la dictadura de Maduro en Venezuela no está teniendo éxito. En un primer momento se pensó que, al atribuirse la presidencia de la república, Guaidó desataría una serie de deserciones militares alrededor de Maduro que encaminaría al país hacia la democracia.

Basado en una lectura de un artículo de la Constitución venezolana que convierte al presidente de la Asamblea Nacional en el presidente de la república encargado de organizar nuevas elecciones en caso que no haya tomado posesión un presidente debidamente elegido, la pretensión presidencial de Guaidó siempre fue contingente: estaba destinada más bien a propiciar que los partidarios de Maduro lo desertaran que a permitirle a Guaidó gobernar realmente el país. Pero esas deserciones no se han concretado y, hoy por hoy, pocos en Venezuela creen que se materialice.

A pesar de todo su apoyo internacional, parece más probable este año que Guaidó termine en un calabozo del régimen que en el palacio presidencial de Miraflores. De hecho, su gira internacional ha sido diseñada, en buena parte, para aumentar el costo para el régimen si es que decide encarcelarlo: ha sido festejado por toda Europa, aplaudido en el Congreso de Estados Unidos y recibido como jefe de Estado en la Casa Blanca, por lo que las potencias occidentales no tendrían más remedio que reaccionar fuertemente ante cualquier movimiento para encarcelarlo. En realidad, como están las cosas, el régimen probablemente ya no lo ve como una amenaza lo suficientemente fuerte para que sea una prioridad meterlo a la cárcel.

En Venezuela, la gente parece cada vez más resignada a su destino. El éxodo de refugiados hacia los países vecinos ha amenguado, aunque de ninguna manera se ha detenido, y la mayoría de los que se quedaron parecen enfocados en subsistir.

El régimen, por su parte, parece haber aceptado que las sanciones contra las exportaciones petroleras venezolanas durarán aún bastante tiempo y está apostando su futuro a los ingresos por las ventas ilícitas de petróleo a través de intermediarios rusos, junto con la minería ilegal de oro.

Las condiciones en las minas, que juegan un papel cada vez más importante en la estrategia de supervivencia del régimen, son desgarradoras. Esta semana, Human Rights Watch publicó un informe que detalla las tácticas brutales que usan las pandillas para mantener el control. Un minero informó haber visto cómo estas pandillas que manejaban la mina en la que trabajaba le amputaron los dedos a uno de sus compañeros, uno por uno, y después le cortaron la mano con un machete por ser acusado de robo. Los funcionarios del régimen saben que se producen todo tipo de abusos en las minas y no hacen nada para detenerlo, porque necesitan el dinero.

Si bien es gratificante ver a congresistas tanto Demócratas como Republicanos aplaudir a la personificación del rechazo venezolano al despotismo, es fácil imaginar lo poco que esto puede valerle a un minero mutilado brutalmente para sostener el régimen de Maduro.

Guaidó sigue siendo un poderoso símbolo de esperanza para los venezolanos. Pero los símbolos por sí solos no tienen poder contra la barbarie que se ha apoderado de Venezuela.

Francisco Toro is a Venezuelan political commentator and contributing columnist for Global Opinions. He is chief content officer of the Group of 50.

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