Guantánamo

Por Emilio Campmany, jurista (ABC, 20/07/06):

EN casi toda Europa se ha saludado con júbilo la decisión de la Corte Suprema estadounidense de rechazar los tribunales militares a los que la administración Bush quería someter a algunos de los detenidos en Guantánamo. Para la mayoría, pues, la resolución del Tribunal ha significado el triunfo del Estado de Derecho, el imperio de la ley y el respeto a los derechos humanos. ¿Era realmente tan claro el caso? ¿Por qué entonces la sentencia ha merecido, entre los miembros del Tribunal, tres votos en contra y sólo cinco a favor? La verdad es que no lo era. Lo prueba el que, para limitarse a decir que los detenidos en Guantánamo tienen derecho a un consejo de guerra con las garantías que el Código de Justicia Militar pueda otorgarles mientras el Congreso de los EE.UU. no autorice y regule los tribunales militares que deseaba establecer Bush, el alto Tribunal ha tenido que soslayar los precedentes que de tales tribunales hay y la Detainee Treatment Act, aprobada por el Congreso en 2005, según la cual ningún tribunal o juez tiene jurisdicción para atender una petición de habeas corpus de los prisioneros de Guantánamo. Como puede verse, un revés limitado y sujeto a una argumentación discutible.

La resolución se fija también en cuestiones de Derecho Internacional, pero tampoco aquí puede ser acusada la administración Bush de una palmaria violación de las normas. La Convención de Ginebra no se elaboró para proteger los derechos de los terroristas. Tiene otras finalidades. La primera es la de garantizar un trato humanitario a los prisioneros de guerra, impidiendo que sean juzgados, porque no han cometido delito alguno, y obligando a que sean puestos en libertad cuando terminen las hostilidades. La segunda es proteger a la población civil. Por eso, la Convención no exige ninguna consideración para terroristas y saboteadores ni para cualquiera que combata «emboscado» entre aquélla. Porque combatir de civil, disfrutando de la protección que Ginebra exige para los no combatientes, pone en peligro a los inocentes, ya que, una vez descubierto que entre los civiles se esconden combatientes, el enemigo los contempla a todos como posibles soldados enemigos y los trata como tales. Por eso, la Convención permite que estos combatientes ilegales queden sometidos al derecho del estado que los captura, dando por supuesto que ese derecho será severísimo, tal y como cabe esperar de un estado que se halla en guerra.

Ahora, en nuestras modernas sociedades occidentales, las leyes penales se han hecho extraordinariamente garantistas a fin de que, en la medida de lo posible, ningún inocente tenga que sufrir una condena, aunque para ello haya que aceptar que un buen número de culpables se libren de ella. Este sistema hace que nuestros enemigos, tanto si son combatientes legales convertidos en prisioneros de guerra como si son terroristas sin derecho a estar protegidos por Ginebra, prefieran ser sometidos a la jurisdicción civil. Así, lo que en Ginebra se concibe como un derecho, el de no ser juzgados, hoy se convierte en una pena y termina por estar más protegido el terrorista detenido por la Policía que el soldado hecho prisionero tras una batalla en Kabul.

Así que, con independencia del acierto de la resolución de la Corte Suprema, no está claro que las leyes, los principios y el derecho internacional estén en contra de Bush. La cuestión es cuando menos discutible. Pero ¿y desde un punto de vista más práctico?

Salim Ahmed Hadman, chófer y guardaespaldas de Osama ben Laden, es la persona que ha reclamado y obtenido la protección de la Corte Suprema a fin de no enfrentarse a lo que decidiera el tribunal militar. ¿Alguien puede imaginar que la Cámara de los Lores habría llegado a intervenir en 1941 en el supuesto de que el SOE británico hubiera logrado apresar al chófer de Hitler y llevarlo a una prisión en Gibraltar? ¿Y que hubiera además fallado a su favor? No es lo mismo, dirán muchos. Y esta es la cuestión crucial. Porque, desde muchos puntos de vista, sí es lo mismo.

Inmediatamente después de ser derribadas las Torres Gemelas, los aliados de la OTAN entendimos que era de aplicación el artículo 5 del Tratado, ya que un aliado había sufrido un acto de guerra. Por esa razón, nuestras tropas están en Afganistán, librando allí la guerra que se desencadenó el 11-S. Sin embargo, muchos en EE.UU., y más en Europa, hemos olvidado que estamos combatiendo una guerra. El que los EE.UU. no hayan vuelto a sufrir ningún atentado y que en Europa sólo hayamos sido objeto de dos, uno de los cuales ni siquiera es seguro que haya sido planeado por terroristas islámicos, encarna una cruel paradoja. El éxito que para Bush y su agresiva política antiterrorista implica este ahorro de atentados es responsable de que no seamos conscientes de la amenaza a la que nos enfrentamos. Dicho de otro modo: cuanto más eficaz es Guantánamo, menos necesario lo creemos. Sin embargo, no deberíamos olvidar que los éxitos en la guerra contra el terrorismo hacen disminuir la capacidad de lucha de los terroristas, pero no su voluntad, y no deberíamos bajar la guardia hasta lograr la victoria total.

Hoy celebramos la derrota de Bush en los tribunales de justicia. Mañana, quizá la lamentemos. En las viejas leyendas europeas, los dioses suelen castigar la soberbia de los hombres dando cumplimiento a sus deseos. Si Bush llegara a cerrar Guantánamo poniendo fin a la «vergüenza» que aquella cárcel representa, si unos meses después se produce un atentado en París,Roma o Viena en el que fallecen medio millar de europeos y resultan destruidos la torre Eiffel, el Vaticano o la catedral de San Esteban, y si finalmente se descubre que los autores de la masacre han sido personas que estuvieron detenidas en Guantánamo, en un abrir y cerrar de ojos veremos a los Chamberlains de hoy ir apresuradamente a disfrazarse de Churchill.

Verse obligado a tener sitios como Guantánamo no es agradable. Combatir una guerra donde el enemigo emplea como principal recurso el terrorismo tampoco lo es. Quizá se pueda hacer más de lo que se ha hecho hasta ahora para que esta guerra se libre de un modo algo más limpio y con algo más de respeto hacia los derechos humanos de los detenidos, conscientes de la posibilidad de que entre ellos se encuentren personas inocentes. Desde Europa, deberíamos hacer un esfuerzo por comprender y ayudar a los norteamericanos a ganar esta guerra para Occidente. De no hacerlo, llegará el día en que se cansarán de poner los muertos, pagar facturas y encima tener que soportar nuestros reproches y nuestro desprecio. Durante la Guerra Fría, soportaron todo eso y ganaron aquella guerra, para ellos y nosotros. En esta que se libra hoy, ya veremos si al final no prefieren abandonarnos a nuestra suerte.