Guardia Civil: un pronóstico feliz

Resulta singular que la Guardia Civil sea una institución española, y que lo sea tanto. El español es proclive a imaginarse capaz de empresas fuera de su alcance: «Si yo fuera el presidente del Gobierno...», «si yo fuera el seleccionador nacional...» y otras similares. Y mientras así se ilusiona, descuida probablemente su obligación, al dedicar tiempo y energía a ensoñaciones irrealizables. Olvida en su fantasía la necesidad de su concurso, como pieza valiosa, para el eficaz funcionamiento de la colectividad de la que forma parte.

El guardia civil, en cambio, solo quiere ser guardia civil, no pretende ser otra cosa ni se siente llamado a empresa diferente. Con su Cartilla por guía y comulgando con los principios de honor, sacrificio y lealtad, cumple con sencillez y rigor su deber diario en el puesto asignado, desde el primer general hasta el último guardia, tanto si se trata de un servicio singular como de uno rutinario. Y lo hace sin cálculo de reconocimiento o brillo propio. En todo caso, declina uno y otro en provecho y gloria de su Institución y se siente recompensado con el honor de pertenecer a ella.

Es aquí donde radica la fortaleza y permanencia de la Guardia Civil. Los principios de la fundación y la adaptación en lo demás al compás de los tiempos. No es que estos principios sean exclusivos de la Guardia Civil, pero es cierto que en ella se cultivan con esmero y persistencia, práctica en la que la naturaleza militar del Cuerpo juega un papel decisivo.

En las últimas fechas y con motivo de la destitución del coronel jefe de la Comandancia de Madrid y consecuente dimisión del teniente general director adjunto operativo, en los medios se ha hablado de crisis en la Guardia Civil. No hay tal crisis. Es cierto que el Cuerpo ha recibido un golpe con la destitución no motivada (la «falta de confianza» debe estar motivada), y por tanto arbitraria, de un guardia civil intachable que ha provocado la reacción digna y honorable del primero de los guardias civiles presentando su dimisión irrevocable, en solidaridad no tanto con la persona como con la rectitud de su acción. No es un acto de soberbia ni un pulso al Gobierno, como algún malintencionado sugiere. Es sencillamente un acto de lealtad con la Institución. Comprendo que este tipo de actitudes nobles no sean entendidas por los que desconocen el código deontológico que sustenta el espíritu del Cuerpo.

Pudiera haberla en el Gobierno, a tenor de las declaraciones contradictorias de sus miembros, pues mientras uno habla de falta de confianza otro, con evidente malicia o desconocimiento de la ley, habla de desobediencia de una orden o de pulso al Gobierno, en tanto que otros niegan rotundamente cualquier idea de insurrección o reto. Lo cierto es que, al hilo de la controversia, el vicepresidente hace pública su opinión, o quizás su intención, de que la Guardia Civil debe ser desmilitarizada y, prescindiendo de sus mandos, fusionada con la Policía.

Esta de la desmilitarización es una idea recurrente a lo largo de la historia del Cuerpo. Ya en 1854, a poco de la fundación, hubo un primer intento de desmilitarización por diputados republicanos y progresistas. El presidente del Congreso, el general Facundo Infante, se opuso por considerarlo «el primer paso para su disolución» En agosto del 36 el Frente Popular la disolvió creando en su lugar la Guardia Nacional Republicana. El general Franco tuvo sobre su mesa el decreto de disolución por no haberse sumado a la sublevación en todo el territorio. Finalmente no solo no la disolvió sino que le encomendó las competencias del Cuerpo de Carabineros.

Ya en la época democrática, con cada gobierno socialista se avivaba el ruido de la desmilitarización. Es de resaltar, sin embargo, que muchos de los avances más notorios en la modernización del Cuerpo se han producido con gobiernos socialistas como el Servicio Marítimo, el Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona), la incorporación de la mujer, la adquisición de aviones, etc. Y ello es así porque constataron, una vez instalados en el poder, que la Guardia Civil es un Cuerpo leal y disciplinado, fundamental en el equilibrio del modelo policial español, que, dicho sea de paso, es el mismo que el de Francia, Italia, Portugal y Holanda, países indiscutiblemente democráticos.

Ahora, de nuevo, otro Gobierno de izquierdas, cuyo propio presidente declara -pronóstico infeliz- que el Cuerpo es complicado, vuelve a agitar el fantasma de la desmilitarización. Tal cosa, como ya anticipó el general Infante, supondría eliminar la esencia de la Institución y, por tanto, la Institución misma.

Como de costumbre, es de prever la consabida patraña de que un cuerpo policial de naturaleza militar no es suficientemente democrático. Sin embargo, en ningún punto de nuestra Constitución se exige que las Fuerzas Armadas o las de Seguridad sean democráticas. Sí exige, en cambio, que los partidos políticos lo sean en su estructura interna y funcionamiento y ya vemos hasta qué punto no lo son. Sería prioritario, en beneficio de esa tan invocada democracia, que dedicaran a ello sus esfuerzos y dejaran trabajar en paz a instituciones en la que la neutralidad política es un principio fundamental, probadamente respetado.

Por otra parte, al pueblo español no parece importarle que la Guardia Civil sea militar a juzgar por la alta consideración en que la tiene. Tal vez entiende, por un lado, que la condición militar se ciñe a su organización y funcionamiento interno y no merma, sino al contrario, la humanidad, cortesía y educación en el trato que de ella recibe y, por otro, que es el ejemplo de Cuerpo serio, honrado y eficaz , que se ha ganado su confianza y con el que se siente perfectamente identificado.

Mientras tanto, ajena a la crítica y a la alabanza, callada y discreta, con paso corto y vista larga en su tradicional estilo, sigue dedicándose en cuerpo y alma al servicio de los españoles, con el vigor de la juventud y la sabiduría de la madurez.

Y así seguirá siendo porque nadie debe esperar que los nuevos responsables vayan a mudar las pautas de conducta inherentes a la Guardia Civil a tenor de los últimos acontecimientos. Salvando las diferencias de caracteres de unos y otros, la pasta de la que están hechos es la misma, es la que se fabrica en el crisol, o si prefieren la hormigonera, del Cuerpo. Y si los recién encumbrados a los máximos puestos hubieran de abandonarlos por decisión propia o ajena, los que les releven vendrán imbuidos del mismo espíritu y de las mismas convicciones: el amor a España, lealtad a S.M. El Rey, lealtad al Gobierno, exquisita neutralidad política, cumplimiento estricto de la ley y afán de servicio a los españoles. Es el espíritu que sustenta la ejecutoria, la historia y el crédito de la Benemérita.

No, la Guardia Civil no está en crisis. Ha recibido un golpe, uno más, pero sigue siendo un pronóstico feliz.

Francisco Almendros Alfambra es general de la Guardia Civil.

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