Guerra civil a escala vecinal, no 'yihad'

Tony Blair había dicho siempre que no habría un «calendario artificial» para sacar de Irak a los soldados británicos. Su salida dependería de determinadas condiciones. El anuncio sobre una reducción poco importante del número de soldados durante este año pone al descubierto cuáles son esas condiciones: el estado de su índice de popularidad en las encuestas y el margen de maniobra que le permite George Bush.

El primer ministro está intentado al precio que sea una postrera recuperación de una opinión pública británica que lleva mucho tiempo desilusionada con la guerra pero, al mismo tiempo, no quiere poner en una situación aún peor a un presidente norteamericano, cuya popularidad se está hundiendo en su propio país aunque se recupere en Bagdad. Retirar menos de la cuarta parte del contingente británico en Irak representa esa pretensión de Blair de mantener el equilibrio. Así no va a dar gusto a nadie, y menos que a nadie a los militares británicos, a quienes les habría gustado que a lo largo de este año se hubiera puesto fin de una vez a esta aventura de Basora. Ahora le va a tocar demostrar a Gordon Brown, en apenas unos meses, si tiene el valor o el instinto de supervivencia de hacer que el 2008 sea el año de la retirada definitiva. Derrotar a David Cameron puede depender de esto.

Tony Blair subraya que no se registran en Basora ni insurgencia suní ni violencia de Al Qaeda, y muy escasa entre chiíes y suníes. Esta última observación resulta pertinente porque la comunidad suní es demasiado minoritaria como para defenderse y hasta dos terceras partes de los suníes se han visto obligados a marcharse. Los cristianos de Basora también están escapando de allí mientras pueden. A la vista de todo ello, ¿quién es el enemigo? El primer ministro no entra en detalles, aunque todo el mundo sabe que se trata de una mezcolanza de milicias islámicas chiíes, tribus armadas y bandas de delincuentes. Es posible que hacer frente a eso no sea misión de ningún ejército, ni de uno extranjero ni del iraquí. Eso es labor de la policía.

Este cometido se ha vuelto más difícil en Basora por el hecho de que las dos milicias más importantes, la organización Badr y el Ejército del Mahdi, están vinculadas a diferentes partidos políticos islámicos que están compitiendo por la supremacía. El gobernador de Basora y el presidente del consejo provincial tienen lazos con uno de los bandos y el jefe de policía, con el otro, mientras que las fuerzas policiales a su mando están integradas por hombres de los dos bandos. Todos ellos están implicados en una especie de guerra civil a escala municipal, un enfrentamiento vecinal acerca de quién controla el dinero que circula, tanto el legal como el ilegal, del que el más lucrativo es el procedente del robo del petróleo de Basora.

A nadie de esta peligrosa pandilla le gustan los británicos, así que no ha de sorprender que las bajas británicas a lo largo de los últimos cuatro meses hayan triplicado las de los soldados que tan valientemente llevaron a cabo la operación Sinbad, una misión dirigida en gran medida a «realizar una limpieza» en algunas de las comisarías de policía de la ciudad. El Ministerio de Defensa no lleva un recuento mensual de los ataques a las tropas británicas pero las cifras de heridos que ha habido que trasladar a hospitales de campaña han aumentado desde una media de cinco al mes entre febrero y octubre de 2006 a la de 17 al mes desde entonces. En el lado positivo, el Ministerio de Defensa sostiene que, por lo que se refiere a reducción de la corrupción, se considera que en la actualidad la situación es «aceptable» en un 55% de las comisarías de policía frente a sólo el 20% en las que lo era cuando dio comienzo la operación Sinbad.

Sin embargo, lo que sigue sin respuesta es la pregunta en su sentido más general. ¿Por qué se exige a las tropas británicas que se metan en estos problemas, especialmente cuando lo más probable es que los enfrentamientos continúen en el seno de la policía de Basora mucho después de que los británicos se hayan ido? Antes de que empezara la Operación Sinbad, había en Basora zonas extensísimas que eran territorio vedado a la aplicación de la ley y el orden. No cabe ninguna duda de que volverán a serlo.

Es una estupidez de tomo y lomo que el Gobierno Bush crea que pueden emplearse soldados norteamericanos para acabar con la guerra civil en Bagdad y en las pocas ciudades de Irak en las que todavía existe mezcla de grupos diferentes. Es una estupidez aún mayor que Downing Street crea que puede poner fin a una guerra civil que se está recrudeciendo en el seno de unas fuerzas policiales. Los mandos del Ejército británico son lo bastante pragmáticos para darse cuenta de ello, que es la razón por la que llevan tanto tiempo esperando la orden de salir de allí. Los mandos no se dejan llevar por ingenuidades ideológicas o por ideas fuera de lugar sobre una guerra contra el terrorismo cuyas fronteras corrieran a lo largo del canal de Chat el-Arab. Lo que ven en Basora es algo así como Chicago hacia 1927, no la gran yihad del 2007.

El planteamiento escasamente intervencionista de Gran Bretaña, que ha dejado a las milicias islámicas campar a sus anchas, al menos hasta la Operación Sinbad, ha producido unos resultados ligeramente mejores que el más intransigente de los norteamericanos, según Anthony Cordesman, un analista independiente del Centre for Strategic and International Studies (Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos) de Washington. «Los británicos no han sido derrotados en el sentido militar -explica-, aunque sí han perdido en un sentido político si por victoria se entiende ganar el sureste para el Gobierno central y para alguna forma de unidad nacional. En Basora se ha producido una limpieza racial no traumática durante más de dos años y el sur ha sido escenario de una forma menos violenta de guerra civil por el control del espacio político y económico, tan importante como los enfrentamientos más manifiestamente violentos de Anbar y Bagdad».

Si Blair creyera en una retirada de verdad, «en función de las condiciones», habría sacado de Irak a las tropas británicas hace un par de años. En enero del 2005, las elecciones provinciales de Basora llevaron al poder a los actuales gobernantes. Los votantes, tanto allí como en las otras tres provincias iraquíes bajo mando británico, acudieron tranquilamente a las urnas, salvo algún disparo aislado de mortero o alguna granada perdida. La maquinaria propagandística de la ocupación pintó una imagen de unos valientes votantes «desafiando a los terroristas» mientras depositaban las primeras papeletas de sus vidas en libertad para la elección de los gobiernos local y nacional. Con independencia de lo que hubiera de cierto en esa imagen tan halagüeña de Bagdad, no tenía nada que ver con Basora.

En los colegios electorales de la ciudad, las largas colas que yo personalmente vi resultaban impresionantes y conmovedoras, de eso no cabe duda. Era perceptible un elemento poderoso de celebración colectiva, aunque de él también participaban las milicias y los partidos a los que dichas milicias estaban ligadas. ¿Qué razón hay para ponerles bombas a los votantes cuando se presentan en las elecciones los candidatos propios y están prácticamente seguros de ganar?

Sin insurgentes ni Al Qaeda a la vista, los soldados británicos podrían haberse marchado del sureste de Irak en 2005, cuando Robin Cook, Douglas Hurd y Menzies Campbell lo sugirieron. En lugar de ello, su imagen de ocupantes ha ido adquiriendo un tinte cada vez más de provocación, aún a pesar de que las misiones que se les han encomendado han ido perdiendo entidad poco a poco. De haber abandonado Basora después de las elecciones de enero del 2005, podrían haber proclamado su victoria. Cuando se vayan el año que viene, dejando tras de sí una guerra civil a escala local, su salida se asemejará inevitablemente a una retirada.

Jonathan Steele, analista de The Guardian. Está escribiendo un libro sobre Irak.