Guerra de desgaste o negociación

No cabe duda de que el president Mas ha demostrado una mayor habilidad táctica que el presidente Rajoy. Así lo ha dictaminado el semanario The Economist declarando a Mas “el vencedor evidente del 9 de noviembre” porque “ha honrado su promesa de celebrar una votación” además de ganar un creciente control sobre el movimiento soberanista. La segunda impugnación por parte de Madrid de la revisada consulta propuesta desde el Govern se ha demostrado problemática desde la perspectiva del Gobierno central. Ha demostrado ser una amenaza increíble puesto que la prohibición no se ejecutó. Un error de cálculo en el juego de la gallina (ver el artículo en estas mismas páginas de 17/IV/2014). En este juego gana quien es capaz de comprometerse de manera pública e irreversible a no ceder ante el adversario. Rajoy intentó este compromiso mediante una rígida aplicación de la ley pero falló en la segunda impugnación al no darse cuenta de que las urnas no se podían retirar el 9-N sin causar un escándalo internacional. Es decir, la amenaza de intervención en la segunda impugnación era un farol, que no se llevaría a cabo en caso que Mas siguiese con su propósito de mantener la consulta. Este consiguió mantener su compromiso gracias a la movilización de las organizaciones soberanistas y a una política de riesgo calculado de la que se ha convertido en un maestro. En efecto, Mas ha seguido el manual de estrategia al pie de la letra: 1) incrementar los riesgos de manera gradual dejando claro que no se cederá en la realización de una consulta; 2) ver cómo reacciona el adversario e interpretar las señales que da; y 3) mantener en todo momento el control dejando abierta la posibilidad a propuestas más radicales. Hay que recalcar, para entender las acciones de los contendientes que el juego no es en realidad entre dos personas, sino entre dos organizaciones dentro de las cuales hay puntos de vista diferentes, que podemos simplificar como radicales y moderados, y que en algún momento pueden predominar los primeros y en otro, los segundos. Este hecho podría explicar la aparente inconsistencia del Gobierno español al impugnar la segunda consulta.

Una vez la primera ronda del juego ha dado la victoria a Mas caben dos posibilidades. La primera y quizás la más probable, aunque no la más deseable, es que la confrontación se transforme en una guerra de desgaste (war of attrition) en donde gana el primero que cede y en la que los costes de mantener el pulso se acumulan. La insistencia en la vía judicial por parte del Gobierno central después del 9-N es consistente con la guerra de desgaste. Este juego fue introducido en la teoría de la biología evolutiva por Maynard Smith para explicar la lucha de dos animales para conseguir una presa. En economía sería la competencia entre dos empresas en un mercado en el que solamente cabe una, es decir, en un monopolio natural, y la cuestión es cuál será la primera empresa que saldrá del mercado. En este juego cada contendiente no sabe exactamente el coste del rival de permanecer en liza. El resultado es que un jugador resiste más cuanto más reducido sea su coste y la guerra de desgaste acaba seleccionando el jugador más motivado y más capaz de soportar los costes del conflicto. De hecho, la situación es todavía más compleja puesto que ni los propios contendientes saben con certeza cuáles son los costes que podrán soportar en el futuro. El problema de este escenario es que un conflicto enquistado puede representar costes muy elevados para ambas partes, pasando factura a la economía de forma abrupta. En efecto, los mercados financieros tienden a ser cortoplacistas y aunque por ahora hay calma, como atestiguan las agencias de calificación y los informes de la banca de inversión, existen indicios de inquietud. La tempestad se puede desatar cuando los riesgos se hagan visibles mediante algún acontecimiento prominente. A ello hay que añadir el efecto de una incertidumbre prolongada que acabe influyendo en las perspectivas de inversión.

La segunda posibilidad es que se abra una negociación en la que se pacte claramente el método de resolución del conflicto. Los ejemplos de Canadá y el Reino Unido sugieren diversos caminos. De hecho, el mismo The Economist, en un editorial después de la consulta del 9-N, pide que se deje votar a Catalunya, aunque se posiciona a favor de que Catalunya continúe en España. Otro influyente medio anglosajón, el Financial Times, en una editorial reciente abogaba por un pacto entre los dos gobiernos superando la intransigencia del Gobierno central y el peligro de aventurismo por parte del catalán. De acuerdo con este periódico, el problema es político y requiere una solución política. En cualquier caso, es difícil pensar que el encaje de Catalunya en España se pueda separar completamente del muy necesario proceso de reforma del sistema político español. El clamor por reformas que acaben con la corrupción y den transparencia a la intervención pública es inmenso. Y aquí hay una dificultad añadida pues los tiempos de gestión y resolución de cada problema no necesariamente coinciden. Una coyuntura difícil en la que la habilidad de nuestros políticos se pondrá a prueba. Esperemos que acierten.

Xavier Vives, profesor de Iese.

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