Guerra de religión en Irak

Por Manuel Castell, catedrático emérito de Sociología de Berkeley y miembro de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras (EL PERIÓDICO, 17/04/06):

El embajador estadounidense en Irak, Zalmay Jalilzad, acaba de declarar a la BBC que "independientemente de lo que se piense sobre si la coalición tenía que venir a Irak o no, ahora, si no hacemos todo lo posible para que este país funcione, podría tener serias consecuencias para Irak, para la región y para el mundo". O sea que, por primera vez, se acepta que pudo ser un error, pero que ahora hay que arreglarlo como sea. Y es que tras el brutal atentado contra la mezquita shií de Baratha, en Bagdad, la guerra religiosa entre shiís y sunís parece haberse desatado en el país.
Recordemos que los sunís son el 85% de los musulmanes en el mundo, pero que los shiís son el 60% de los iraquís y la inmensa mayoría en Irán. Precisamente, la mezquita atacada es la sede de los imanes más influyentes de Irak, apoyados por los ayatolás iranís. De modo que la maniobra política estadounidense consistente en apoyarse en shiís y kurdos para acabar con la resistencia suní y de Al Qaeda ha desembocado en una pesadilla. En principio, no estaba mal pensada, porque era la única manera de construir un Gobierno y un Ejército iraquí a los que se pudieran dejar las riendas del país antes de las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos.
La historia de opresión sufrida por shiís y kurdos a manos de los sunís y de Sadam Husein les ha empujado a aprovechar la ocupación militar para arreglar cuentas con sus opresores y organizar un Estado a su servicio. Pero las facciones proiranís del jeque Sagheir y las populistas (milicias de Moktada al Sadr) no se ponen de acuerdo. El Consejo Supremo de la Revolución Islámica pide la dimisión del primer ministro Ibrahim Yafari, cercano a Al Sadr. Los kurdos, que controlan las unidades clave del Ejército en formación, refuerzan su autonomía en el norte, ante la inquietud creciente de Turquía y de Irán, en cuyo territorio hay una importante población kurda. La presión de Condoleezza Rice sobre los políticos iraquís no ha logrado mínimas concesiones a la minoría suní. Y Al Qaeda, aprovechando las contradicción con maestría despiadada, lanza ataques cada vez más violentos contra los shiís provocando una espiral de venganza.
En las últimas semanas, ante la oleada de violencia indiscriminada contra familias de una y otra confesión, se está procediendo a un reagrupamiento espontáneo de la gente. De nuevo surgen las columnas de refugiados abandonando sus hogares para buscar la salvación al otro lado de esa frontera invisible que divide al mundo entre los suyos y los nuestros. El resultado previsible es la desestabilización, el todos contra todos y el fraccionamiento posible del país a menos que continúe indefinidamente la ocupación militar estadounidense. Exactamente lo que Bush quería evitar.

DE MODO QUE la increíble paradoja es que ahora Estados Unidos defiende desesperadamente como último recurso a un Gobierno shií teocrático, aliado potencial de Irán, al tiempo que amenaza con bombardear a un Irán que se rearma a marchas forzadas. Y, mientras, el Ejército americano construye fuerzas especiales mayoritariamente kurdas que pueden generar el principio de una guerra de guerrillas en la frontera con Turquía, el principal aliado de Estados Unidos. Brillante.
Tamaña inestabilidad genera tres efectos altamente perniciosos. Primero, mantiene la penuria de petróleo iraquí y la inestabilidad potencial del suministro iraní, con lo cual algunos modelos predictivos sitúan el barril de petróleo en los 150 dólares en caso de conflicto con Irán: esto equivaldría a una crisis económica global. En segundo lugar, mantiene a las tropas estadounidenses clavadas en Irak y a Estados Unidos, en pie de guerra, con la incapacidad consiguiente para que la comunidad internacional gestione los gravísimos problemas que tenemos planteados, empezando por el calentamiento global. Y tercero, una guerra de religión en Irak, con el aguijón exterminador de Al Qaeda provocando globalmente, puede desestabilizar el Oriente Próximo y el mundo con niveles de violencia todavía no alcanzados. En todo esto, el establecimiento de la democracia, el objetivo que se invoca para justificar todo este horror, aparece como una burla sangrienta ante los ojos de la gente.

¿APRENDERÁ Estados Unidos la lección? No parece así, al menos con una Administración neoconservadora en el poder. Precisamente, en estos días se ha conocido un informe del Departamento de Estado que contiene una autocrítica de la política de reconstrucción llevada a cabo en Irak. Se reconoce el error de haber empezado la reconstrucción sin antes asegurar el orden y establecer instituciones políticas iraquís capaces de funcionar. Y se propone que, en el futuro, el orden y la seguridad sean las prioridades, antes que la provisión de infraestructura y el funcionamiento de la economía.
Lo extraordinario de este documento, y lo que nadie ha comentado, es que ya habla de la próxima ocupación militar, naturalmente sin precisar el país. O sea, que la lección no es el coste y la dificultad de atacar un país, ocuparlo y reorganizarlo a gusto, sino que hay que mejorar la metodología. Una tal miopía histórica no es estupidez. Está anclada en la defensa a ultranza de una trama de intereses económicos, ideológicos y políticos que sólo pueden ser cambiados por una transformación profunda de la gran democracia estadounidense. Un proceso que no parece tan utópico como se percibe desde Barcelona.
Pero, mientras tanto, nos podemos ahogar todos en un universal mar de sangre.