Por Samuel Hadas, primer embajador de Israel en España y ante la Santa Sede (LA VANGUARDIA, 26/03/03):
Oriente Medio, donde aventurar una previsión debe recordarnos el proverbio chino sobre las dificultades de las previsiones, sobre todo cuando se trata del futuro, se revuelca en la incertidumbre. Las previsiones en esta parte del mundo son efímeras y aventurar el escenario que podría emerger de una guerra cuyas consecuencias, para bien o para mal, serán trascendentales para el futuro de esta región exige la máxima cautela ante la volubilidad que ha caracterizado desde siempre esta atormentada región.
Estas líneas se escriben mientras el presidente George W. Bush advierte que la guerra no será breve, Saddam Hussein promete la “victoria sobre los invasores” y el final de la guerra no se avecina. Pocos dudan que la superioridad militar de las fuerzas militares de Estados Unidos y Gran Bretaña posibilite derrotar militarmente al ejército iraquí. Esto ocurrirá seguramente, pero ¿conseguirán el principal objetivo de su campaña, la remoción de Saddam Hussein y su régimen dictatorial? ¿Tendrá la comunidad internacional la capacidad (y la habilidad) para lograr que la esperada victoria militar se transforme en un logro político permanente que cambie la faz de un endémico turbulento y desestabilizado Medio Oriente que a lo largo de su historia no ha conocido prácticamente períodos de sosiego?
Israelíes y palestinos siguen muy de cerca el conflicto, no sin el temor de que puedan verse involucrados en él, como sucedió durante la guerra del Golfo en el año 1991, en que decenas de misiles iraquíes cayeron sobre ciudades israelíes (quién escribe estas líneas debe llevar consigo a todas partes la máscara antigás, como lo exigen las autoridades). Pero también recuerdan que una de sus principales consecuencias fue la conferencia de paz de Madrid, en octubre de dicho año, que concibió el proceso de paz. ¿Sucederá esto nuevamente?
Muy de vez en cuando –escribe Henry Kissinger– el caldero de Oriente Medio genera una oportunidad para un posible avance. Suele suceder después de algún estallido que consigue que las partes se den perfecta cuenta de sus necesidades. La única iniciativa diplomática que podría lograrlo, el “mapa de caminos” del Cuarteto para Oriente Medio (Estados Unidos, la Unión Europea, la ONU y Rusia), se encuentra en etapa de hibernación. Pospuesta su publicación primero hasta después de las elecciones en Israel, luego hasta la integración de un nuevo gobierno y finalmente hasta el desenlace de la crisis de Iraq, quizás se adelante. Dos aliados de Bush, acosados por una opinión pública opuesta a sus políticas en Iraq, Blair y Aznar, que consideran que la reiteración del compromiso para un Estado palestino mejoraría su posición ante su público, intentan persuadirle de publicarlo a la brevedad. La Unión Europea considera que la publicación inmediata del “mapa de caminos” convencerá al mundo árabe de que Estados Unidos y sus socios del Cuarteto no desatienden a los palestinos e intentan “ocuparse seriamente” de sus problemas. Lo mismo quieren gobiernos como los de Jordania, Egipto y Arabia Saudí, que buscan compensar a una enfervorizada calle árabe que podría poner en riesgo su estabilidad: el tema palestino es siempre una oportuna válvula de escape. Pero mientras Estados Unidos considera que el objetivo del “mapa” es crear un proceso de diálogo y no el de transformarse en un “dictado de la comunidad internacional”, la Unión Europea demanda su aplicación sin cambios.
El terrorismo fundamentalista palestino y las reformas institucionales en la Autoridad Nacional Palestina, en primer lugar, y el futuro de los asentamientos israelíes seguirán requiriendo la atención primaria. El nombramiento de Mahmud Abbas (Abu Mazen) como primer ministro palestino, es un primer paso en la implementación de las reformas palestinas. Pero queda aún por ver si Yasser Arafat transferirá los poderes que lo dejarían como una figura meramente ceremonial, (exigencia primordial de la administración de Bush), cosa que por el momento no sucede y dudo que suceda en la práctica). Queda también por ver, por supuesto, la disposición del Gobierno de Ariel Sharon, en cuyo seno no faltan los que se oponen categóricamente a un plan por el que se establece un Estado palestino. La participación en su gobierno del Partido Laborista, en lugar de la extrema derecha xenófoba, le hubiera quizás facilitado las cosas. Pero esto no ha sucedido. Ariel Sharon, interesado por el momento en postergar la presentación del “mapa” ha presentado más de cien objeciones, lo que podría dilatar largamente las negociaciones.
En resumen: la incertidumbre sigue siendo la tónica. Lo que es evidente es que en estos momentos ni israelíes ni palestinos están en condiciones de recomponer la situación por sí mismos. Sus gobiernos están acosados por problemas políticos domésticos, que siguen pesando más que las consideraciones externas. Solamente una fuerte presión internacional, sobre todo de Washington, crearía una dinámica capaz de permitir vislumbrar el futuro con alguna dosis de optimismo.
En cualquier caso, mientras la atención está puesta en la guerra de Iraq, nada serio sucederá en el frente palestino-israelí.