¿Guerra fría o paz caliente?

El primer ministro ruso, Dmitri Medvédev, causó revuelo el mes pasado cuando declaró que el mundo estaba comenzando “una nueva guerra fría”. Se equivoca. Lo que tenemos ante nosotros no es una guerra fría sino una paz caliente. Y ahora que nos encaminamos hacia una nueva era de fragmentación mundial, es importante que entendamos las diferencias.

En primer lugar, es difícil tener una guerra fría con Occidente cuando el propio Occidente está fracturándose. Las relaciones entre EE UU y Europa están en su punto más bajo desde hace 70 años. Europa está atenazada por el miedo a que Gran Bretaña se vaya de la Unión, Grecia recaiga en la crisis financiera y la zona de libre circulación de la UE, conocida como zona Schengen, se desintegre por la tensión de la crisis de los refugiados. Lo que menos necesita es una guerra fría con Rusia. Es más, muchos dirigentes europeos se aferran a la esperanza de que la intervención rusa en Siria les ayude a cortar la avalancha de refugiados. Los europeos están mucho más dispuestos que los estadounidenses a olvidarse de las sanciones impuestas a raíz de los sucesos de Ucrania. Una guerra fría necesita unos bandos claros. Y el Occidente que preocupa a Medvédev quizá no está para esas cosas.

Tampoco Rusia tiene la red de aliados con la que contaba la Unión Soviética. Moscú preferiría una relación estratégica más estrecha entre Rusia y China, pero Pekín, no tanto. China gestionará cuidadosamente los riesgos relacionados con Europa y Oriente Próximo para centrarse en las inversiones estratégicas en Asia, África y Latinoamérica. Y también tiene sus preocupaciones, como la desaceleración de su economía. Quiere hacer negocios con el mundo, y necesita un entorno global más estable. Por eso es probable que, más que buscar algún tipo de alianza contra Occidente, los chinos vean con irritación el empeño de Rusia en provocar a Occidente innecesariamente.

Rusia no es la que era hace 10 años, y mucho menos la que era en el apogeo de la (verdadera) guerra fría. Necesita que el precio del petróleo supere los 100 dólares el barril para equilibrar su balanza, algo que no parece cercano, con el consiguiente perjuicio para las arcas del Estado ruso. Y se dirá lo que se quiera del comunismo, pero al menos era una ideología general que contaba con fervientes seguidores. El culto a la personalidad de Putin, muy eficaz para consolidar su poder en Rusia, no basta para agrupar a las masas del mundo contra los adversarios de Moscú.

Pero incluso aunque Rusia deseara el conflicto, EE UU no está interesado. Le preocupan mucho más los problemas de la economía mundial, la expansión del ISIS y el ascenso de China. Y no solo eso. El éxito de candidatos como Donald Trump y Bernie Sanders ha dejado al descubierto profundas divisiones en el electorado estadounidense .

Que conste que Medvédev ya proclamó que el mundo se encaminaba hacia una nueva guerra fría en 2014. Sin embargo, la anexión de amplias zonas de Ucrania no hizo que el presidente de EE UU fuera corriendo a buscar su maletín nuclear, y tampoco lo hará la situación en Siria.

Ahora bien, si esto no es una guerra, tampoco es exactamente la paz. Las grandes potencias mundiales tienen unas relaciones aceptables entre sí, al menos a primera vista. Por supuesto, cuando persiguen sus respectivas prioridades, aumentan las tensiones entre ellas, pero nadie quiere que esas tensiones se conviertan en una guerra abierta. La situación creada por el derribo de un bombardeo ruso por parte de Turquía no se desbordó, pese a ser conflictiva. Y no solo Siria, sino la continua expansión del ISIS, el agravamiento de la crisis de los refugiados y los Estados fallidos en todo Oriente Próximo, indican que las grandes potencias no están dispuestas a hacer los esfuerzos necesarios para mantener la estabilidad mundial. Cuanto más tarden en tomarse en serio los problemas de seguridad, más probabilidades hay de que los conflictos regionales sigan multiplicándose.

De modo que hay que recibir la declaración de Medvédev con una buena dosis de escepticismo. Alguien cuya visión del mundo coincida con la del Kremlin tiene motivos para proclamar una nueva era de conflicto mundial. Desde luego, hace que una despiadada intervención en Siria parezca más aceptable. Pero no estamos en 1962, por mucho que Moscú lo pretenda.

Ian Bremmer es presidente de Eurasia Group y autor de Superpower: Three Choices for America’s Role in the World. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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