Guerras algo más que diferentes

Por Fred Halliday, profesor de la London School of Economics, autor de The Middle East in international relations (Cambridge University Press). Traducción: Robert Falcó Miramontes (LA VANGUARDIA, 21/08/06):

Todas las guerras son diferentes, pero algunas lo son más que otras, o eso parece tras el último conflicto bélico entre Israel y sus vecinos. Esta guerra (inesperada pero urdida desde hace tiempo, y explosiva en sus consecuencias a corto y largo plazo) guarda algunos parecidos con otros conflictos de la historia reciente de la región, pero en otros aspectos muy importantes es diferente y algo más con respecto a las guerras anteriores: es algo más que las cinco guerras árabe--israelíes que ha habido desde 1948; es algo más que otro capítulo de las guerras de Líbano, que empezaron en 1975-1976 y duraron hasta 1990; es algo más que las guerras que estallaron en distintas partes de la región tras la revolución iraní de 1979, a pesar de que está relacionada con ellas.

El primer problema que plantea esta guerra es el de medir el grado de interrelación de los distintos conflictos de la región. "En Oriente Medio la gente siempre lo mezcla todo con todo". Esta queja ya consabida, que se oye tanto en la región como fuera de ella, también se ha pronunciado en las últimas décadas cuando los políticos y analistas de Oriente Medio han intentado poner los acontecimientos de ciertos países o subregiones en contextos regionales, cuando no globales. Los israelíes lo hacen con las referencias al papel de Irán, y el presidente El Assad de Siria lo hizo en el discurso que pronunció el 15 de agosto en Damasco al vincular la guerra de Líbano con Iraq.

Desde hace tiempo, estos argumentos forman parte de la retórica de la región: así, las distintas fases del conflicto árabe-israelí, las guerras Irán-Iraq, la revolución de Yemen, la guerra civil de Sudán o Argelia, por no mencionar el precio del petróleo, diversos asesinatos y el ascenso de los partidos islamistas y los grupos guerrilleros, todo esto se considera parte de un modelo más amplio, por no decir trama,conspiración o agenda. Cuando invadió Kuwait en 1990, Saddam se refirió a un vínculo entre ese hecho y la intifada palestina que había estallado tres años antes, mientras que el difunto rey Fahd de Arabia Saudí consideró la ocupación iraquí de su país vecino como parte de un "cerco hachemí", que incluía a Iraq, Jordania, la OLP y Yemen.

El problema es que esta vez, eso,la inclusión de unos países y acontecimientos individuales en un modelo regional determinante y más amplio, es, en cierta medida, cierto: resulta imposible comprender lo que está ocurriendo hoy en día, y menos aún lo que ocurrirá, entre Líbano e Israel, o en Iraq o Afganistán, o incluso en Turquía y Libia, sin considerar estos hechos en un contexto regional más amplio y, hasta cierto punto, global, algo que incluye a la política estadounidense, por un lado, y los intereses cambiantes y el poder de estados como Rusia, India y China, por el otro.

El vínculo del golfo Pérsico con el conflicto árabe-israelí, de la política turca (que hasta ahora había estado casi aislada) con el mundo árabe, del remoto Afganistán con la política de Irán y los estados árabes y de Pakistán con Oriente Medio en general se ha convertido en una realidad durante los últimos años. Es una realidad de los estados, que analizan los programas y arsenales nucleares de los demás y obran en consecuencia; es una realidad para los grupos militares y de la oposición que actúan en diferentes estados de la región y, lo que es muy importante en la era de la televisión por satélite, para la opinión pública; y también es una realidad del mundo exterior, sobre todo de Estados Unidos y Europa, que intentan controlar y manejar, sin apenas éxito, las tensiones de la región. El resultado es lo que puede verse en nuestras grandes pantallas de televisión, y muy grandes tienen que ser, en las que aparecen las crisis y guerras individuales que tienen lugar en la nueva gran Asia occidental.

El carácter político y la extensión de las regiones no es fijo en el tiempo: los límites de Europa y el Mediterráneo, por ejemplo, han variado en las últimas décadas. Han sido pocos los que se han percatado de que, en ciertos aspectos, la región de Oriente Medio se ha reducido en las décadas recientes: los conflictos entre Etiopía y Eritrea, que en el pasado se consideraban parte de Oriente Medio, ya que implicaban a los árabes y a Israel, ya no se relacionan con esta región. Pero el proceso contrario, el de expansión, ha sido más fuerte: de hecho, desde mediados de la década de los noventa, ha surgido una nueva región, no sólo un Oriente Medio sino una gran Asia occidental,y ha provocado que los conflictos que parecen independientes - la invasión estadounidense de Iraq en el 2003, la crisis de Afganistán, la actual guerra entre Israel y Líbano- estén relacionados y se alimenten unos a otros.

Este cambio es patente en la nueva conciencia panislámica que vincula causas árabes con no árabes y también, con un efecto a veces espectacular, en los jóvenes musulmanes que viven en Europa. Pero también se ha reflejado en el lenguaje de la estrategia estadounidense: Bush ha hablado de una "iniciativa para el gran Oriente Medio", uno de los mayores fiascos de la historia, pero resulta sintomático que su gran Oriente Medio,a pesar de que incluye a Afganistán, obligado por su guerra contra el terror,excluya al país más responsable de propagar el terrorismo, el fundamentalismo islámico, la proliferación nuclear y la corrupción codiciosa por toda la región, el Estado canalla por excelencia: Pakistán. Si los futuros historiadores quieren saber por qué Irán decidió seguir adelante con su programa nuclear, deberán tener en cuenta que se debe, en gran parte, a la decisión pakistaní de hacer estallar armas nucleares en 1998; si quieren saber quién organizó, promovió, financió y, de hecho, aún protege a los talibanes y a Al Qaeda, la respuesta es la misma.

Por todos estos motivos, esta guerra es diferente. No es sólo la sexta guerra árabe-israelí, un resurgimiento de la guerra civil libanesa o una internacionalización de la segunda intifada palestina, y mucho menos otro estallido de la guerra global contra el terrorismo,a pesar de que es todo eso: se trata de un episodio, el menos sangriento de lejos, de otro conflicto más amplio y prolongado, que tiene múltiples centros (Afganistán, Iraq, ahora Líbano), y que da lugar a una coalición cambiante de estados regionales con movimientos políticos y sociales, que, como podemos ver ahora en retrospectiva, se puso en marcha a finales de la década de los setenta, sobre todo tras las dos estratégicas detonaciones de 1979, la revolución iraní de febrero y la intervención soviética en Afganistán en diciembre.

Lo que diferencia el último conflicto libanés de los demás es, en varios aspectos, evidente. En primer lugar, los principales protagonistas del bando árabe no son estados, sino un grupo político armado, una organización con la que resultará mucho más difícil negociar y alcanzar un alto el fuego o un acuerdo vinculante, en comparación con las guerras del pasado: en la anterior guerra árabe-israelí en la que se involucraron fuerzas no estatales de cierta importancia, la de 1948-1949, éstas fueron aplastadas fácilmente y disueltas durante la invasión de la sociedad palestina por parte del Estado israelí, y no volvieron a surgir hasta dos décadas más tarde como fuerza independiente. En segundo lugar, en la medida en que hay estados involucrados en el bando de Hezbollah, como es el caso de Siria e Irán, éstos intentarán involucrarse de un modo bastante diferente al elegido por los estados árabes en conflictos anteriores.

A juzgar por las recientes declaraciones triunfalistas de El Assad en Damasco y Ahmadineyad en Teherán, resulta evidente que a estos estados no les interesan particularmente los armisticios, la delimitación de fronteras o las negociaciones de paz, sino usar el conflicto de Líbano para negociar con Estados Unidos sobre otros temas, y para reforzar su legitimidad radical y nacionalista dentro del país y en el exterior. No existe una relación causal inmediata ni directa entre el papel iraní en Iraq, donde su influencia es mucho mayor que la de Estados Unidos, la cuestión del enriquecimiento nuclear iraní y la de su apoyo a Hezbollah (algo sobre lo que Estados Unidos e Israel tienen reservas), pero todo forma parte de una ofensiva iraní para aumentar su influencia regional y para enfrentarse a Estados Unidos y a sus principales aliados: Egipto, Arabia Saudí e Israel.

Dadas las pasiones e intereses que implica un conflicto como éste, y la nueva complejidad de los acontecimientos, no sorprende que se hayan propuesto pocas soluciones o medidas provisionales: da la sensación de que esto va para largo. Se trata de un Oriente Medio nuevo y más interactivo, pero no es el que muchos querían ver. Es inútil preguntar quién ha ganado y quién ha perdido: esto va a durar mucho más que todas estas semanas que hemos vivido hasta ahora.