Guerras por el agua

Por Michel Rocard. Ex primer ministro de Francia, dirigente del Partido Socialista y diputado al Parlamento Europeo (ABC, 17/04/06):

¿QUÉ es más decisivo para el futuro de la Humanidad -y de la vida en general-que el agua? El agua abunda en la naturaleza y la mayoría de la Humanidad ha vivido más de diez milenios sin preocuparse ni una sola vez por ella. La obtenemos, la usamos, la tiramos, la mayoría de las veces de nuevo a los ríos y los océanos, pero podría ser que muy pronto resultara que no tuviéramos bastante agua potable, que representa tan sólo el 3 por ciento de toda el agua disponible en nuestro planeta. Cuando pensamos en las luchas que podemos tener por el petróleo, nos estremecemos al imaginar adónde podría conducir una falta de agua. Mientras que América Latina parece bien provista, la situación es muy diferente en otras zonas. Europa está acercándose a sus límites y la escasez de agua ya es una cuestión urgente en África, el Asia central y China.

Durante los veinte o treinta últimos años, hemos empezado a entender lo que está en juego, gracias a iniciativas como el Foro Mundial del Agua, que celebró en marzo su cuarta reunión anual. Lamentablemente, el Foro no es aún un organismo oficial y no tiene capacidad para adoptar decisiones, pero la existencia de un foro para el pensamiento y el debate ha aportado al menos un beneficio: un mejor conocimiento de las cuestiones relativas al agua entre el público y los encargados de la adopción de decisiones.

La gestión del agua es un imperativo difícil por naturaleza y la experiencia al respecto cuenta mucho. La práctica muestra que las administraciones locales cuentan con la gestión más eficaz del agua, aun cuando las reglamentaciones deban ser de carácter nacional, pero se trata de una división del trabajo que pocos gobiernos están dispuestos a aceptar.

Tampoco parecen la mayoría de los Estados dispuestos a iniciar un diálogo de verdad sobre la política del agua con los grupos de la sociedad civil. En un extremo de exclusión, por ejemplo, téngase en cuenta que las decisiones sobre la gestión del agua son adoptadas en gran medida por hombres, aunque en la mayoría del mundo son las mujeres las que usan el agua. Además, la interferencia entre los sectores público y privado es constante e inevitable. Es necesaria una combinación sutil de reglamentación oficial y contratación privada, pero no todas las jurisdicciones responden del mismo modo.

La multiplicidad de interlocutores crea inevitablemente una multiplicidad de sistemas hídricos con niveles de eficiencia en muy gran medida desiguales. Así, pues, iniciativas como los foros mundiales del agua ponen de relieve inevitablemente los debates sobre lo que constituye una buena gestión del agua, además de elaborar conceptos útiles.

Una víctima de esos debates ha sido el mito de que el agua es gratuita. El agua tiene un costo y alguien -ya sean los usuarios finales o los contribuyentes- tiene que pagarla. Naturalmente, es posible pensar en el reparto de los costos, pero ya no es posible no cobrar el agua.

En el más reciente Foro Mundial del Agua se debatieron dos cuestiones que los políticos habrán de afrontar en los próximos años. La primera se refiere al llamado «derecho al agua». La urgencia de las necesidades, en vista de que mil millones de personas carecen de acceso al agua potable y dos mil millones carecen de sistemas adecuados de alcantarillado, junto con la gran cantidad de enfermedades resultantes, pone de relieve la necesidad de reconocer dicho derecho humano fundamental. En el Foro se logró un consenso en cuanto a que dicho derecho sólo tiene sentido si se plantea de tal modo que las entidades encargadas de la formulación de políticas -ya sean empresas de suministro de agua o administraciones locales- afrontan el deber afirmativo de respetarlo.

A ese respecto sólo se puede considerar responsable al Estado, pero la responsabilidad reconocida de los estados en la aplicación del derecho al agua no puede convertirlos en la única autoridad que pague. Se debe encargar al Estado que garantice un sistema hídrico eficaz, que atienda las necesidades de todos, pero aún no se ha determinado el equilibrio de dicho sistema. De hecho, esas incertidumbres movieron al Foro a no reconocer un derecho formal al agua en su resolución final.

La segunda cuestión se refería al papel de las administraciones locales. Pese a la centralización política y administrativa de la mayoría de los países representados en el Foro, hubo una coincidencia generalizada en que los sistemas hídricos más eficientes son los gestionados lo más cerca posible de ese recurso y de sus usuarios. El acuerdo a ese respecto constituyó un gran avance para el futuro de la política hídrica.

Naturalmente, volvieron a surgir los conflictos entre gobiernos u organismos locales y empresas privadas. Inevitablemente, se señaló una y otra vez la cruel falta de medios y, como era de esperar, se vio con claridad en el Foro la falta de solidaridad entre quienes tienen y quienes no.

Mientras luchamos con nuestro futuro hídrico común, afrontaremos una época de prueba y error con vistas a encontrar soluciones viables, pero la Humanidad parece estar ya logrando más avances en los asuntos relacionados con el agua potable que con otras amenazas mundiales, como el cambio climático. Todos debemos brindar por eso.