Guía de un economista para la guerra y la paz

Las noticias sobre conflictos acaparan los titulares actuales: ya sea sobre la guerra civil siria, las batallas callejeras en Ucrania, el terrorismo en Nigeria o la represión policiaca en Brasil, la inmediatez espantosa de la violencia es demasiado evidente. Sin embargo, mientras los comentaristas debaten sobre las cuestiones geoestratégicas, la disuasión, la lucha étnica y el drama de las personas comunes en medio de todo, rara vez se aborda de forma objetiva el tema de otro elemento vital de los conflictos –su costo económico.

La violencia conlleva un alto precio. El costo global de contener la violencia o tratar sus consecuencias alcanzó la increíble suma de 9.5 billones de dólares (11% del PIB mundial) en 2012. Esto es más del doble del tamaño del sector agrícola mundial y supera el gasto total en ayuda exterior.

Ante estas sumas colosales, es crucial que los responsables del diseño de políticas analicen adecuadamente dónde y cuándo se gasta el dinero, y pensar formas de reducir dicho gasto. Por desgracia, es raro que se reflexione seriamente sobre estos asuntos. En gran medida se debe a que las campañas militares están motivadas muchas veces por cuestiones geoestratégicas, no por lógica financiera. Aunque los oponentes a la guerra de Irak podrían haber acusado a los Estados Unidos de codiciar los campos petroleros del país, la campaña no estaba diseñada en términos económicos, sin entrar en detalles. La guerra en Vietnam y otros conflictos también fueron catástrofes financieras.

Hay cuestionamientos similares en cuanto al gasto en armas durante tiempos de paz. Por ejemplo, uno puede contestar la lógica financiera de la decisión reciente de gastar 24 mil millones de dólares en la adquisición de los problemáticos aviones de caza de ataque conjunto (Joint Strike Fighters), y al mismo tiempo preparar al país para los recortes de presupuesto más severos que haya habido durante décadas.

El gasto despilfarrador relacionado con la violencia no solo es cuestión de guerra o disuasión. Por ejemplo, campañas caras y duras de orden público, si bien son atractivas para los votantes, en general tienen poco efecto en los niveles subyacentes de delincuencia. Ya sea una guerra mundial o patrullaje local, los conflictos siempre conllevan fuertes aumentos del gasto público, el punto clave es si éstos valen la pena.

Por supuesto, gastar dinero para contener la violencia no siempre es malo. Siempre es bienvenida y necesaria la presencia de la policía, las fuerzas militares o seguridad personal, y si se despliega adecuadamente propiciará menos gasto del dinero de los contribuyentes a largo plazo. El asunto pertinente es si las sumas gastadas en cada caso son apropiadas.

Ciertamente, pocos países han logrado un buen equilibrio al abordar la violencia y lo han hecho mediante un gasto relativamente pequeño. Así pues, hay maneras de reducir el gasto innecesario. El gasto efectivo debido a conflictos corrientes o potenciales se puede lograr mediante un trabajo minucioso sobre la prevención. Sabemos cómo se sustentan las sociedades pacíficas: una distribución equitativa del ingreso, el respeto a los derechos de las minorías, estándares educativos altos, bajos niveles de corrupción y un ambiente empresarial atractivo.

Además, cuando los gobiernos gastan de más para contener la violencia, despilfarran dinero que podría invertirse en otras áreas más productivas, como infraestructura, desarrollo empresarial o educación. La mayor productividad que resultará en consecuencia, por ejemplo, por la creación de escuelas en lugar de cárceles, mejorará el bienestar de los ciudadanos, disminuyendo así la necesidad de invertir para prevenir la violencia. Yo lo llamo “el círculo virtuoso de la paz.”

Comparemos, por ejemplo, los cerca de 10 billones de dólares gastados en 2012 en el mundo para contener la violencia con los costos globales que ocasionó la reciente crisis financiera mundial. Mark Adelson, ex director de crédito de Standard & Poor’s estima que las pérdidas globales debido a la crisis ascendieron a 15 billones de dólares entre 2007 y 2011, que es la mitad del costo derivado por la violencia durante el mismo periodo. Si los responsables del diseño de políticas dedican el mismo dinero y tiempo a prevenir y contener los conflictos, el beneficio, en términos de menos violencia y un crecimiento económico más rápido, podría ser enorme.

Los gobiernos pueden empezar a reevaluar su gasto en ayuda. Globalmente, ya gastan 75 veces más en contener la violencia que en la ayuda total combinada exterior para el desarrollo. Asimismo, no es una coincidencia que los países con el mayor gasto relacionado con la violencia como proporción del PIB figuran entre los más pobres del mundo –Corea del Norte, Siria, Liberia, Afganistán y Libia, por nombrar algunos. ¿Podría este dinero destinarse a inversiones con miras a reducir o prevenir el conflicto?

Además de las razones humanitarias obvias que hay para invertir en la paz, en especial cuando se lleva a cabo en el marco de estructuras internacionales de desarrollo, dichas inversiones también es una de las maneras más efectivas en términos económicos de desarrollar una economía y equilibrar un presupuesto. Vale la pena debatir este tema.

Steve Killelea is the executive chairman of the Institute for Economics and Peace. Traducción de Kena Nequiz

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