Guía de una optimista para el cambio climático

Guía de una optimista para el cambio climático

Durante un viaje reciente al trabajo, mientras mi coche avanzaba centímetro a centímetro en el tráfico atestado, vi una garza acechando los bancos de peces en el río Potomac. La majestuosa ave fue un oportuno recordatorio de que en la más improbable de las circunstancias es posible encontrar la belleza de la naturaleza. Y, sin embargo, incluso para optimistas como yo, resulta cada vez más difícil tener esperanzas sobre el futuro de nuestro planeta.

Las noticias ambientales sombrías no son nada nuevo, pero 2018 nos trajo un aluvión de ellas. Una de ellas dio a conocer que en las últimas cuatro décadas ha habido un declive del 60% de las poblaciones de vertebrados, y menos de un cuarto del suelo terrestre ha escapado de los efectos de la actividad humana. Para 2050, menos de un 10% del área terrestre del planeta no estará afectado por el cambio antropogénico.

Quizás lo más aleccionador fue un estudio del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC, por sus siglas en inglés), que advirtió que el planeta no va en camino a cumplir las metas de emisiones necesarias para mantener el calentamiento global por debajo de los 1,5º Celsius sobre los niveles preindustriales, el umbral fijado por el acuerdo climático de París de 2015. Las consecuencias de esto se vuelven más extremas con cada fracción de grado incumplida.

Entre estas tendencias negativas, algunos plantean ahora que se ha llegado a un punto de no retorno para el cambio climático. Sin embargo, como indican nuevas conclusiones de The Nature Conservancy, no es tarde para cambiar de rumbo.

El año pasado colaboramos con la Universidad de Minnesota y 11 otras instituciones líderes académicas y de estudios para evaluar los modos en que las futuras necesidades alimentarias, hídricas y energéticas del planeta podrían afectar el medio ambiente del planeta. Descubrimos que, si usamos estrategias más inteligentes, podemos mantener una población en aumento y, al mismo tiempo, enfrentar el cambio climático.

Por ejemplo, cambiando la manera y lugares de los cultivos, se podría reducir el estrés hídrico y reducir radicalmente la superficie agrícola. Es más, nuestros modelos sugieren que, al acelerar la transición a energías más limpias, el mundo podría mantener el aumento de las temperaturas globales por debajo de los 1,6 º, cumpliendo en esencia el objetivo del acuerdo de París. Lo mejor de todo es que esto se podría lograr manteniendo las trayectorias actuales de crecimiento económico. Si se hacen unos pocos cambios radicales pero gestionables a lo largo de las próximas décadas, es posible lograr un futuro sostenible para las personas y la naturaleza.

No obstante, a pesar de la evidencia de que es posible, pocos países del mundo están actuando con alguna urgencia. A menudo se culpa la inacción climática a “falta de voluntad política”, pero es fácil olvidar cómo funciona la pasividad en cuanto al cambio climático. Por ejemplo, a menudo las autoridades se resisten a imponer precios a las emisiones de gases de efecto invernadero, a pesar de que hacerlo estimularía el cambio hacia una energía más verde. Además, está el deseo de abastecer a los usuarios actuales en algunos sectores de la economía, incluido el energético, agravado por una falta de voluntad para aceptar los hechos del cambio climático.

Lo vemos una y otra vez. En los Estados Unidos, las autoridades y los activistas han estado debatiendo sobre el cambio climático por más de 30 años, pero han dado solo avances modestos. En noviembre pasado, apenas semanas después de la publicación en octubre del alarmante informe del IPCC, fracasó una iniciativa electoral para poner impuestos a las emisiones de carbono en Washington State, uno de los estados ambientalmente más progresistas del país. De manera parecida, los países del mundo solo han adoptado pasos tibios e inconsistentes para proteger la biodiversidad. De hecho, pocos países están en camino de cumplir los Objetivos de Biodiversidad de Aichi, y varios gobiernos en realidad han relajado las protecciones al aprobar el desarrollo en áreas ecológicamente sensibles.

Más aún, los acuerdos internacionales climáticos y ambientales suelen carecer de fuerza. Si bien se han hecho avances para afinar los detalles del llamado manual de París (las reglas que regirán la implementación del acuerdo de París), la mayoría de los mecanismos de puesta en práctica han encontrado resistencia de países que dan más importancia a los costes de corto plazo que a los beneficios de largo plazo.

De hecho, gran parte del problema es esta forma dualista de ver el asunto. Con demasiada frecuencia, las estrategias climáticas se presentan como dilemas imposibles entre seguridad energética y protección ambiental, o entre crecimiento económico y reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. Nuestros datos muestran que esta es una narrativa simplista que no nos servirá en el largo plazo. El enfoque más productivo es uno que tome en cuenta y responda a las necesidades ambientales, sociales y económicas.

No hay dudas de que para enfrentar el desafío del cambio climático serán necesarios ajustes importantes a los sistemas industrial y agrícola. Necesitaremos nuevas políticas que hagan que los responsables de la polución rindan cuentas, con medidas que aborden la inversión en infraestructura natural, creen áreas protegidas y apoyen una planificación más inteligente. Todo eso sí es posible.

Como con cualquier cambio de política, algunos sectores o personas tendrán que pagar nuevos costes, lo que es especialmente cierto para las medidas que apuntan a la polución, la pérdida de biodiversidad y otras consecuencias no contempladas en las transacciones de mercado. Los responsables de la contaminación deben cargar más con el peso del cambio climático. Pero para muchos otros (como los agricultores, pescadores y productores de energías no contaminantes), cambiar el statu quo de hecho implicaría más beneficios económicos y ambientales, no menos.

Es mucho lo que está en juego si no se actúa ya. En todo el mundo, hay comunidades que están sufriendo daños o enfrentando su desaparición por al aumento del nivel de los océanos y las condiciones climáticas extremas, mientras el agua potable segura se está convirtiendo en un lujo. Sigo creyendo que superaremos estas amenazas, pero incluso una optimista climática sabe que esta sensación puede no durar demasiado.

Lynn Scarlett is Executive Vice President for Policy and Government Affairs at The Nature Conservancy. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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